Julio Cortázar

Raúl Aguiar - La Jiribilla.- Cuentan de un escritor cubano que al llegar a París no preguntó donde se comía o bebía, ni siquiera donde estaba el museo del Louvre o la torre Eiffel, sino cómo se iba al cementerio de Montparnasse, para visitar la tumba de Julio Cortázar.


Ya en el lugar, y en silencio, le agradeció al célebre escritor argentino por sus libros y enseñanzas, y en un tique de metro le escribió, a nombre de todos sus colegas de la Isla, un pequeño mensaje: “Aquí estamos, Julio. Un saludo desde La Habana.” Cumplía así un juramento, una promesa hecha una quincena de años antes, cuando recién comenzaba a desandar el duro oficio de la literatura y la meta, realmente nunca alcanzada, era llegar a escribir a la manera de Julio, aunque fuera una sola página.

La influencia era lógica. Cortázar revolucionó el género de la narrativa con una forma de hacer que se alejaba de las concepciones tradicionales para lanzarse a un juego donde lo fantástico irrumpía a través de técnicas narrativas novedosas en el tejido de la cotidianidad urbana. Este juego literario entre ficción y realidad ya aparecía en sus primeros cuentos publicados, Bestiario (1951), el gran iniciador de otras colecciones donde la imaginación y la pericia técnica cada vez iban aumentando la apuesta como en Final del juego (1956), Las armas secretas (1959), Todos los fuegos el fuego (1966), Octaedro (1974), Alguien que anda por ahí (1977), Un tal Lucas (1979), Queremos tanto a Glenda (1980) y Deshoras (1982).

Todavía algunos lectores y críticos debaten si Cortázar era mejor cuentista que novelista, sin embargo, ya desde El perseguidor, Julio inicia una trayectoria en la escritura de larga distancia que alcanzará su cúspide en la novela Rayuela (1963), obra cumbre adelantada a su tiempo que explosiona toda la literatura de la época y que para algunos críticos es la primera novela del siglo XXI, obra abierta, de estructura variable, donde preconiza muchos de los conceptos que ahora se consideran como literatura hipertextual, una especie de narrativa post-internet.

Es cierto que sus otras novelas, sin ser menores, no llegan al nivel de Rayuela, como Los premios, de 1960. Modelo para armar, de 1968, especie de resaca de Rayuela, pero donde Cortázar se divierte con su visión de cierto universo trans-real, construido con figuras, estructuras casi matemáticas, invisibles y complejas; El libro de Manuel, 1973, donde ya aparece su inquietud de intelectual de izquierda, comprometido con la causa de los pueblos, más una gran cantidad de narrativa inclasificable, algunos muy cercanos a lo que hoy se considera minicuentos, como sus libros Historia de cronopios y de famas, 1962; La vuelta al día en ochenta mundos, 1967; Último Round, 1969; Los autonautas de la cosmopista, 1983; un solo libro de poesía, Salvo el crepúsculo, de 1984, y varias excelentes traducciones, como la de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, así como una gran cantidad de artículos y críticas.

Por todo esto, unido a su gran carisma y extraño atractivo, y a su leyenda de joven eterno, se explica la gran influencia que este excepcional escritor argentino ejerció y ejerce aún sobre tantos escritores de todas partes del mundo y sobre todo, en Cuba y Latinoamérica. Es por ello que el Premio Iberoamericano Julio Cortázar es un magnífico homenaje que, anualmente se le brinda desde Cuba y sus narradores.

El Premio Julio Cortázar de cuento es difícil, altamente competitivo, casi una olimpiada literaria, un concurso sin seudónimos donde participan escritores de todas las edades, legitimados o no, y que en los últimos certámenes ha disipado suspicacias de muchos autores al ver premiados a casi totales desconocidos del campo literario cubano, lo que habla del rigor y la objetividad tanto de los organizadores como de los jurados del Premio. Nombres como Polina Martínez, Emerio Medina y ahora el de Legna Rodríguez dan fe de la calidad de la nueva narrativa cubana, no solo de La Habana sino de todo el país, y más allá de que compartamos o no las decisiones del jurado, y que a veces nos guste más alguna de las menciones que el propio premio, hay que reconocer que hoy por hoy, tanto el concurso como la cuentística cubana están en un magnífico momento. Enhorabuena.

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