Elizabet Rodríguez Fotos: Cortesía de Idania Trujillo - LaJiribilla.- ¡Pogolotti ya está de centenario!, dice sonriente Milagros, una mujer negra de pelo cano quien, a pesar de sus bien vividos 80 años, se pone sus mejores prendas para irse a bailar con La Aragón, una de las orquestas cubanas que en los días del pasado febrero regaló sus ritmos a los habitantes de esta barriada capitalina. Milagros, como tantas mujeres y hombres de Pogolotti, se vanagloria no solo de los progresos sociales y la riqueza cultural de su terruño, sino de las ilustres personalidades de las ciencias, las letras, el pensamiento y la cultura de Cuba, Italia y los EE.UU. que están ligados a la historia y vida cotidianas de este territorio. Historia y leyenda que se resignifican todos los días en las voces y el quehacer de sus gentes más sencillas.


Ahí están esos detalles sumergidos en el entorno social: una antigua y desvencijada casa, una calle, un color, un olor, el rostro de un anciano, una canción, la distancia que nos interroga, las energías sociales, las imágenes, los símbolos, ese debatirnos entre la razón y el espíritu, la solidaridad, el sentido de comunidad y de comunión…

Santo y profano a un tiempo, el barrio creció de la mano de su fundador, Dino Pogolotti, un italiano de la región de Piamonte, quien llegó a la Isla en un momento en que —tras las destrucciones ocasionadas por la Guerra de Independencia, el flagelo de la fiebre amarilla y la política de reconcentración urbana desatada por Valeriano Weyler— se asistía a un masivo desplazamiento de la población rural hacia la capital.

Dino, padre del famoso pintor Marcelo Pogolotti y abuelo de Graziella —ensayista y profesora cubana— empleó su espíritu empresarial y su capacidad técnica para la realización de grandes proyectos de urbanización. Además de construir las primeras viviendas del barrio, edificó el acueducto, el cine, una tienda de productos alimentarios y otras obras que formaron la infraestructura fundacional de esta localidad marianense.

Fue precisamente un 24 de febrero de 1911 que se fundó el barrio de Pogolotti. Cuentan que fue Luis Valdés Carrero, obrero tabacalero y combatiente del Ejército Libertador —quien como representante de la Cámara en el Gobierno de José Miguel Gómez, allá por los primeros años del pasado siglo xx—, defendió el Proyecto de Ley por el cual se constituía el barrio que solo en documentos se llamó Redención pero que el pueblo bautizó con el apellido de su constructor fundador: Pogolotti.

En esta barriada, residieron o trabajaron importantes personalidades de la vida cultural, científica y el pensamiento cubano. Entre ellas destacan la escritora y etnógrafa Lidia Cabrera y el eminente médico Carlos J. Finlay. Durante largos años, en una modesta vivienda situada en avenida 61, fueron conservados los restos de dos luchadores revolucionarios: el cubano Antonio Guiteras y el venezolano Carlos Aponte.

Finlay y el mosquito

Al terminar la guerra hispano-cubano-norteamericana, muchos soldados estadounidenses retornaron a su país con aires de victoria, aunque hubo también gran número de ellos cuyos cuerpos regresaron en ataúdes, pues encontraron la muerte a manos de un enemigo mucho más poderoso que las balas españolas: la fiebre amarilla. Durante la lucha armada, hombres jóvenes y robustos padecieron una repentina y extraña hipertermia, seguida de un intenso dolor corporal, una coloración amarillenta de la piel y un abundante "vómito negro" hasta fallecer al cabo de pocos días.

En interés de poner fin a esta situación, las autoridades del ejército de ocupación orientaron la aplicación de diversas medidas de higienización; pero todas resultaron infructuosas, al extremo de que a mediados de 1900 el índice de mortalidad entre soldados, funcionarios y civiles alcanzó la espantosa cifra de 200 defunciones por día.

Desde 1881, el sabio cubano, doctor Carlos J. Finlay Barrés (1833-1915) brindaba pruebas evidentes de que una especie de mosquito, el Stegomia fasciatus —hoy día conocido como Aedes aegypti— era el agente transmisor de la terrible enfermedad. Sin embargo, sus ideas y experimentos se consideraban absurdos y se ignoraban tanto por los cubanos, como por los extranjeros. Esa actitud de rechazo quizá se explicaba en lo revolucionario de proclamar en aquel tiempo que un intermediario como el mosquito podía transmitir la fiebre amarilla de una persona enferma a otra sana.

En un pedazo de terreno en áreas de la barriada de Pogolotti —lamentablemente la antigua casa de madera se destruyó y hoy solo se conserva una tarja en el parque conocido por Finlay— se construyó una pequeña estación experimental donde se realizaron una serie de pruebas que convencieron a la comunidad científica de la veracidad de la teoría del mosquito como agente transmisor de la fiebre amarilla. Veintiún soldados, seis miembros de las fuerzas estadounidenses y cuatro voluntarios españoles se dejaron picar por mosquitos infectados, mientras el resto de los voluntarios se expusieron a otras comprobaciones sanitarias.

Experimentos realizados con posterioridad confirmaron definitivamente los postulados de Finlay en cuanto al origen y desarrollo de la fiebre amarilla, sobre todo en relación con su manera de propagación, su período de incubación y su gravedad relativa. Las pruebas resultaron concluyentes. Los trabajos del sabio cubano eran la mayor verdad científica señalada hasta entonces.

De paso por Pogolotti

Dice la leyenda que cuando un hombre echa semilla en la tierra, duerme y se levanta, de noche y de día, la semilla brota y crece sin que él sepa cómo, entonces suyo será el fruto en la tierra. Así se metió Lucius Walker en el alma de Pogolotti. Todo comenzó cuando por el ya lejano 1992 un día los pastores bautistas Clarita y Raúl llamaron a Noemí Reyes. Ella, que ya los conocía y había conversado muchas cosas sobre el barrio, no lo dudó dos veces...

“Ya teníamos un acercamiento con el Centro Memorial Martin Luther King, en las personas de Raúl Suárez y su esposa, Clarita Rodés”, relata Noemí. Un buen día nos invitan al Centro a conocer a quienes integraban la Caravana de Pastores por la Paz. Primera vez que oíamos ese nombre. Aquella presentación tuvo un tono jocoso porque Raúl le dijo a Lucius: “Mire pastor, estas son 'las monjitas de la comunidad'. Desde ese momento cada vez que venía la Caravana, organizábamos actividades en el barrio. Muchos de ellos trabajaron en la construcción de las primeras viviendas que se levantaron en la Isla del Polvo y, luego, en el techado de otras tantas casas. El propio Lucius nos visitó en cuatro ocasiones. La última fue en julio de 2010, cuando le preparamos una fiesta sorpresa por su 80 cumpleaños. Unos días después supimos la noticia de su repentina muerte”.

Howard Zinn, dramaturgo e historiador norteamericano y autor de la conocida obra de teatro Marx en el Soho y del libro La otra historia de los Estados Unidos, acompañado por representantes del Consejo Popular visitó en julio de 2004 varios sitios de interés cultural, social e histórico de Pogolotti; y también el destacado politólogo Noam Chomsky y su esposa conocieron diversas experiencias de trabajo comunitario desarrolladas en el barrio, en noviembre de 2003, cuando fueron a la Casa Comunitaria y la del Adulto Mayor de calle 57 y avenida 92, un lugar donde se realizan diferentes actividades con niños, jóvenes y adultos, pero que dirige fundamentalmente su atención al cuidado físico y psicológico de los ancianos que han encontrado allí sentido a sus vidas. En aquella ocasión, Chomsky aseveró: “El sitio donde se nace y se crece siempre impacta en el ser humano que luego uno es...”.

Echada está la semilla

Si a Juan Cristóbal, un negro viejo y palero de Pogolotti, le hubieran dicho que iba a ver marchar por las calles de su barrio natal a jóvenes de varios países de América Latina, no lo hubiera creído. Pero así ocurrió hace unos años cuando con el contagioso ritmo de los tambores batá arrollaron por Pogolotti en una mezcla de culturas diversas, puja de lo que seguimos siendo quienes habitamos desde el Río Bravo hasta la Patagonia, muchachos de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), del Instituto Superior Politécnico José A. Echeverría, del Instituto Superior de Deportes Manuel Fajardo y de la Universidad de La Habana para celebrar el 12 de octubre, día de la rebeldía contra el vasallaje colonial, conocido como Grito de los Excluidos.

Todos los años vuelven al barrio y a los talleres de Educación Popular que organiza el Centro Memorial Martin Luther King, jóvenes de América Latina y el Caribe. Vuelven porque la semilla ha echado raíces entre la historia y la leyenda de este barrio mestizo y bullanguero, humilde y trabajador donde decir negro significa más que un color. Al referirse a ese componente de nuestra nacionalidad Miguel Barnet señala que “en Cuba el africano dejó una forma, una descendencia, una tradición que es bien fuerte, nunca se rompió y, en gran medida, eso ha hecho que hoy esas tradiciones estén muy arraigadas en lugares tan cerrados como el barrio de Pogolotti, con mucho sentido de propiedad, de pertenencia, donde hay mucha riqueza de espiritismo, de santería”. Al ser entrevistado para el documental Mi Pogolotti querido, presentado recientemente como parte de las actividades por el centenario, el intelectual cubano y Presidente de la UNEAC dijo: “Dino Pogolotti, al crear este barrio, nunca soñó que contribuiría tanto al patrimonio cultural de esta ciudad y de nuestra nación”.

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