Fernando Martínez Heredia - La Jiribilla.- Desde hace varias décadas, en numerosas disciplinas científicas se ha pasado al estudio a escala molecular y muy minuciosa de sus objetos de investigación. En la Historia también sucedió ese cambio. Esta nueva luz ha permitido ir evitando las deficiencias de una historia en que predominen las narraciones gruesas, con sus lugares comunes convertidos en evidencias, sus zonas de silencio, sus inexactitudes, y los prejuicios que guían las selecciones de asuntos, de fuentes y de buena parte de los juicios. Al menos así ha sucedido entre los profesionales y en su ámbito de influencia.


La rebelión de Aponte de 1812 en Cuba y la lucha contra la esclavitud atlántica, de Matt D. Childs es una prueba extraordinaria de ese desarrollo de la ciencia histórica. Pero es mucho más que eso. Resulta impresionante la cantidad de documentación primaria con que ha trabajado Childs, la rigurosidad extrema de ese trabajo y la precisión y hondura de sus comentarios acerca de sus fuentes. Pero aún más me ha impresionado el modo en que las aprovechó y la vastedad e intensidad de contenidos, matices, problemas y sugerencias —al mismo tiempo— de los resultados que nos ofrece. La nota que precede a la tabla biográfica que elaboró sobre 329 esclavos y libres arrestados y/o castigados por participar en la rebelión de Aponte —que publica como apéndice— es un buen ejemplo de cómo un historiador puede sacarle un gran provecho a los elementos cuantitativos que ha logrado poner a su alcance y organizar. Pocas veces se ve en un solo libro tal riqueza de análisis, de inferencias, de síntesis, de tesis, proposiciones y comentarios, de articulación de asuntos y de relatos parciales para lograr un cuadro de conjunto.

Childs escribe una obra de historia acerca de un suceso protagonizado por un grupo de personas —muy diversas, como sucede siempre con los seres humanos— que a partir de una de sus identidades se unieron en un propósito político común, en una coyuntura histórica de crisis, pensaron y actuaron con gran decisión y entrega a su causa, y asumieron las consecuencias, condensadas por la muerte y la represión. Por eso, el autor expone en detalle o sintetiza cuestiones esenciales de la estructura de la sociedad en que ellos vivieron y murieron —como es el surgimiento de una nueva esclavitud en Cuba después de 1790—, o se detiene a explicarnos las características de la taberna y casa de huéspedes de Clemente Chacón, uno de los principales conjurados. Y sabe combinar muy bien los diferentes niveles. Por eso puede analizar las instituciones sociales constituidas por las milicias, los cabildos, la racialización del trabajo o el racismo, en el mismo libro en que relaciona los dibujos de Aponte acerca de sus familiares con la hoja militar de su abuelo y de su padre, la formación de un carpintero que se convertirá en héroe y mártir con la pérdida de prestigio de los  menestrales blancos en la nueva situación del país, la prohibición de los matrimonios interraciales con la acción del Capitán General de la Isla —el marqués de Someruelos, que será el verdugo principal—  ante una pretensión matrimonial que involucra a familias de milicianos. O nos brinda interioridades del funcionamiento de un cabildo.

La estructura misma de la obra, en la que cada capítulo parte de la actividad de uno de los individuos ejecutados en La Habana el 9 de abril, es un formidable acierto, porque muestra al lector elementos del tejido de la investigación de una manera fascinante, al mismo tiempo que explora una dimensión diferente de la rebelión. El autor establece en sus formas concretas aquel axioma que no debemos olvidar: “la historia la hacen los hombres…”  El lector agradecerá la claridad y la calidad formal que mantiene su escritura, valores que hacen mucho más eficaz a la obra.

Cada vez que es necesario a lo largo del libro, Matt Childs expone sus criterios y su posición, aunque desde la Introducción nos ofrece pistas fundamentales de su método y sus objetivos. Tomo solo uno de esos pasajes: “El centro principal de mi análisis de la rebelión de Aponte está dirigido a explicar el funcionamiento de procesos sociales, culturales y políticos por medio de los cuales la gente de color libre y los esclavos, las poblaciones rurales y las urbanas, los africanos de diversas etnias —como congos, minas y mandingas—, hombres y mujeres, tomaron la decisión de poner en acción sus riesgosos planes de liberación”.

La policía, esa ayudante eficaz de los historiadores de la gente de abajo, ha servido a Matt Childs para devolverle la voz a un grupo de negros que vivieron en Cuba hace 200 años. Ellos viven de nuevo en estas páginas, exponen retazos de sus afanes, explican sus actos, muestran algo de sus concepciones del mundo y de la vida, se defienden o se presentan sin miedo ante los esbirros, dejan ver sus yerros. De seres humanos están hechos los sucesos sin trascendencia y los hechos que serán históricos, y quizá lo más admirable de la grandeza esté en cuánto han de elevarse los pequeños para poder alcanzarla. Al inicio del capítulo 5, que parte del negro liberto Francisco Javier Pacheco, carpintero y miliciano al que Aponte le dictó el vibrante manifiesto que llamaba a los habaneros a derrocar a los tiranos —hoja que fue clavada en una pared de la morada del capitán general—, Childs nos advierte que es probable que esta sea la primera declaración de independencia de Cuba.

A veces sucede que se menciona a un acontecimiento histórico, pero no se estudian suficientemente sus hechos, sus rasgos esenciales y sus condicionantes, los ríos profundos a los que ha estado referido y de los cuales ha emergido. No se llega, por consiguiente, al conocimiento, ni se comprende la significación del evento.

Aunque el tiempo parezca transcurrir con total regularidad, en realidad se condensa durante determinados momentos, que se vuelven decisivos. El primer momento de disyuntiva histórica que tuvo este país, fue el proceso de un tercio de siglo que va de 1790 a 1824, es decir, del inicio de la Revolución Haitiana a la batalla de Ayacucho. En aquella primera disyuntiva, los dueños de Cuba se decidieron por la contrarrevolución. José Antonio Aponte y sus compañeros se decidieron por la revolución. Los gobernantes de 1812 obraron en consecuencia: había que matarlos. Someruelos decide prescindir del juicio y anuncia las ejecuciones de La Habana, en un bando del 7 de abril: “Resta únicamente anunciar a este respetable público que para la mañana del jueves próximo [9 de abril] tengo destinada la ejecución de la sentencia referida, en el lugar acostumbrado, y que las cabezas de Aponte, Lisundia, Chacón y Barbier serán colocadas en los sitios más públicos y convenientes para escarmiento de sus semejantes...”

Pero la clase dominante se vio obligada a matar a Aponte dos veces: lo satanizaron, porque él y sus compañeros se habían atrevido a ser revolucionarios. “Más malo que Aponte” es quizá el primer refrán político acuñado en Cuba, destinado a prevenir rebeldías y a esconder, en su forma coloquial y ya alejada de los hechos, su entraña antisubversiva. Comenzaba entonces el siglo XIX, en el que los más cultos entre los dominadores de Cuba manejaban el pensamiento de la Ilustración y las novedades europeas de todo tipo. Y como toda dominación establecida es cultural, incluso se intentó ubicar en algún escalón muy bajo —casi en el suelo, pero dentro de la casa de la hegemonía— a un infeliz esclavo culto, Manzano, que aprendió a escribir que cuando su sádica ama lo tildaba de “más malo que Rusó y Volter” lo estaba comparando con dos diablos. Pero, finalmente, la solución más eficaz no era satanizar a Aponte y sus compañeros: era ocultarlos, borrarlos de la historia, someterlos al olvido. La dominación de clase tiene sus leyes férreas, aunque puede vestirse de seda.

Todo eso sucedió porque Aponte resultaba irreductible a la manipulación burguesa. Los rebeldes de 1812 fueron los protagonistas de la actuación más radical en la Cuba de su época, de la subversión contra lo que era esencial en el régimen de dominación. Estos primeros rebeldes de Cuba, rescatados una vez más y expuestos de manera magistral por Matt Childs en su obra, estos pioneros, tienen sus monumentos, aunque no los tengan de piedra ni mármol ni bronce. Esos monumentos son las revoluciones, y los revolucionarios. Matt se inspiró en aquella primera gesta cubana, porque inspirarse es algo fundamental para hacer una obra intelectual como esta, “que combina una investigación prodigiosa con la pasión y la imaginación”, como dice una de las opiniones de contracubierta. Childs muestra su conciencia de la ubicación y el alcance del trabajo que ha realizado, al dedicarlo, en la edición original que publicó Louis Pérez Jr. en su valiosísima colección “Envisioning Cuba”, en la Universidad de Carolina del Norte: “Para mis compañeros y compañeras (en español ambas palabras), en este mundo y en el próximo”.Y en la página siguiente presenta sus credenciales, mediante cuatro epígrafes que son citas de Michel-Rolph Trouillot, James Baldwin, Alejo Carpentier y Ernesto Che Guevara. Les leo la de Carpentier, tomada de Explosión en la catedral: “Hablar de revoluciones, imaginar revoluciones, ubicarse mentalmente en medio de una revolución, es, en alguna pequeña medida, convertirse en dueño del mundo. Los que hablan de revoluciones se ven impulsados a hacerlas”.  Y termino con la que Matt utiliza para cerrar, la del Che en sus Pasajes de la guerra revolucionaria, obra en la que tomó las armas literarias para inmortalizar la guerra de guerrillas: “La memoria es una manera de revivir al pasado, a los muertos”.

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