Revista Mujeres.- Todavía entre los ecos del Seminario Cuba y los pueblos afrodescendientes en América, convocado en La Habana por el Centro de Investigación Cultural “Juan Marinello”, a mediados de junio, No a la violencia propone asomarse a los nexos entre la discriminación por motivo de raza o color de la piel, la violencia y el género.


Tres especialistas responden, esta vez, a nuestras preguntas: la periodista de la Editorial de la Mujer, Gladys Egües, con muchos años de experiencia estudiando el tema de la identidad racial e integrante del consejo asesor de la Casa de África; y las sicólogas Sandra Álvarez, editora de Cubaliteraria y autora del blog Negra cubana tenía que ser; y Norma Guillard, feminista y comunicadora de la Sociedad Cubana de Psicología.

¿Por qué suele aseverarse que la discriminación racial es una forma de violencia?

Gladys Egües: Porque es una de las manifestaciones del poder. Hasta el momento en que se produce el encuentro de culturas entre occidente y el continente americano, la esclavitud en el mundo tenía otra connotación. Sin embargo, a partir de entonces se validó, hasta por la Iglesia católica, que las personas de piel negra no tenían alma y, por tanto, podían ser comercializadas. Fueron comparadas con bestias: las famosas piezas de ébano. Se planteó la necesidad de educarlas en la percepción católica, pero desde una posición inferior: sencillamente, podrían ascender un tanto en la escala humana, si creían en el Dios todo poderoso de los amos. De lo contrario, eran consideradas manifestaciones del infierno.

En la cultura occidental, lo negro es malo y lo blanco constituye la pureza. Quien tiene el poder oprime y, por tanto, las personas negras fueron oprimidas en todo el mundo del occidente a partir del encuentro con las culturas de América. Todo lo que no es blanco, desde ese momento, comenzó a ser inferior. Las personas negras e indígenas autóctonos; el mundo árabe, a pesar de toda su historia; los moros, pese a toda su cultura; y Asia y Oceanía, no obstante todo lo que la humanidad tiene que agradecerles. Muy bien que lo validó la Iglesia católica. Realmente, no puedo decir que sea una académica en estos temas, pero si se acude a todo lo escrito por el mundo eurocéntrico se encuentran las claves de esta aseveración.

Sandra Álvarez: Porque supone una posición de poder, donde hay quien lo detenta, juzga y valoriza, a partir de una escala donde lo negro esta asociado con lo feo, lo sucio, lo punible; y lo blanco con lo bello, bueno y civilizado, etc. La discriminación racial es violencia desde su propio origen, pues la diferencia es vista como desigualdad que inferioriza.

Norma Guillard: No caben dudas de que la discriminación racial es una forma de violencia, ya que en su acción de excluir y rechazar a personas por su color de piel y cultura, se está violentando su derecho de existencia. Vivir comportamientos de no aceptación marca tanto la subjetividad que, a veces, lleva a la persona a hacerla sentir inferior, y a creerse que es inferior, si no sabe enfrentar que se trata de algo construido. Llega a ser una agresión tan fuerte que en ocasiones limita a la otra persona en lo psíquico y lo social; en su libre actuar, y eso es una forma de violencia. Y, muchas veces, aquella persona que la promueve no se da cuenta de que está siendo víctima, inconscientemente, de una autoviolencia, porque ese comportamiento también marca y limita su manera de pensar respecto a otras personas de iguales derechos.

¿Ser mujer y negra condiciona una doble exclusión, un doble maltrato? ¿Por qué?

GE: Exactamente. Desde que fueron capturadas en África hasta el día de hoy, las mujeres fueron las que tuvieron que servir con su cuerpo a los amos; trabajar por su vida y luchar por la subsistencia. Fueron bestias de trabajo y bestias cumplidoras de la tarea del placer. Andando el tiempo, se descubrió algo maravilloso: la mestiza, mulata en el caso de Cuba, sumun del exotismo y del placer sensual y sexual, pero también mujer, persona de segunda categoría, invisibilizada por todo lo que se conoce en la historia. Y con una carga agregada: la del color de su piel; la de su belleza, que no es la que se estima perfecta, sino la que tiene nalgas altas, labios demasiado pulposos, nariz muy ancha y cabello como mota de algodón.

Según la norma social impuesta, en tanto aclarabas, ascendías. Entonces, las mujeres negras han tenido que cargar con esa doble “culpa”: la de ser mujer y la de ser negra. Y no sé bien en qué orden, porque realmente cargar la culpa de ser diferentes en el mundo entero ha sido extraordinariamente difícil. Y así ha sido evaluada: mala, malvada y villana; trastocadora del deseo de los hombres; nada inteligente para el mundo de los saberes. Solo para la cama. Solo ese sexo ancho ha sido su “poder”.

SA: Porque supone violentar cotidianamente nuestros modos y hasta nuestro cuerpo. Hay una manera de ser, y es ser blanca, desde los patrones de belleza hasta las conductas. Hay que ser blanca a la hora de hablar, de caminar, de expresarse, de estudiar. La universalidad es la blancura y contra eso, solo se levantan ciertas alternativas que la sociedad acoge con reticencia. Si nos metemos en el ámbito de la sexualidad, ¿qué decir? Las mujeres negras y mestizas hemos sido cosificadas reiterativamente y en varias instancias.

NG: A la mujer, desde que nace, se le imponen conductas propias de su género, que siempre las hacen sentirse subsumidas en relación con el otro; limitadas, teniendo los mismos recursos que el hombre; cosificadas. Y si a esto le agregamos que su color de piel es oscuro, le toca doble ración de exclusión por todo el estigma y subvaloración que encierran las creencias de sus capacidades.

La historia de las personas de piel negra ha sido maltratada, no reconocida, y la falta de conciencia y conocimiento al respecto ha hecho que se olviden los orígenes y responsabilidad que tienen en la cultura en general. África, que fue el continente que marcó ese color de la piel, ha vivido una explotación que parece no tener fin, pues aunque ya la esclavitud no existe de manera oficial, perdura en formas diversas que hacen a las personas sentirse presas y agredidas, sólo por tener una seña de la marca de una disposición a la rebelión.

¿Cómo entroncan estas reflexiones con la sociedad cubana? ¿Caminos, alternativas, salidas?

GE: En Cuba creo que se ha hecho mucho, extraordinariamente, por las personas negras. Pero no sé si mucho sea la palabra correcta. Sencillamente, se comenzó a hacer lo que se debía de hacer. Pero esos caminos tienen muchos vericuetos: el sustrato patriarcal, machista y absolutamente racista de nuestra sociedad, aunque ha sido golpeado desde sus cimientos, no ha sido derrotado. Todo ese mundo de sutilidades tiene que ser continuamente combatido, cercado y bien delimitadas las barreras. Se ha pecado de ingenuidad, pienso yo, y en el decurso de los años, la vida ha demostrado que no bastan leyes, resoluciones, alternativas de equidad e igualdad en el acceso a los estudios, a la plena vida socioeconómica para la mujer negra. Todavía hay muchas más dificultades, que van desde la academia hasta la vida cotidiana.

Comenzamos a trabajar desde la academia, la cual estuvo paralizada durante muchos años. Mucho que nos han arrebatado estos temas. Tenemos que transitar, reconocer y, sobre todo, cercar estos asuntos en el día a día, en el barrio, la comunidad, la educación y cultura que se generan continuamente, en todo el universo de las sutilezas y en el de la intimidad de los hogares. Golpear, a la vez, toda manifestación de violencia de género, de violencia social y de violencia racial que aún subsista. Al reconocer las barreras, se pueden ir determinando las herramientas. Pienso que estamos en ese camino. Encontrar las herramientas para ir solucionando estas dificultades desde la realidad.

SA: Pues no sé bien, por ahí vamos haciendo lo que cada una puede desde su campo de actuación. El seminario del Marinello ha sido magnífico. Espero que de aquí en adelante todos sean pasos de avance para el logro de la equidad racial, lo que supone que nuestro paradigma no sea ya blanco, sino múltiple. Es más, quisiera pensar que no tendremos un patrón, sino varias maneras de actuar, todas válidas, y que dignifiquen a cubanos y cubanas, a propósito, precisamente, de su pertenencia racial.

NG: La sociedad cubana no escapa de las vivencias de toda esta realidad. Sabemos que 50 años de socialismo -frente a 500 años de esclavitud- no son suficientes para conseguir cambios ideológicos y culturales. La práctica ha demostrado que la solución no viene dada solo por decretos y oportunidades, hay una realidad más fuerte que es la económica y siguen siendo las personas de piel negra las más desfavorecidas. Tanto es así que, cuando una persona de piel negra no está en la pobreza, se mira de forma asombrosa y hasta sospechosa; muchas veces hasta son consideradas blancas por su actuar, en línea con la primacía de la influencia cultural eurocéntrica, donde lo blanco es lo que tiene valor.

Nos falta un trabajo de identidad y orgullo racial en todos los ámbitos, lo que conlleva una difícil tarea, pero es posible. Es muy necesario un abordaje desde lo político, los intentos de cada quien por su cuenta, a pesar de tenerlo más o menos consciente, no llevan la misma fuerza.

Los esfuerzos que desde un inicio ha hecho la revolución para la igualdad de derechos en todos los sentidos, en educación y oportunidades, muestran que no son suficientes ante un trabajo de modificación de conciencia tan complejo. La realidad demuestra que se requiere un trabajo más profundo, mancomunado, que implique a todas y todos, pero sobre todo incidiendo en la realidad concreta de cada persona que lo sufre.

Es necesario asumirse como persona negra, reconocerlo con orgullo y eso no ocurre de un día para otro. Yo tengo 65 años, soy mujer y negra, viví en la pobreza desde que nací, aproveché las oportunidades y, sin embargo, la conciencia racial la fui adquiriendo de a poco, chocando con la realidad, en debates con personas más expertas, leyendo mucho. Pero no todo el mundo se reconoce, eso lleva un proceso que hay que atender individualmente. No ocurre por contagio: vivo en un solar desde hace 34 años y mi ejemplo allí no ha sido suficiente para cambiar lo que hubiera querido a mi vecindad, negra igual, que choca con otras realidades. Es difícil, pero para las cubanas y cubanos no hay imposibles, así que ¡adelante!

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