Andrés Marí* – Cubainformación.- Decía el telediario que era la primera vez que se producía un atentado suicida en el reino sueco. También hablaban de que se busca una trama islamista debido a la colaboración de ese país nórdico en la guerra de Afganistán. Imagino que todo, o más o menos todo, será averiguado y de algo nos enteraremos los que seguimos viendo los Telediarios en la cómoda hora del mediodía europeo. A pesar de los recortes al llamado Estado del Bienestar y las convulsiones sociales en distintos países del continente, todo indica que nuestras butacas de espectadores no serán puestas en algún rincón del Puerto Príncipe Haitiano donde el cólera quiere devastar a todo un pueblo. Parece, parece, que no nos llevaran al Caribe ni que la peste que anda por allí vendrá para acá. Ya veremos...


No alcanzo a dilucidar el por qué de este martirio del suicida en medio del esplendor desplegado por la Corona Sueca para entregar los Premios Nobel, y oyendo, sobre todo, el discurso del laureado en Literatura, y la magnitud del silencio que nos venía desde Oslo, donde entregaban, o no entregaban, pero que simbólicamente se colocaba en una silla vacía el Premio Nobel de la Paz. Sencillamente todo, absolutamente todo, se me va vaciando de significados. Como cualquier ciudadano europeo miro el Telediario como si alguien, o algunos, no sé quién ni quiénes, lo hubieran colocado en el espacio de la virtualidad donde han situado mis mejores sentimientos y emociones y allí, en esos medios por donde conozco algo de la realidad diaria, me despojaran de mis mejores pensamientos. Como si ya no fuera nada, ni me preocupara por nada y ni tan siquiera querría saber si efectivamente algún día nuestras viejas tierras podrían ser desplazadas al Sur, allá, donde suceden las mayores atrocidades que también el Telediario me enseña. Y quizás hasta me pregunte: ¿Tenemos algo que ver nosotros con esas calamidades?

Me satisfacen las palabras del Nobel literario cuando señala la enorme importancia de las fábulas para que se entienda la hermosura de la vida o como herramientas de convicciones para luchar por la libertad y la justicia. ¡Son lindas sus palabras! Sólo que siento, como me dijo un hermoso amigo de Torroella de Montgrí, que desde el siglo I ya casi todo estaba dicho. Entonces, ¿de qué sirven las repeticiones si aún hay tantos pueblos bajo el yugo de la opresión, la injusticia y la falta verdadera de un mínimo, o el máximo, de condiciones para entender la hermosura de la vida. Pienso ya que la única autenticidad con que pueden aparecer nuevas fábulas sea la que las dignifiquen como reales posibilidades de existencia para una convivencia más digna entre todos los seres humanos. Todo lo que redunde alrededor del siglo I y no pase de él puede echarse a la basura de la Historia.

Que se quede el premiado con todas las loas y todas sus obras. Que siga viviendo en sus lindas palabras sin ningún compromiso con las Causas Pendientes de la Humanidad. No lo necesito. Es verdad, aunque pueda ser terrible, pero, ¿para qué seguir leyendo nuevos cuentos antiguos sobre una actualidad que no ha vencido su largo fracaso como sociedad humana? Y además, con los tiempos que corren, ¿cómo disfrutar de la pompa con que la realeza sueca premia el mal decursar de los años?

¿Acaso en Afganistán, o en Irak, o en la Palestina ocupada, o en tantos otros sitios de terribles sufrimientos, podrán elegir alguna de las lindas palabras del premiado? Imagino que no. Aquí, en mi cómoda butaca europea, no parece haber llegado ampliamente el verdadero aullido de la imaginación. Como si el siglo I siguiera sin pasar. Entonces, ¿qué sentido tiene este señor tan elegantemente vestido junto a otros muchos por el estilo bailando hasta la madrugada en uno de los más suntuosos palacios de Estocolmo? ¿Por qué se le ha premiado? ¿Por seguir anclado en una antigüedad muy valorada por nuestros Telediarios y muy bien dirigida hacia nosotros, los televidentes europeos, también demasiado anquilosados en la cúspide de la edad de los tiempos?

¿Acaso en Haití, donde el cólera se ceba con tantas personas, después de un espantoso desastre natural, podrán creer que es real la fastuosa celebración nórdica acompañada de Mozart, aquel músico genial enterrado en una fosa común, muy parecida a las que están usando los haitianos con los cuerpos muertos embarrados en una sustancia desinfectante?

Por suerte, en el mismo Telediario, trasmitieron, y destacaron, por primera vez, ya que no suelen hacerlo, que el mayor equipo médico que trata a los enfermos del cólera en Haití procede de Cuba, una islita para la que el premiado grita por todas partes que se le deben mantener las sanciones económicas que sufre, por su nefasta dictadura, por su falta de libertad, de democracia y de respeto a los derechos humanos, etc. etc. ¿Acaso ese equipo médico cubano, además de ayudar a los haitianos, no está contribuyendo también para que el cólera no llegue a Estocolmo ni a ninguna otra parte del mundo? En Haití se está escribiendo la mejor página de la Literatura que podría escribirse. Allí sí hay personas que están sobrepasando los siglos. Son los médicos cubanos junto a otros de los más disímiles países. Esto si me interesó enormemente, y es posible que también removió muchas butacas europeas.

Algo parecido entendí de la celebración noruega. Premiaron a un disidente chino, por lo mismo que defiende el literato, “por su defensa de la democracia y el respeto a los derechos humanos”. Son bellísimas estas palabras. Pero, ¿quién llevó a China a ser la fábrica más rentable del mundo? ¿Quién convenció a China para querer tener esta civilización desastrosa que reina en el llamado Primer Mundo, “democrático y respetuoso de los derechos humanos”? Podría dársele un Nobel al gigante asiático por haber sido el único país tercermundista que aprendió la buena literatura de la prosperidad capitalista.

Se dice que varias de las más importantes multinacionales del mundo son chinas, que algunos de los millonarios más sobresalientes son chinos, que dentro de unos años 2 de cada 3 turistas que surcan los cielos y los mares de nuestro planeta serán chinos. Y…, se dicen tantas cosas sobre las butacas en que se están sentando muchos chinos. ¿Qué piensan en Estocolmo y en Oslo? ¿Acaso creen, por la propaganda de este mundo consumista y derrochador, indiferente a los reales problemas del mundo, que el resto de los pueblos no desea sentarse, como lo hacemos nosotros, a ver los Telediarios? China sí aprendió muy bien la antigua fábula del premiado escritor. Pero no es eso lo que los verdaderos creadores de la imaginación artística, aunque sean repitentes, quieren para nuestra bienamada Tierra, al contrario, lo que quieren, o deberían querer, es esa magnífica originalidad de la página cubana y del ser humano que, pese a sus errores, concibió y logró la capacidad para pensar que la hermosura de la vida, sin llegar al suicidio, comienza cuando nos preocupamos por todos los demás.

 

* Escritor y actor cubano, residente en Catalunya.

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