Digna Guerra - La Jiribilla.- Acabo de regresar, junto a mis muchachos del Coro Entrevoces de competir en importantes festivales corales de Europa. Vinimos con el pecho lleno de felicidad al traer ocho importantes premios para la Patria. Los conciertos fueron a teatro lleno y mi orgullo de artista cubana me invadía en cada presentación: El nombre de mi Cuba bella brilló en el sitial más alto. Yo, mujer humilde, negra que nació pobre en un solar de la Habana, dándole gloria a mi tierra. Y todo eso, sin una sola concesión y con el mayor respeto hacia Cuba y lo que ha hecho por la cultura y por mí misma.


Mi felicidad, sin embargo, se ha enturbiado, porque un hecho doloroso me ha estremecido. En los más de 40 años de mi vida dedicados a la cultura cubana he visto de todo en este mundo y todas esas vivencias exigen mucho de mí. La hora que vive la humanidad no admite confusión y los artistas cubanos tenemos una responsabilidad demasiado grande con este pueblo. Olvidarla sería un error de fatales consecuencias.

Por eso, desde el dolor infinito que me han producido las palabras de Pablo y la manipulación burda y sin ética que de ellas han hecho los buitres de la información, me permito humildemente pedirle a Pablo y a todos que meditemos, que reflexionemos una y otra vez sobre cómo servir a la Patria.

Tengo frente a mí a mi Natacha. Una terrible “Ataxia Cerebelosa” la invadió desde niña. Nunca he sabido cuánto cuestan los medicamentos que gratuitamente recibe en Cuba. Son impagables para los pobres de cualquier parte del mundo. Lo que sí sé es que nunca han podido ser comprados en los EE.UU. Lo que sí sé es que Posada Carriles enlutó a este pueblo y anda suelto en Miami. Lo que sí sé es que esos cinco muchachos están presos por el único delito de cuidar de los cubanos. Por qué darle a gente que no nos quiere, que nos desprecia, la posibilidad de dirimir asuntos que solo a nosotros nos competen.

Nadie se preocupe por mi Natacha. Ella está bien. La Revolución más humana de la historia cuida de ella. Cuidemos nosotros a esta Revolución imperfecta pero generosa y noble. Nuestros nietos no nos perdonarán que en esta hora no hiciéramos lo que debimos. Lo que está en juego no es la carrera de ninguno de nosotros. Es el destino mismo de Cuba como nación libre y soberana.

Hace unos minutos mi coro infantil concluyó el ensayo de hoy. Me viene a la mente Saborit y su estribillo inolvidable: “Cuba, ¡qué linda es Cuba!, quien la defiende la quiere más”.

Septiembre 20 de 2011.

Cuba
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