Pedro de la Hoz - La Jiribilla.- Si fuera posible resumir la historia en un trazo geométrico, podría hablarse de una línea de enlace entre lo que comenzó el 26 de Julio de 1953 en Santiago de Cuba culminó y halló culminación el primer día de enero de 1959 en Santa Clara.

Pero como la historia es mucho más rica que la geometría y más intensa que los recuentos cronológicos, el reflejo del Moncada en la realidad del territorio villaclareño trasciende los tópicos de la síntesis.


Dicho de otro modo, si Villa Clara, y de manera muy particular su capital Santa Clara, celebran el honor de haber conquistado la sede del acto central por la conmemoración en este 2010 del Día de la Rebeldía Nacional, no es solo por los avances cuantitativos y cualitativos de los últimos meses —obviamente tomados en consideración por la dirección política del Estado cubano—, sino también por el sostenido empeño colectivo, más allá de los límites de una efemérides, en cambiar revolucionariamente el sentido de la vida.

Yo soy de los que digo que a partir de la batalla de Santa Clara, liderada por el genio militar y político del comandante Ernesto Che Guevara, la historia fue realmente diferente en la ciudad que ocupa el centro de la Isla.

En el orden material nacieron industrias y se multiplicaron escuelas. La Universidad Central de Las Villas, que contra viento y marea surgió en los años 50, se potenció como centro de formación e investigación de excelencia. Las ciencias médicas y las investigaciones tecnológicas despegaron. La ciudad se hizo ciudad.

Pero lo que quizá más llame la atención en todos estos años ha sido el crecimiento de la vida espiritual. Aún en medio de las más precarias condiciones materiales y de transitorios bandazos y desenfoques en la aplicación de políticas culturales, Santa Clara ha consolidado una irradiación permanente en la creación.

A vuelapluma me vienen a la memoria los años 60: las ediciones universitarias capitaneadas por el infatigable y voraz Samuel Feijóo y los territorios del filin en los centros nocturnos de la ciudad. Los 70 con el Teatro Experimental, el suplemento humorístico Melaíto, el rock adelantado de Raíces nuevas (con Pucho López, sí, el que ahora asiste musicalmente a Sara González) y la Orquesta de Música Moderna (la de más larga trayectoria y la que preservó los fundamentos originales del maestro Armando Romeu, gracias a la dedicación de Chu Rodríguez); los 80 con el alza de la Aliamén, el jazz tranquilo de Freyda Anido, la renovación poética que dio voces como las de Sigfredo Ariel, Norge Espinosa, Frank Abel Dopico, Rogelio Riverón, Arístides Vega, Veleta, Jorge Ángel Hernández Pérez, y Pedro Llanes, el reconocimiento de la obra de Carlos Galindo, la actividad de la UNEAC, el movimiento danzario estimulado por Víctor Vázquez, el comienzo de los mejores momentos de la emisora CMHW y las más significativas muestras de artes plásticas en el Museo Provincial (ah, ese curador que se llama José Luis Rodríguez de Armas y que se conoce como El Chino, afán proseguido por Dávalos y Tony); los 90 con El Mejunje y el duende transformador de Silverio, el rescate de Los Fakires, la locura editorial de Capiro y Sed de Belleza cuando casi nadie publicaba en ningún lugar de la Isla, las novelas policiales de Lorenzo Lunar; y la primera década de este siglo con trovadores y trovadoras de tremendo encanto, rockeros que no van a la deriva, pintores aventurados, los acordes de Trovarroco, las delicias del dúo Evocación, las crónicas delirantes de José Antonio Fulgueiras, las hazañas teatrales de Roxana Pineda y Joel Sáez… en fin tantas cosas que suceden ahora mismo.

Habrá alguna vez que hacerles un monumento a los promotores de esa batalla por la belleza. Ya mencioné a Silverio, pero debo recordar, entre otros, a Marta Anido y su pasión por la historia, a Miriam Peña y su dedicación a los valores patrimoniales, a Albertico Anido y su vocación renacentista, a Roberto González Quesada y su entrega al periodismo.

Todo esto es parte de la Santa Clara que está en 26 porque a lo largo de algo más de medio siglo siempre ha sabido resistir y crecer.

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