Luis Pavon - CubAhora Revista Informativa.- De la prisión salió el manifiesto que fue denuncia y programa, y dio cuerpo a los sueños de la juventud cubana.

El 16 de octubre de 1953, en la penúltima vista del juicio contra los atacantes del cuartel Moncada, Fidel Castro pronunció su histórica autodefensa. Aislado aparatosamente de sus compañeros de lucha, en la prisión provincial de Oriente, desde el día primero de agosto, Fidel logró, sin embargo, ir recibiendo de ellos toda la información necesaria sobre lo que había visto y sufrido cada cual, durante y tras el ataque a la fortaleza santiaguera, el 26 de Julio de aquel año.


Escribió sus palabras y las aprendió de memoria, para poder destruir lo escrito y hurtarlo de las diarias requisas policiales.

El prisionero que se levantó en aquella sala, a la que se había permitido entrar a muy pocos, no venía a reclamar la absolución, como es usual entre abogados defensores. Era un joven de veinte y siete años que desde su lugar de acusado y, significativamente, con el retrato de Martí muy cerca, levantaba la denuncia enardecida, la palabra exacta, describía los combates, los hechos criminales con que la tiranía dio cuenta de gran parte de los atacantes del Moncada. Y exponía un programa.

Nunca antes hubo en Cuba un juicio similar, ni pueden encontrarse muchos en la historia que en coraje y firmeza ante el enemigo se le igualen.

Aquel hombre volvería a prisión, sometido como estaba a los designios de un régimen que había probado su crueldad y desatino. El odio contra él y sus compañeros fue creciente, como lo sería la adhesión popular.

Para conquistar esa adhesión, y para que las masas cubanas, más allá de la ferviente solidaridad con los jóvenes asaltantes, comprendiesen las razones de su acción, sería vital el conocimiento de aquel discurso al que se conocería para siempre por su frase final: La historia me absolverá.

Pero las palabras estaban en el aire y en la mente de su autor. El alegato no estaba escrito.

Melba y Haydeé, presas en la cárcel de Guanabacoa, fueron liberadas en febrero de 1953. En el presidio de Isla de Pinos, Fidel recibía cada mes la visita de su hermana Lidia, mediante la cual Melba recibiría pronto el aviso de Fidel de que les iría mandando, poco a poco, los fragmentos de su discurso, para que lo reconstruyeron y publicaran.

El discurso fue llegando en papeles increíbles. En los espacios posibles de cartas comunes con letra invisible, hecha con zumo de limón, párrafo por párrafo. Sólo las dos moncadistas sabían de qué se trataba. Luego de tener todos los párrafos que fue sacando Lidia en sus visitas, pasaron a máquina el texto completo para imprimirlo.

Fidel señaló la necesidad de hacer cien mil copias. "Este hombre ha enloquecido —comentaron sus compañeras—, si no podemos sacar ni quinientas". Al fin, de aquella primera edición se hicieron diez mil ejemplares.

Con la ayuda de Machaco y Gustavo Ameijeiras —que luego perderían la vida en la lucha contra el régimen— y otros compañeros, llegaron ejemplares del folleto a toda Cuba.

El texto guió en muchos casos la acción de la juventud cubana. Como las copias no alcanzaban, muchos reproducían a mano el largo discurso. Recuerdo que así lo hizo Alcides Pino, valioso joven martiano del norte de Oriente, asesinado más tarde por la tiranía.

Antes del segundo aniversario del triunfo de la Revolución, el 16 de Octubre de 1960, Fidel podía proclamar cumplidos los objetivos de libertad y justicia de la Revolución contenidos en aquel documento.

Cuba
MARCAS TV.- Intervención del historiador cubano Ernesto Limia en su programa "MARCAS" sobre la Base Naval en Guantánamo....
Lo último
La Columna
71 años de los asaltos
Gerardo Moyá Noguera*.-  Después de 71 años de asalto a los cuarteles Moncada y Carlos M. de Céspedes todos nos acordamos de aquella efeméride implacable y que fue muy dolorosa para la gran mayoría de lo...
La Revista