José León Díaz - Revista Revolución y Cultura. Cuba.- El odio siempre busca de qué cebarse. Lo he visto quemando obras de arte o libros, destrozando discos a martillazos. El odio, y la ignorancia, levanta muros de mentiras porque quiere nuestro silencio.
Como la malahierba, de corta pero reiterativa existencia, nos obliga siempre a volver una y otra vez sobre lo que considerábamos enrumbado. Persigue nuestro cansancio. Quiere nuestra indiferencia.
Silencio e indiferencia son sus mejores armas, contando con ellas arremete ahora contra la integridad de un artista cubano, contra su obra. Quiere confundirnos el odio, su más peligroso instrumento, y hacernos creer que Agustín Bejarano es un perverso. Se precisa de muy pocas luces tras la frente, de muy escasa estatura moral para empeñarse en una trampa como esta, pero, como es de suponer, el odio no necesita de luz y mucho menos de altura. Sencillamente, espera por nuestro silencio e indiferencia.
Por eso no puedo permanecer callado e indiferente. No como simple espectador, pasar la página y seguir a otra cosa. Por eso estoy clamando para que termine esta farsa, capaz de arrastrar en sus manipulaciones hasta la inocencia de un niño, y pido a todos aquellos que conozcan y estimen a este gran artista, este buen ser humano, que no cesen de exigir su exoneración de los falsos cargos y la calumnias.
En lo personal, conocí a Agustín y a su familia hacia 2004, cuando primero su esposa Aziyadé, y meses más tarde él, expusieron parte de su valiosa obra en la galería Espacio Abierto de la revista Revolución y Cultura, donde trabajo. Aquel encuentro circunstancial se profundizó con el tiempo, y hasta una vez me dio por entrevistar a Aziyadé (RyC No.3/2006), fue así que los conocí en su hogar de camagüeyanos en La Habana, supe de sus esfuerzos y sacrificios de los primeros tiempos, cuando luchaban con su trabajo para demostrar la valía de su arte, siempre con modestia, con gentileza y disposición a cooperar en cualquier proyecto que se les solicitase. Pude apreciar, además, el afecto que sienten por sus hijos y por sus padres. Quien haya visto todo esto, quien lo haya compartido, jamás podría pasarle por la cabeza nada parecido a las patrañas con que ahora les acusan, los acosan… Pero no es de extrañar: el odio, en su torpeza, siempre se opone a toda lógica.
Esa torpeza es la que le impide ver cuánto debemos a la obra de Bejarano. Cuánto de humano hay en sus proposiciones, la hondura con que aborda temas universales como la soledad, el desarraigo, las migraciones, por solo citar algunos, universales pero siempre con la óptica de un cubano. Con una intensa psicologización de los personajes y los asuntos, dados hasta en la textura de sus cuadros de tersa belleza y múltiples lecturas. Su obra es ya insoslayable dentro de la pintura cubana contemporánea.
El odio es reiterativo, ya lo decía hacia el principio de estas líneas. Pero nosotros debemos ser perseverantes. Estamos obligados, como en aquel viejo tema de Bob Dylan:
How many roads must a man walk down, before they call him a man.
How many seas must a white dove seal, before she sleeps in the sand.
How many times must the cannonball fly, before they are forever banned.
The answers, my friend, is blowing in the wind…
Carta de apoyo a Agustín Bejarano: Adhiere tu firma
