Gilda Fariñas Rodríguez - Revista Mujeres.- «Ningún instante de tan legítimo orgullo como este en que cuatro y medio siglos de ignorancia han sido demolidos» Fidel Castro.


La historia de Dalia Zapata y varios cientos de jóvenes como ella, guarda increíbles coincidencias con lo vivido por otra generación, en otra etapa memorable para la Revolución cubana. Y es que 50 años atrás, cuando Fidel pidió a la juventud ser parte de la masiva cruzada educativa que sacaría de la ignorancia a casi un millón de cubanos y cubana, cien mil muchachas y muchachos respondieron. Junto a otros miles de maestros voluntarios, ellas y ellos emprendieron la titánica Campaña de Alfabetización.

Como entonces, Dalia formó parte de ese ejército de jóvenes que respondió a un nuevo llamado de Fidel; ahora, ante la emergencia que presionaba al sistema educativo en Cuba debido a la escasez de maestros, sobre todo en la enseñanza secundaria. Y aunque su familia puso resistencia, ella aceptó sin titubeos. Casi estaba por terminar los estudios en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias, allá en su natal Santiago de Cuba, cuando llegó la convocatoria. En realidad, la docencia nunca estuvo entre en sus aspiraciones profesionales, como sí la sociología, confesó.

«Sin embargo, matriculé en la carrera de Licenciatura en Pedagogía, y tras vencer el primer año en el Instituto Pedagógico de Santiago, viajé a La Habana donde, además de continuar los estudios como Profesora General Integral (PGI), comencé a impartir clases a estudiantes de Secundaria Básica.»

Hoy, ocho años después, esta profesora veinteañera acumula un exitoso expediente laboral, varias distinciones y el respeto de alumnos y colegas. Mujeres encuentra a Dalia, preparando su próxima clase de química que imparte al noveno grado, en la escuela Jorge Arturo Vilaboy Viñas, en el municipio de la Habana Vieja.

¿Qué representa para ti, ser parte de ese proceso educativo que intenta restablecer la calidad docente que identificó, por décadas, a la enseñanza en Cuba?

«Siento que es un reto grande, como lo pudo haber sido para quienes protagonizaron la Campaña de Alfabetización. Claro que mi labor no es alfabetizar; pero sí mantener la enseñanza en las nuevas generaciones y lograr que cada estudiante que gradúo reciba, junto al título, la certeza del conocimiento bien aprendido».

¿Cómo recuerdas la etapa en que estudiabas en la Universidad a la vez que asumías la docencia en Secundaria Básica?

«Fueron años muy duros aquí en La Habana pues, ante la carencia de maestros, tuvimos que afrontar esa responsabilidad sin apenas prepararnos. Para desarrollar nuestros planes de clases y la metodología de cómo impartirlas, nos apoyamos en profesores de un poco más de experiencia. En aquellos primeros períodos, no teníamos los tutores que existen hoy para monitorear, apoyar y corregir nuestro trabajo. De hecho, reconozco que para ser buen maestro/a, hay que gustarle este inmenso trabajo, estar dispuesto/a a afrontar grandes esfuerzos y, sobre todo, estudiar mucho sin dejar un día de hacerlo».

¿Cambiarías el aula por tus sueños de ser socióloga?

«Por supuesto que no me arrepiento de la decisión tomada. Me apasiona dar clases y aunque me considero muy exigente con mis estudiantes, también lo soy conmigo misma a la hora de prepararme para enseñar. Vivo lejos de mi familia, en una residencia estudiantil y sin ciertas comodidades que podríamos tener en nuestro hogar. A pesar de eso, continuaré mi servicio aquí hasta el momento en que me pidan regresar a mi Santiago.»

«Basta para ser grande, intentar lo grande.»

Una definición martiana que acompaña la vida de quienes, hace cinco décadas, subieron las montañas, caminaron los llanos o colmaron las ciudades y los pueblos, justamente, para conquistar lo grande. Porque aquel 22 de diciembre de 1961, esta pequeñita Isla del Caribe hizo que medio mundo quedara paralizado con la noticia: Cuba declaraba su territorio, libre de analfabetismo en menos de un año, tal y como lo había prometido Fidel ante la Asamblea de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

Sin precedente en ningún país, la Campaña de Alfabetización sacó de la ignorancia total a más de 707 mil cubanas y cubanos. Una misión cumplida a pesar de los vientos y mareas con que los Estados Unidos, comenzaban a azotar la naciente Revolución. Acciones viles que enlutaron la obra, pero no la malograron. Porque, por cada uno de sus mártires, miles de nuevos alfabetizadores sumaron cartillas, manuales y voluntad. Así nació la Brigada Conrado Benítez, con sus cien mil muchachas y varones, entre 9 y 16 años de edad que impartieron clases, fundamentalmente, en zonas rurales.

Lilavatti Díaz de Villalvilla, formó parte de ese contingente donde las jovencitas fueron mayoría, al cubrir el 52 por ciento de la cifra total. Con 15 años de edad y estudiante del Instituto Preuniversitario de la Víbora, en La Habana, cumplió su labor en el oriente del país por decisión propia. Pasado este largo tiempo, Lila -como muchos le dicen-, nos recibe en su casa. Con una cordialidad casi familiar, emprende un diálogo repleto de testimonios conmovedores. Sobre la mesa, se amontonan fotos, documentos, condecoraciones, el manual, la cartilla y la bandera de la campaña; también el orgullo de haber sido la joven elegida para hablar en nombre los cien mil alfabetizadores de las Brigadas Conrado Benítez, aquel 22 de diciembre, en la Plaza de la Revolución.

«Así lo decidió la dirección de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (antecesora de la UJC), cuya organización yo integraba. Estar en la tribuna, al lado de Fidel, fue una de las grandes emociones vividas ese día. Varias muchachas estábamos allí, entre ellas, Margarita Dalton, la compañera mexicana que habló en representación de las brigadas internacionales que apoyaron la campaña. Fidel, después de conversar un rato, bromeo con nosotras; me preguntó si yo estaba nerviosa por hablar delante de tantas personas, pues según nos aseguró, él siempre se sentía de ese modo a la hora de hacer un discurso.»

Con un orgullo que saca chispas a su mirada, Lilavatti muestra la fotografía donde aparece junto a Fidel y el entonces presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós, en ese acto. Y mientras hojeaba otras imágenes, recordaba los días vertiginosos de la Campaña, alfabetizando campesinos, viviendo en sus casas, durmiendo en hamacas, compartiendo las labores del campo, comida, alegrías, tristezas….

«Mi primera ubicación, fue en un barrio muy humilde del entonces Central Delicias, conocido como La Boca, en Puerto Padre. Alfabeticé a cinco adultos, incluyendo al anciano Juan Leyva, de más de 70 años, pero con una aguda inteligencia. Tuve otras alumnas como Julia, que 25 años después cuando volví a ese lugar, la encontré trabajado en la administración del policlínico.

«Después de terminar mi labor en La Boca, continué en el barrio Los Alfonso, pero ya como coordinadora del trabajo del resto de los alfabetizadores. Allí viví, con otros cinco brigadistas, en la casa de Manolito Almaguer. Él me entregó su yegüita Sonia que era tuerta y chocaba todo el tiempo contra cualquier cosa, hasta que aprendí a conducirla sin tropezar. Siempre tuve apoyo y compañía de los pobladores. Aquellas personas, también, me confirmaron la certeza de que los objetivos se pueden lograr cuando nos los proponemos. De hecho, esa experiencia me sirvió, después, para lograr cosas en mi vida que implicaron grandes sacrificios, como mi carrera de Geología y el doctorado en ciencias geológicas, con dos hijos pequeños, un esposo y una casa que atender. Ciertamente, mi generación tuvo el honor de hacer algo grande y que además no era para sí mismos, sino para el bienestar de otros.»

«Saluda al sol y acata al monte»

El camión serpenteaba entre el lomerío manzanillero. Corría la mitad del año 1961 y la Campaña de Alfabetización estaba en pleno apogeo. Unas 25 jovencitas viajaban sobre el enorme vehículo como integrantes de las Brigadas Conrado Benítez. Entre ellas, Leonor Álvarez con 13 años recién cumplidos y un montón de sueños por consumar. Aunque apenas había concluido el sexto grado, sus padres no dudaron en firmarle la autorización para incorporarse a la Campaña.

Al hablar de aquellos días, no puede esquivar las lágrimas. «Éramos casi niñas, pero ninguna tambaleó a la hora de apoyar ese gigantesco movimiento educativo.»

Después de un largo viaje, el grupo llegó al pueblo de Media Luna, de donde partieron hacia la histórica zona de Cinco Palmas.

«Durante el trayecto de 29 kilómetros, cruzamos en zigzag más de una veintena de veces un río que atraviesa las montañas. Sin embargo, sabía que luego de ese fatigoso recorrido, tendría la recompensa de poder alfabetizar en la finca del revolucionario Crescencio Pérez. Allí me hospedaron en la casa de su hijo Ramón, además de tener como alumnos a seis de sus familiares, incluyendo a la esposa. Sin embargo, cuando apenas había rebasado el primer mes como brigadista, tuve un fuerte dolor de apendicitis y la jefatura decidió enviarme de regreso con mis padres. Afortunadamente, al ser examinada por los médicos, ellos decidieron que no era necesario operarme. Por lo que, sin pensarlo dos veces, le pedí a mi madre reincorporarme a mi labor de alfabetizadora.»

Por temor a que volviera a enfermar, los dirigentes de la Campaña, decidieron ubicarla en el poblado habanero de Santa María del Rosario. Unas semanas más tarde, al ser declarado ese territorio libre de analfabetos (segundo en el país), Leonor conformó junto a otras 14 jovencitas, entre 12 y 18 años de edad, una nueva brigada. El Batey de Monserrate, en el pueblo matancero de San Antonio de Cabezas fue el próximo destino.

«Comenzamos a enseñar en la escuela, pero por muy poco tiempo. Precisamente en ese centro, daba sus clases el brigadista Patria o Muerte, Delfín Sen Cedré, asesinado por bandas contrarrevolucionarias. Después de este suceso, nos trasladaron hacia San Antonio de Cabezas. Más tarde supimos que los mismos asesinos de Sen Cedré, tenían igual intención con nosotras.

«Las 14 muchachitas nos encargamos de alfabetizar, en un barrio muy humilde de San Antonio, a 75 personas que tenían un gran interés por aprender. Concluimos justo el 20 de diciembre y de inmediato regresamos a La Habana para estar en el acto central en la Plaza de la Revolución, el día 22.»

Leonor detiene sus recuerdos y repasa de un tirón el mapa que, después, siguió su duro batallar en la vida: la crianza de sus dos hijos, el estudio de varias profesiones, los tres idiomas que conoce, las misiones internacionalistas en África junto a su esposo, el accidente que casi le cercena una mano y más recientemente, aunque ya jubilada del Ministerio del Interior, el intenso trabajo que comparte en un proyecto cultural comunitario con mujeres.

De vuelta a la experiencia única, vivida durante la Campaña de Alfabetización, Leonor no puede evitar humedecer sus ojos. Sin dudas se sabe protagonista de una gran epopeya.

Foto:archivo del Museo de la Alfabetización.

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