Mabel Machado - La Jiribilla.- El sociólogo y filósofo Aurelio Alonso nos recibe en la Casa de las Américas. Faltan solo un par de horas para la presentación del último número de la revista Casa, de la cual es subdirector, pero responde reposadamente a las preguntas de La Jiribilla en una salita de espera que ha elegido para que “conspiremos”, además, sobre un tema que nada tiene que ver con la entrevista. Transcurre más de una hora de diálogo y la frase con la que nos saluda Jorge Fornet (“vine a ver quién es la víctima del verbo pródigo de Aurelio”) advierte que, por el momento, no podremos publicar íntegramente la conversación.

 


Apenas hace una semana de que el Instituto Cubano del Libro le dedicara el homenaje “El autor y su obra” a este ensayista formado en los 60 y fundador de la Cátedra de Filosofía de la Universidad de La Habana. El homenaje, la publicación de su libro Iglesia y política en Cuba revolucionaria y de más de 150 artículos, por solo mencionar algunos aspectos de su labor como intelectual, evidencian que, pasados sus 70 años, Aurelio ha dicho y tiene que decir más de lo que debe callar.

 

I: La libertad tiene una esencia permanente

Ha hablado muchas veces de lo que significó para él, como joven y como intelectual, el triunfo de la Revolución Cubana. Del proceso que comenzó en 1959, dice, lo más impactante fue haber percibido la grandeza de su carga liberadora. Sobre esa promesa temprana y permanente se sustenta la fidelidad del ensayista hacia el proceso cincuentenario.

¿En qué sentidos la Revolución conserva para usted la carga de liberación que tuvo en sus inicios?

Esta no es una pregunta difícil de responder, porque se trata de algo que se vive en muchas formas y con más madurez. Quizá la vivencia de esa carga liberadora en los tempranos años 60 tenía un peso puramente emocional. En la medida en que uno madura, adquiere conciencia, sentido crítico y disensos. Si no tenemos disensos no somos auténticos.

La Revolución es una gran crítica a todo el estatus quo, a todo régimen anterior, a toda la configuración anterior. Es una crítica que lleva la razón, que se hace desde una gran verdad, pero desde una gran verdad que no viene sola; es una verdad que viene envuelta en un sinnúmero de errores y de debilidades humanas y de bajezas y de miserias que se realizan después en la historia. La historia le da a esa verdad un contenido diverso, pero esa verdad se mantiene si es capaz de subsistir.

Tal verdad subsiste, está presente ahora. El sentido de independencia, de libertad, de responsabilidad, el saber incluso qué lugar ocupa uno concretamente dentro de un proyecto social, me parece muy importante. Eso es algo que no se ha perdido, la población lo siente, eso en el fondo se vive. Uno no es un objeto de mercado, no se trata de que sepas cuánto vales, y de que hoy te pagan más y mañana menos y de que tratas de ganar más. Es elemental que todo el mundo trate de vivir mejor, pero lo que prevalece es que uno sabe lo que le toca darle a la sociedad, qué hacer y dónde, qué reclamarle, dónde puede aportar con la crítica y dónde rectificar o contribuir a rectificar.

El sentido de libertad es algo que se renueva, se recrea, se realiza con una madurez distinta, pero tiene una esencia permanente.

Una de las maneras de “aportar” que encontró su generación, fue el estudio del marxismo. Y una de las aportaciones suyas más significativas para pensar la Revolución han sido las polémicas. A varios años de la polémica de los manuales, ¿considera superada la manualización del marxismo en Cuba?

Sí y no. En abstracto, la Revolución se concreta desde los hombres que la hacemos, en cómo la vivimos y la pensamos. En nuestra realidad hay una dosis muy fuerte de seguidismo, pudiéramos decir que de subalternación, una cuota grande de mimetismo. Todavía la capacidad de pensar por sí mismos no es algo que cuaje totalmente, pero cuaja mucho más que hace 20 años. Existe siempre el dilema entre la disciplina y la iniciativa, el debate entre la imaginación y la norma. Es una tendencia a estructurar y desestructurar y, por otra parte, a subordinarse a lo estructurado. Es aquí donde se corre el riesgo de perder la capacidad de seguir reestructurando. Aún esta tendencia está presente y será difícil cambiarla. La noción del hombre nuevo es una posibilidad éticamente distante, no estamos tan cerca de lograr ese nivel de virtudes éticas, y más allá, ese de madurez y valentía en el pensamiento que dan la coherencia, la seguridad.

Teniendo en cuenta la posibilidad de maduración del pensamiento, ¿pudiera describir el punto en que se encuentra no solo el pensamiento social cubano, sino la enseñanza de las ciencias sociales en el país?

Me parece casi imposible definirlo cuantitativamente. Por desgracia, la enseñanza y las corrientes o estilos de pensar en Cuba desde el marxismo se han visto sometidos a diversas circunstancias azarosas. El ejercicio de pensar —con toda la libertad que el pensamiento requiere— se vio obstaculizado, aunque no se frustró porque hubo cabezas que se rebelaron y siguieron generando, y se dio una posibilidad de hacer contacto con las generaciones más jóvenes, una posibilidad de que no todo quedara en un seguidismo dogmático de una ortodoxia marxista que, en definitiva, demostró ser equívoca, insuficiente, que demostró ser lo más opuesto al marxismo que se pueda pensar.

El marxismo que se hizo doctrina, le restaba al ejemplo dado por el pensamiento de Marx toda la dimensión de valor metodológico-científica, la capacidad de dudar de todo como reclamaba él mismo y la posibilidad de convertir la irreverencia en un mecanismo del pensamiento. Hay que convertir la irreverencia en un mecanismo de pensamiento. Nadie tiene por qué aceptar como absoluta ninguna verdad si no está convencido de ella. No hay verdades definibles porque lo haya dicho otra persona. Nosotros todavía usamos citas de autoridad. Nuestros dirigentes, nuestros políticos y nuestros profesores todavía lo hacen.

En el último número de la revista Casa de las Américas, publicamos un artículo muy interesante del argentino Néstor Kohan (un crítico de Marx desde el marxismo) que constituye una prueba de marxismo verdadero al cuestionar la incapacidad del autor de El Capital para comprender el proceso libertador latinoamericano y su visión sobre Bolívar y el pensamiento emancipador.

La gran vigencia de Marx tiene que ver con que su crítica al sistema capitalista no se convirtió en un esquema de dogma. Nada más ajeno al doctrinalismo que Marx. Por ello, precisamente los resquemores con Engels ante el Anti-Dühring, porque previó desde temprano —y lo advierte entre líneas en el prólogo a la primera edición— que una obra así se pudiera convertir en un esquema o punto de partida para una esquematización. De ahí parte otra preocupación de Marx frente a los sistemas filosóficos. Él no quiere conducir su pensamiento hacia un sistema filosófico, está contra ellos y a favor de la filosofía como método. Luego, en la edición del propio libro posterior a la muerte de Marx, Engels se distancia un poco, tal vez entusiasmado con el éxito que ha tenido su obra, y entiende que lo que escribió como algo coyuntural, fue convertido por la clase obrera en algo más. Sin embargo, en el Anti-Dühring, junto con el intento de dosificación del marxismo, es donde empieza un encasillamiento del pensar que desde el punto de vista metodológico tiene muy poco de marxismo y de lo que el propio Engels aportó en otras de sus obras.

II: El reverdecer del marxismo corresponde al siglo XXI

En la nota a la antología de textos de la revista Pensamiento Crítico publicada recientemente por la Editorial Oriente, uno de sus fundadores junto con Alonso, Fernando Martínez Heredia (Premio Nacional de Ciencias Sociales 2006) recordaba la necesidad de que un pensamiento “hereje” acompañara a la Revolución en ciernes de los años 60. De esa necesidad, apuntaba, nació el grupo de la calle K y la revista que se dio a la tarea de contribuir a pensar la transición desde las Ciencias Sociales.

Aurelio, usted mencionaba el contacto de su generación con la más joven. ¿Pudieran existir hoy nuevos “herejes” del pensamiento, en el sentido positivo que tiene asumir esta posición desde la crítica?

Calificarse de hereje siempre tiene un valor relativo. De cierta forma, la Revolución Cubana ha sido hereje por muchas razones: el internacionalismo cubano fue hereje dentro de la concepción dominante del marxismo de la época conducido desde Moscú. Siempre el concepto de herejía debe verse con respecto a algo. Yo me sentía hereje en mi juventud frente al marxismo ortodoxo, de tipo doctrinal primero y política después.

Pero la herejía más importante de los años 60 en Cuba no fue la del grupo de Pensamiento Crítico, sino la del Che, por la relevancia de su personalidad, por la profundidad y por el alcance de su pensamiento en ese momento. Hoy nosotros sentimos que tenemos una capacidad de reflexión mucho más madura que entonces, lo cual no me hace menos hereje; creo que ahora lo soy más que entonces.

En aquel momento, nos sentíamos herejes porque, fundamentalmente, disentíamos de un marxismo doctrinalizado y también porque ese marxismo no era algo que estaba fuera de Cuba, sino dentro también. En el aporte de la lectura marxista en la integración del movimiento revolucionario, tiene un peso muy grande el pensamiento ortodoxo, estaliniano, conducido desde Moscú. Se dio a través del Partido Socialista Popular desde la presencia marxista original que, al organizarse, hizo que la lectura de la realidad revolucionaria y del actuar político fuera penetrando con cierta fuerza contradictoria, por tratar de asumir espacios políticos de conducción en el período inicial de integración del pensamiento revolucionario. Esto, que se conoce como proceso de sectarismo, se repite en el año 1968 con el nombre de microfracción. Al final se trata del mismo proceso que a veces se renueva, que no ha sido completamente extirpado del pensamiento ni de la conducta política. Nuestra Revolución ha sido muy complicada y merece mucha reflexión, como la merece la valentía y la capacidad del pueblo cubano de enfrentar la austeridad.

Ahora somos herejes frente a muchas más cosas. Creo que en eso tiene que ver el hecho de que se ha abierto un espacio para el pensamiento. Es lamentable decirlo, pero tuvo que caerse el campo socialista —ojalá hubiera encontrado una salida diferente— para que se diera esta oportunidad en los 90. Siempre los grandes cambios nacen de grandes partos, de grandes crisis.

Universalmente, el reverdecer del marxismo, a mi juicio, corresponde al siglo XXI, va a ser la doctrina de la izquierda en el futuro. No sé si va a triunfar, hay que tener un optimismo muy férreo, sin ser ingenuos. El alcance de la potencia militar que ha adquirido la lógica del capital sobre la humanidad, es demasiado grande como para ser triunfalista. Me cuento entre los optimistas porque la forma en la que termina el siglo XX con el derrumbe socialista de Europa del Este se nos revela la verdadera dimensión del descubrimiento de Marx, y nos abre la posibilidad de ponernos a su altura en nuestro tiempo; sin copiar lo que dijo como si nos fuera a brindar las soluciones para los problemas actuales. Tales soluciones debemos encontrarlas nosotros, mi generación y, en mayor medida, los jóvenes porque les resta más tiempo por vivir.

Esto es muy importante, pero no más fácil. En los 60, éramos unos herejes que creíamos que todo sería más fácil y que nuestras ideas correspondían a un pensamiento orgánico de la Revolución Cubana, que se podría implantar con un modelo propio. Desde entonces, vino la crisis de finales de los 60, el fracaso de la zafra de los Diez Millones, un contexto donde no se advertía otra salida, sobre todo con el bloqueo que teníamos. El socialismo cubano estaba bloqueado por un efecto de reacción en cadena, que no le hubiera permitido a Cuba lograr una resolución en la ONU sin contar con la solidaridad que comenzó a ganar a finales de los 80.

Hoy tenemos un bloqueo más agudo por parte de los EE.UU., no tenemos un socio equivalente a lo que fue la URSS en el plano económico; pero tenemos un mundo donde se nos comprende y se nos acepta más y donde recibimos más solidaridad. Y existe una América Latina que tiene relaciones a nivel de estado con nosotros, además de un cambio con la aparición de procesos radicales en el continente. Es un mundo distinto, un escenario que ha cambiado y al que también nosotros hemos ayudado a cambiar, porque en esa dirección hemos sido pioneros y protagonistas. No es para celebrar, pero se debe tener en cuenta que esta Revolución, aún con sus errores, significa mucho. Esto no tiene nada que ver con una afiliación mía con el discurso oficial, que asumo en una parte y en otra no, porque, por encima de todo, me sigo considerando hereje.

III: El capitalismo con rostro humano es un contrasentido

Al referirse al socialismo en el siglo XXI, Aurelio Alonso hace una distinción que puede parecer muy específica: prefiere llamarlo socialismo “del” siglo XXI.

¿En qué aspectos se separa la visión que considera al socialismo como un proceso que tiene lugar en el presente, de la otra que lo asume como un proceso que encierra la posibilidad de convertirse en la opción política del futuro para la izquierda?

La primera vez que hablé de socialismo en el siglo XXI —en aquel entonces utilicé el “del”— fue en una entrevista durante un Foro Social Mundial en Porto Alegre, que se publicó en el semanario Punto Final. El entrevistador, Carlos Torres, me preguntó sobre la opción para el futuro, y le respondí que sería socialista, pero que este socialismo debía reinventarse.

Socialismo en el sentido de que la lógica del capital, para seguir a István Mészáros, no tiene salida humana posible. El capitalismo con rostro humano es una falacia, un contrasentido porque se configura sobre la base de la acumulación de ganancias que se realiza quitándoles el dinero a otros. La lógica del bienestar en el capital es siempre para la minoría.

La única solución que tiene la humanidad a esa lógica implacable, es socialista. Pero ese socialismo no es el rescate de lo que se intentó en el siglo XX —y aquí hablo de la experiencia y no de los conceptos—. Los conceptos son engañosos: hablar de marxismo supone hablar de los descubrimientos de Marx; pero cuando hablamos de leninismo estamos usando un concepto inventado por Stalin para tratar de darle a su política de estado, a su visión de construcción socialista, el respaldo de Lenin.

El problema es muy sencillo: radica en que para los retos planteados hoy en la construcción del socialismo, no podemos rescatar modelos del siglo XX. Tenemos que construir nuestros propios experimentos. Hay que hacer experimentos socialistas sustentables, con características propias. La realidad cubana y la venezolana, por ejemplo, parten de realidades muy distintas, pero en sus objetivos tienen aspectos más comunes que en sus puntos de partida.

Cuba
Revista Raya.- Horas antes de subirse al escenario para cerrar el Festival "Autores Materiales" en Bogotá, la banda cubana Buena Fe, referente de la nueva trova latinoamericana, conversó con Revista RAYA. En el marco del festi...
Asociación Hermanos Saíz.- Del grupo Golpe Seko compartimos Pa´ lante, uno de sus más recientes audiovisuales, producido por La Casa Producciones y la Asociación Hermanos Saíz, y bajo la dirección de Se...
Asociación Hermanos Saíz.- Programa televisivo La Caja. La Caja llegó hasta la ciudad de Camagüey para contarnos todo lo relacionado con el festival de rap Trakeando....
Lo último
Venezuela y el ¿fraude? electoral
Marc Cabanilles - Levante. El Mercantil Valenciano - Foto: Prensa Latina.- Empiezo estas reflexiones aclarando que no sé si en Venezuela hubo o no hubo fraude electoral, como tampoco lo saben muchos políticos y tertulianos, que sin dato...
Ver / Leer más
La Columna
Cuba y Venezuela resisten
Gerardo Moyá Noguera*.- Ha triunfado la revolución bolivariana y también ha triunfado su más mentor de Chávez que no es más que el presidente Maduro. Viva Maduro y su revolución bolivariana. ¿Qu...
La Revista