Elsa Claro – Granma.- Alarma el remozamiento de tendencias ideológicas extremistas en Estados Unidos, embozadas bajo entidades como el Tea Party, rancia expresión de xenofobia que criminaliza a los emigrantes o practica el racismo contra afro norteamericanos o hispanos, grupos que quisieron encontrar en Barak Obama su primer representante en las alturas, y se topan con que es un hombre más fiel al sistema que a las minorías.


Europa atraviesa por experiencias similares. En Hungría, pero no solo allí, se estigmatiza otra vez a los judíos, a cualquiera en apariencia ajeno a lo magyar. La reedición de la Guardia Húngara, semejante a los paramilitares que colaboraron con los nazis, expresa de modo irrefutable, cómo pueden reinstalarse monstruos de ayer en un presente incierto y flojo que permite la existencia legal de partidos extremistas en casi todo el Viejo Continente y deja que las circunstancias económicas ahonden una importante crisis social que abarca la ética y manipula la amnesia histórica.

Sucesos como los ocurridos en febrero pasado, durante la polémica conmemoración de los bombardeos que destruyeron en 1945 a Dresde, en Alemania, obligan a meditar. Grupos de neofascistas se apropiaron de un hecho tan cuestionable como fue la aniquilación por parte de la aviación norteamericana y británica de una ciudad sin valor logístico, donde ultimaron a unas 25 000 personas, para emplearla como símbolo de dudosos calibres.

Por fortuna, una contra marcha rechazó esa confiscación de símbolos y otro intento de revisar de modo fraudulento eventos relevantes ocurridos hace 65 años, como el que pretende transfigurar los Procesos de Nuremberg, donde una parte de los máximos culpables de la barbaridad cometida, fueron juzgados.

"Rechazamos enérgicamente cualquier intento de falsificar la historia bajo el pretexto de la lucha antiestalinista, atribuyendo a Rusia todos los pecados de la política europea", dijo el canciller ruso, Serguei Lavrov en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, este abril, en Estrasburgo, trasladando criterios del presidente Dimitri Medvedev y su gobierno.

Poco antes, el jefe de la cámara alta del parlamento ruso, Serguei Mirónov, se había referido a la necesidad de impedir los intentos destinados a desnaturalizar la verdad histórica, justificando los actos agresivos de la Alemania fascista y convirtiendo a los nazis y sus cómplices en héroes. “Nos vemos obligados a introducir en la legislación penal normas contra quienes intentan rehabilitar el nazismo, tergiversar premeditadamente los resultados de la Segunda Guerra Mundial, presentar a la Unión Soviética como agresora y blanquear de hecho el nazismo alemán", expuso.

Depreciar las lecciones que dejan lo vivido es peligroso y pone las peores señales en manos de generaciones con pensamiento bastante desarmado por los cambios traumáticos de los dos últimos decenios. Los países concernidos en operaciones como la de Dresde, nunca reconocieron el error de arrasar con esa ciudad, facilitando así que grupos de extrema derecha aprovechen el lógico sentimiento de rechazo al acontecimiento en favor de torcidas intenciones. Parecido resulta de no haber sellado adecuadamente la mala experiencia española, pues permite que continúen existiendo unos 143 353 desaparecidos en cientos de fosas comunes y que los ultraconservadores impidan investigar los crímenes del franquismo. La democracia muere allí mismo donde comienzan los intereses que en su nombre actúan.

En países del espacio postsoviético, también se cocinan posibilidades para elevar a categoría de paladines a varios criminales y traidores a sus pueblos, sumándose, por voluntad o malevolencia, a los esfuerzos occidentales destinados a pervertir la extraordinaria contribución de la URSS en la derrota del nazi-fascismo y pese a hechos imposibles de cambiar como que el Ejército Rojo sufrió ocho millones 644 000 bajas enfrentando a los invasores y liberando a otros países, y la población soviética perdió 28 millones de ciudadanos entre junio de 1941 y mayo de 1945, cuando tampoco por simple azar fue colocada la bandera de la hoz y el martillo sobre el Reichstag en Berlín.

Negar la realidad dilata conocerla, pero no que en algún momento se llegue a ella y nos proporcione las ideas y el conocimiento para impedir que se abra un camino a lo que no debe repetirse jamás. No actuar así, es reprochable, indigno y conduce a la desmemoria que nos empuja hacia naufragios.

 

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