Graziella Pogolotti - La Jiribilla.- Lo que alguna vez fue nombrado ensayo es un producto genuino de la primera modernidad, involucrada en la aventura del conocimiento y la lucha por romper las fronteras del pensar dogmático con una visión esencialmente integradora y humanista. Sin desdeñar los datos objetivos de una realidad cambiante, el ensayo reconoció, afirmó el predominio de la mirada individual, vale decir, de la subjetividad. Evitó formular ambiciosos sistemas filosóficos, porque antropocéntrico, enaltecía al hombre en un planeta que ya no era el entorno al cual giraba el universo. Por esa vocación ancilar, su presencia en el panorama cultural ha sufrido altas y bajas aparejadas a los avatares de la historia. No pretendo reconstruir aquí tan sinuoso camino. Me detendré tan solo en el transcurso del último medio siglo.


Los años medianeros de la pasada centuria favorecieron, con un bullir de ideas, un esplendor de la reflexión ensayística. La segunda guerra mundial arrastró el rebrote del proceso de descolonización. Para desentrañar el fenómeno y abrir ventanas hacia el futuro, se rompieron los límites entre las ciencias sociales. Un concepto renovador de la cultura se convertía en cauce integrador de los datos procedentes de la economía, la historia y la sociología. Según los contextos específicos, la independencia podía alcanzarse a través de la insurrección popular como en Vietnam o mediante la resistencia pacífica dirigida políticamente, al modo de la India de Gandhi. Una y diversa, la América Latina se definía por rasgos comunes y circunstancias concretas particulares. Sin embargo, en tan complejo entramado de coyunturas, suele olvidarse el papel protagónico del individuo en la conducción de los acontecerse que modulan el historia.

Había ocurrido antes, en una islita relativamente despoblada, sometida todavía al dominio colonial, surgiera una figura deslumbrante por su lucidez su intuición, su percepción de la contemporaneidad, su realismo y su visión profética. Se trataba de José Martí, viviente en el inconsciente colectivo de los cubanos, a pesar de que su imagen se ha fijado en inconmovibles estatuas broncíneas. Hombre fue ante todo. Padeció las ingratitudes que había previsto. Embarcado en un batallar incesante hizo de su vida un permanente aprendizaje. Lector insaciable, se valió de la observación del entorno para abrir una vía de conocimiento y de la experiencia personal en el dolor como una fuente constante de autosuperación. Porque el saber verdadero nace de la inteligencia, del corazón y del roce de la piel con las asperezas de la existencia.

A la sombra de la historia, las voces tercermundistas que ocuparon el escenario a mediados del siglo XX fueron silenciadas por el auge de un pensamiento academicista impulsado por los más poderosos centros universitarios. El mercado de las ideas fue ocupado por brotes teoricistas, elaborados muchas veces al margen del estudio de las fuentes primarias. Constituidos en paradigmas, esas propuestas provocaron ecos miméticos en todas partes. Una comunidad científica falsamente internacionalizada se sumaba a una corriente recolonizadora del pensamiento. Bajo los efectos del manualismo, el pensamiento cubano se replegó en trabajos puntuales que exhumaron datos de interés sin comprometerse en los grandes debates latentes en el trasfondo de la época. Con el derrumbe del socialismo europeo, los intelectuales se redujeron a la condición de rentista del saber.

Cuando la humanidad se precipita alegremente hacia su autodestrucción, ha llegado la hora de repensar el mundo. Las señales que iluminan el camino todavía son inciertas. En un esbozo de lo que podría hacerse, América Latina intenta formular su propia alternativa. Hay que replantear la utopía, desacreditada por los gurús contemporáneos. Se requiere separar el grano de la paja, lo posible de los espejismos ilusorios. Esa meditación subyace en buena parte de la narrativa de Alejo Carpentier. Devenido Romero, Juan de Amberes llega a La Habana persiguiendo El Dorado. Encuentra unas pocas callejuelas cubiertas de fango. Involucrado en un incidente de la mala vida, se refugia en un palenque donde convive con una negra, con un luterano y con un judío converso, en armonía con la naturaleza y en un clima de perfecta tolerancia. Apremiados por el deseo de volver a España, emprenden un regreso que los conducirá a caer en manos de la Santa Inquisición. Habían pasado junto a la utopía sin reconocerla. Situado en la intersección de múltiples coordenadas, el ensayo tiene que reclamar el lugar que corresponde a su ambiciosa proyección integradora, a contracorriente de la minúscula y fragmentaria especialización en los espacios delimitados por las teorías de moda. Ese mal ha tocado también a los cubanos, movidos por una voluntad de actualización y fascinados por el estreno de las nuevas ideas que ya cumplieron la función de remover el terreno y ampliar el horizonte. Con esos recursos en la mano, corresponde ahora precisar el anclaje en el lugar y el tiempo, alejados a la vez de pueriles localismos y de fáciles posturas miméticas.

Premio Carpentier de reciente publicación, Convivencias de El Viajero, de Mayra Beatriz Martínez apunta hacia el renacer de un pensamiento creador. Sobre el andamiaje atemperado de algunas teorías contemporáneas, nos devuelve una reflexión martiana ajustada a las necesidades de los días que corren. La polisemia latente en la noción de viaje –a través de la geografía, a través de la vida, a través de la aventura del descubrimiento- desmantela la imagen broncínea del Apóstol. Comprometido en el proyecto utópico de emancipación humana, hombre de su tiempo, lo sobrepasa acicateado por una curiosidad sin límites y por el permanente espíritu crítico. De esa manera, transforma en aprendizaje la experiencia concreta con personas de todas las procedencias y con culturas aun no descifradas en el siglo XXI. Hijo de la modernidad y de la ilustración —no podía ser de otro modo—, obsesionado por el porvenir de nuestra América en gestación, matiza las verdades sabidas, reajusta el punto de vista, persigue el perfil de un modelo propio. Intuye que toda verdad es respuesta provisional a las circunstancias dadas, eslabón necesario para sucesivas aproximaciones. Aunque no la nombrara así, su búsqueda corresponde a una concepción dialéctica y antidogmática. Con este enfoque, José Martí tiende a la trampa del binarismo civilización versus barbarie, característico del siglo XIX y sostenido aun después, a la sombra del progresismo modernizador.

En su construcción de un porvenir americano, el cubano deberá afrontar tres problemas relativos todos a la inclusión de sectores sociales: el indio, el negro y la mujer. Viajero de la geografía y el pensamiento, habrá de plantearse múltiples interrogantes sobre cada uno de ellos. Todavía niño, un breve viaje con el padre le mostrará en todo su horror la violencia de la esclavitud y no habrá salido de la infancia cuando el presidio político determina una convivencia aleccionadora con los más diversos estratos sociales, una experiencia imborrable, definitoria en lo físico y lo moral de la elección de un destino. Llegada la temprana juventud, peregrino ya de la causa de su nación, conocerá México, Guatemala y Venezuela. Encontrará allí otra cultura, la indígena, aun poco explorada por los estudiosos. Están los restos tangibles de monumentos grandiosos y la presencia viviente de otros idiomas, otra mentalidad hecha al recelo por siglos de opresión. El hombre ilustrado vacila, pero no renuncia a entender. El lector omnívoro, como ya lo apuntara Luis Álvarez, está informado de los pasos iniciales de una ciencia en germen: la antropología. Ese catalizador aguza la mirada para percibir los testimonios de una cultura material y espiritual que deberá encontrar sitio y reconocimiento en las nuevas repúblicas mediante la asimilación de lo más valioso de la herencia venida de Europa, al modo de Benito Juárez o del cubano Juan Gualberto Gómez.

El ensayo de Mayra Beatriz Martínez contribuye a rescatar en José Martí al contemporáneo que hoy necesitamos. Bajo el impulso fundamental de hacer patria, hizo de la vida un tránsito de aprendizaje. Desasido de la servidumbre a leyes abstractas, se liberó también de algunas ataduras del pensamiento ilustrado que lastraron el entendimiento social de algunos liberadores latinoamericanos. El viajero supo observar el entorno con sus paisajes y sus ruinas prehispánicas y, sobre todo,  a los seres humanos que los habitaban. Lo hizo, como los obreros cubanos de Tampa y Cayo Hueso, desde la inteligencia y la simpatía, desde el corazón y la sensibilidad. Por eso, en Nuestra América pudo plantearse, para su tiempo y para el nuestro, el sentido de la modernidad necesaria, la base sobre la cual habrían de edificarse nuestras repúblicas. En el alma del poeta habitaba el político, capacidad excepcional de articular las iluminaciones fulgurantes y los asideros de la tierra enturbiada por los conflictos de la polis, otra razón para que su cercanía resulte imprescindible en los días que corren, cuando los visionarios parecen sucumbir ante el predominio de minúsculos intereses y mezquinas rivalidades de campanario. Empantanadas, las izquierdas no encuentran el discurso renovador. En el primer mundo, la clase política, desacreditada por su incapacidad y su ceguera, ha sido desplazada por los servidores de las finanzas en el ejercicio del poder. Apartada del humanismo, el recetario tecnocrático se convierte en dogma. Los focos de rebeldía se multiplican, pero han aprendido a desconfiar de la retórica y de los programas. En este desamparo, sus explosiones sucesivas serán acalladas. Porque el descrédito de los partidos y de los sindicatos, les ha hecho olvidar que el término política concierne a la solución de los problemas de la polis, como lo advirtieron los filósofos desde Platón y Aristóteles hasta nuestros días.

Ese Martí mutante, en permanente desarrollo hasta su último aliento, el pensador capaz de conciliar los sueños y el renovado reconocimiento de la realidad de la historia, lúcido observador de la grandeza y la fragilidad de los seres humanos, descubridor de horizontes en el maridaje de poesía y política, regresa a nosotros, imprescindible y cercano en los momentos más difíciles.

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