Ángel Guerra Cabrera - La pupila insomne.- La erradicación del analfabetismo, hace ahora medio siglo (22 de diciembre de 1961), es una de las más grandes e importantes hazañas de la Revolución Cubana.


Sin embargo, pocos, con excepción de expertos o personas interesadas, conocen fuera de Cuba –incluso entre sus numerosos amigos- los antecedentes históricos, los pormenores políticos, técnicos y organizativos así como la impronta histórica y política de la Campaña Nacional de Alfabetización (CNA). Por cierto, tampoco existe un conocimiento suficiente del tema entre las nuevas generaciones de la isla.

La CNA tuvo una enorme trascendencia como hecho multiplicador en lo cuantitativo y cualitativo de la inédita revolución cultural operada en Cuba y en el delineamiento de una nueva pedagogía enraizada en la mejor tradición cubana y universal. A la vez influyó notablemente en la fisonomía ideológica, política, social y cultural que tomaría la Revolución Cubana hasta nuestros días. Al extremo que es imposible explicarse cabalmente sus contenidos socialistas, su originalidad y ética humanista, sin tener noción de la magnitud que llegó a alcanzar como movimiento popular de masas así como de sus principales rasgos distintivos.

Aunque no sean suficientes para aprehenderlo cabalmente, los datos estadísticos son indispensables para imaginar las dimensiones y calado social del esfuerzo alfabetizador. En 1961 fueron censados en Cuba 907 209 analfabetos, de los que se alfabetizó a 707 212 hasta el 22 de diciembre –fecha de culminación de la CNA- por 262 793 maestros y alfabetizadores voluntarios. Si se suman los maestros, los alfabetizadores y los analfabetos –sin contar los numerosos activistas- da un total de 1 248 930 personas participantes en la CNA. Pero si tomamos la propuesta del historiador de la educación en Cuba Felipe Pérez de la Cruz, de sumar a aquellos su cálculo de 3 122 325 familiares de analfabetos y alfabetizadores, el número de personas asociadas a la empresa asciende a 4 371 255. O sea, un 63.05 por ciento de los 6 933 253 de habitantes que constituían la población estimada de Cuba en 1961.

A estos datos deben añadirse otros no menos importantes que pueden ayudar a completar la visión sobre el profundo y acelerado cambio en las concepciones ideológicas y políticas imperantes en la sociedad y el renunciamiento, la generosidad, la solidaridad humana y el espíritu de sacrificio que unió a los millones de personas implicadas en la épica contienda.

Un caso sumamente ilustrativo es la movilización voluntaria de 89 500 brigadistas “Conrado Benítez” hacia áreas rurales, en su totalidad estudiantes secundarios de ambos sexos que nunca se habían separado de sus padres, a los que estos autorizaron a marchar a parajes frecuentemente muy lejanos e intrincados, como zonas montañosas, durante los meses que duró la CNA. Más aún, la intensificación por la contrarrevolución en los últimos meses de 1961 de los asesinatos contra alfabetizadores y activistas fracasó estrepitosamente pues la inmensa mayoría de los jóvenes permanecieron alfabetizando en sus zonas de destino y continuaron movilizándose nuevos alfabetizadores. Todo ello muestra la enorme confianza de padres y madres en la Revolución y su firme compromiso no sólo con la tarea alfabetizadora sino con su carácter socialista proclamado en abril de 1961, vísperas de la invasión de la CIA por Bahía de Cochinos. Esa actitud también se había puesto en claro durante la agresión misma, momento en que se iniciaba la capacitación y movilización de las Brigadas “Conrado Benítez”, que no se interrumpió ni en esa circunstancia extrema.

La CNA fue una gran escuela para todos sus participantes. Alfabetizadores, analfabetos, activistas y dirigentes se vieron envueltos en un espíritu colectivo de consagración a la tarea que permitió romper barreras seculares de incomunicación. Para los alfabetizadores y sus padres –que siempre que podían visitaban a sus hijos- se abrió una puerta para conocer las virtudes, valores y carencias del mundo agrícola y campesino, contra el que tantos prejuicios existían en la sociedad urbana. Los brigadistas se alojaban con frecuencia en la casa de los campesinos que alfabetizaban y esto dio pie a duraderas relaciones de amistad y compañerismo. De la misma manera, la CNA fue también un vehículo fluido de relaciones interraciales y por lo tanto un ariete contra la discriminación racial del negro –fuera analfabeto o alfabetizador-, estereotipo sembrado durante la esclavitud de la población de origen africano y apuntalado siempre por la cultura dominante como medio para dividir al pueblo explotado.

La gesta alfabetizadora cubana constituyó uno de los movimientos de masas más abarcadores y promotores de la educación política de un pueblo que se hayan llevado a cabo. En un estimado conservador puede afirmarse que algo más de 65 por ciento de la población estuvo estrechamente vinculada de una u otra forma a la Campaña Nacional de Alfabetización (CNA). Es muy fácil comprenderlo si a las cifras de personas participantes y vinculadas a la campaña anteriormente expuestas, añadimos las decenas –o cientos– de miles de activistas de las Comisiones de Alfabetización en las instancias nacional, provincial y municipal. Eran miembros de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, las organizaciones estudiantiles, femeninas, campesinas, barriales, profesionales, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y de las Organizaciones Revolucionarias Integradas, nombre que recibía entonces el partido dirigente de la revolución. Debe considerarse, además, la absorción por sus compañeros de las labores que dejaban en los centros de trabajo los 15 mil brigadistas obreros “Patria o Muerte” movilizados como refuerzo en los tres meses finales de la campaña. Fidel Castro, estratega de todos los grandes movimientos de masas de la revolución cubana y sistemático impulsor de la campaña de alfabetización, afirmó: “No hacían falta tantos recursos económicos, muy pocos recursos económicos. Hacían falta recursos humanos, y las naciones tienen grandes recursos humanos, pero sólo las revoluciones pueden movilizar todos los recursos humanos de un pueblo”.

La revolución cubana alfabetizó entre enero y diciembre de 1961 a 807 mil 212 ciudadanos pues 100 mil ya habían sido liberados de ese flagelo durante la guerra de liberación y los años 1959 y 1960, como señaló entonces el ministro de Educación Armando Hart Dávalos en el informe final de la CNA. Hart supo interpretar cabalmente las concepciones de Fidel y de Martí sobre la educación y la cultura como instrumentos indispensables de la liberación y realización plena del ser humano y de profunda trasformación de la realidad social, las que aplicó y desarrolló con enorme creatividad. Junto a Fidel, fue el artífice de la gran revolución educacional y cultural que se venía gestando desde enero de 1959 y, si se va más a fondo en el análisis, desde el ataque al cuartel Moncada. Tuvo la visión de reunir en torno suyo a los más capaces, honorables y experimentados educadores de Cuba, promover el debate entre ellos para llegar a las mejores síntesis en la práctica y la teoría pedagógicas. Acostumbraba aplicar los proyectos casi siempre de modo experimental y sólo aprobaba su generalización una vez puestos en práctica y analizados los resultados. No obstante, tenía muy claro que, por mejor formulados que sean, toda idea o método envejecen. Pude participar de esta práctica pedagógica con mucha frecuencia junto a Raúl Ferrer, uno de aquellos pedagogos, viejo militante comunista además de líder magisterial, poeta de raigal cubanía, muy identificado con las ideas de Hart y Fidel y uno de los pilares de la CNA y posteriormente de la creación y desarrollo del sistema nacional de educación de adultos. Recuerdo también con afecto y respeto a Abel Prieto (padre), José Aguilera Maceiras, Gaspar Jorge García Galló, Juan Mier Feble, Dulce María Escalona y Cordelia Navarro.

Ellos encarnaban las tradiciones patrióticas, rebeldes e innovadoras de la escuela cubana surgida junto a (y forjadora de) la nacionalidad desde comienzos del siglo 19. Abrevaron del ideario pedagógico de Félix Varela, José de la Luz y Caballero, José María Mendive, José Martí y Enrique José de Varona: profundamente anticolonialista, antirracista, emancipador e inspirado en diversas corrientes del pensamiento humanista. Entre ellas el marxismo, presente en la educación cubana desde el primer cuarto del siglo 20 y de la que la Universidad Popular “José Martí” fundada por Julio Antonio Mella es un alto exponente. También cabe recordar los esfuerzos educativos gestados desde fines del siglo 19 y principios del 20 por los sindicalistas anarquistas. La lucha por la educación popular ha estado plasmada en los programas revolucionarios cubanos de todas las épocas.

Uno de los grandes méritos de la revolución cubana en sus primeros años es haber sido capaz de conducir simultáneamente la alfabetización y, en perfecta sincronía con ella, otros grandes movimientos de masas como las trasformaciones agrarias, la organización y funcionamiento –sin refacciones– de la industria socialista y la creación -en alrededor de dos años- de un gran ejército popular capaz de derrotar y disuadir al enemigo imperialista. Estudiar cómo esto fue posible en las difíciles condiciones de penuria de cuadros calificados, constantes agresiones terroristas y bloqueo yanqui puede aportar valiosísimas claves para realizar con éxito las transformaciones que actualmente implementa Cuba.

La CNA no fue concebida para conseguir sólo una ilustración elemental de los iletrados. Su diseño partía del principio de que era sólo el inicio del programa nacional de educación de adultos. En 1962 se organizaron las aulas de seguimiento y la Central de Trabajadores de Cuba y demás organizaciones de masa lanzaron la consigna de llegar al sexto grado a todos aquellos que no lo habían alcanzado, tarea a la que se aplicaron a fondo.

La batalla por el sexto grado, sumada a la creación e impulso a las Secundarias y Facultades Obrero-Campesinas propiciaron que decenas de miles de alfabetizados o subescolarizados accedieran al noveno grado, al bachillerato y a la educación superior. Unidos a la escolarización universal de todos los niños y niñas del país y la prosecución de los estudios secundarios, tecnológicos y de nivel superior por cientos de miles de jóvenes becados –muchos de ellos alfabetizadores- crearon un sólido cimiento educativo y cultural. A la vez, surgió un sistema nacional de enseñanza abarcador de prácticamente todas las manifestaciones artísticas, que ha experimentado un pujante desarrollo.

Todo ello le permitió a Cuba lograr una tasa de escolarización y retención óptima en los distintos niveles de su sistema educacional, incluso en las circunstancias tan difíciles a que la arrojó la desaparición de la URSS, etapa de crisis llamada oficialmente Período Especial. No es por ello extraño que la UNESCO haya reconocido en todos sus informes los relevantes resultados cubanos en la educación. Lo primero que hay que salvar es la cultura, dijo Fidel Castro cuando se iniciaba aquella crisis.

Los logros educacionales y culturales de Cuba, unidos a los de salud y seguridad social han hecho que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo evalúe su Índice de Desarrollo Humano como superior a la media latinoamericana. Esa misma posición delantera se observa en el rendimiento de los alumnos cubanos de primaria en las pruebas aplicadas por la UNESCO en la región en varias ocasiones. La isla cuenta con 700 000 profesionales universitarios, 100 000 de ellos profesores en ese nivel, así como 220 instituciones de investigación científica con 35 000 trabajadores. La matrícula total en todas las enseñanzas en 2005 ascendía a 2 718 874, en un país de poco más de 11 millones de habitantes.

Cuba alcanzó hace tiempo las metas del milenio de la ONU en educación, a las que supuestamente se debe llegar en 2015, y es evidente que numerosos países de América Latina y el Caribe, África y Asia no podrán cumplir entonces. Sin embargo, naciones como Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Ecuador y Nicaragua realizan esfuerzos notables para lograrlas. Habrá que observar en qué situación quedarán en esa fecha países desarrollados como Estados Unidos –que ya exhibe una tasa de analfabetismo funcional de 1 por cada 25 habitantes- y varios europeos, todos los cuales, en los últimos años, han dejado en el abandono, o desatendido, a la educación pública.

No obstante sus avances, el sistema de educación cubano fue afectado por los graves problemas económico-sociales del Período Especial y no ha estado exento desde antes de altas y bajas, errores y retrocesos. Lo que sí no ha variado nunca ha sido la voluntad política del liderazgo revolucionario de mantener una alta prioridad en la atención a esta esfera y hacer que continúe progresando. Cuba asignó hace años a la educación un presupuesto anual superior al considerado deseable por la UNESCO de 7 por ciento del PIB –que no alcanzan la inmensa mayoría de los países-, pero ya en 2008 casi lo duplicaba con 13.8 por ciento. Asimismo, ha venido introduciendo medidas para elevar la calidad de la enseñanza y hacer más racional y efectivo el uso de los cuantiosos recursos que se le destinan.

La gran revolución educacional y cultural de Cuba, y la conciencia política, valores y conocimientos creados por ella, permitieron resistir los duros años del Período Especial, agravados por un gran incremento de la hostilidad de Estados Unidos. Gracias a aquella, la isla ha podido, no obstante sus carencias, brindar solidaridad en salud y educación a muchos países hermanos, traducida en la alfabetización de millones de personas y una mejoría ostensible de las condiciones sanitarias en países como Haití, por sólo poner ese ejemplo paradigmático. Fue decisiva para acometer la recuperación económica, en la que el papel de los recursos humanos calificados ha sido crucial, y lo será en la aplicación de los cambios para actualizar el socialismo cubano.

Foto: Escena de la campaña de alfabetización en Cuba

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