Desde hace varios meses Silvio —el Rodríguez Domínguez de todos— ha decidido cantar para la gente más humilde de Cuba. No convoca a la prensa. No forma aspavientos. Solo escoge el lugar, planta su tarima, toma fotos y luego canta.
Apuesto a que no existe institución cultural que le niegue el espacio si él quisiera dar un concierto, pero Silvio ha optado por ese público que no va a los teatros ni compra sus discos.
Su proyecto actual no fomenta fortunas sino vivencias, para él y para quien lo escucha. Su aspiración —presumo— es quedar en la memoria y en la imaginería de esas casas grandes que son los barrios de Cuba.
Dicen que la idea le llegó de un policía de La Corbata, uno de esos tantos barrios periféricos y marginales que tiene La Habana. El vigilante lo invitó a acercar “la cultura” al lugar de sus rondas habituales. Silvio no solo aceptó sino que embelleció y convirtió la propuesta en una especie de cruzada que ya supera las varias decenas de conciertos.
Él sabe de su ascendencia en el público de la Isla y también del sustrato poético que nos define como pueblo, por eso no hace concesiones y solo invita a artistas de probado prestigio como los trovadores Vicente Feliú y Eduardo Sosa; el mágico Trío Trovarroco (Rachid López en la guitarra, el tres de Maikel Elizarde, y César Bacaró en el bajo); su compañera en la vida y en los sueños, la flautista Niurka González; el baterista Oliver Valdés y ocasionalmente el exquisito y cubanísimo pianista Frank Fernández; el guitarrista excepcional Víctor Pellegrini, la diva Omara Portuondo, la joven y virtuosa violinista Tammi, y otros.
Junto a él también llega Víctor Casaus y la pequeña biblioteca que deja en cada barrio.
La idea no es en realidad tan nueva. Desde los inicios de su carrera Silvio cantó en albergues, centros de trabajo, escuelas y mil escenarios aparentemente anónimos. Así confirmó su vocación juglaresca.
Por los ´80, realizó conciertos en las más grandes plazas de todo el país. Esa gira, que se llamó Por la Patria, la hizo con Afrocuba y de ella brotaron versos, canciones, sonoridades…
Durante cuatro meses del 2008 recorrió y cantó en las cárceles. En esa etapa —y presumo nuevamente— una de las mayores vivencias fue constatar la existencia, tras las rejas, de un universo mucho menos escatológico de lo que el prejuicio humano permite sospechar. Muchos de los que le siguieron en esa aventura volvieron siendo mejores personas.
Ahora el cantautor ha preferido el escenario pequeño, la complicidad del barrio, la confesión del vecino… Ardorosa espero las canciones y los proyectos que llegarán después. Porque con Silvio siempre hay un después.
Nadie se sorprende entonces de que los CDR —Comités de Defensa de la Revolución— decidan entregarle a Silvio el Premio del Barrio. Bien ganado lo tiene por ser presencia habitual en cualquier familia cubana, incluso en aquella que no repara en el trovador pero repite con fluidez aquello de “matar canallas” o “yo me muero como viví”.
Silvio, con su verbo luminoso, con la poesía que habla por muchos, con las certeras y valientes respuestas que otros prefieren callar, ha entrado ya en la memoria de Cuba.
