Cubainformación.- Jorge Rivas, periodista, uno de los más importantes críticos de arte en Cuba, escribió este importante artículo sobre Agustín Bejarano a los pocos dias de su injusta detención en Miami y aún mantiene toda su vigencia, pedimos difundirlo por todo el mundo.


Bejarano: Un hombre de nobles ideas

Una incomprensible noticia ha recorrido el mundo en pocas semanas: el encarcelamiento del artífice cubano Agustín Bejarano, uno de los más importantes creadores de la plástica latinoamericana contemporánea, quien ha sido acusado de acción lasciva contra un menor de edad en Miami.

Quienes hemos seguido de cerca el desarrollo de este proceso, no albergamos dudas de que se trata de una vil manipulación de la familia del infante, quien aprovechando las circunstancias que le propicia una sociedad y un sistema policial impredecibles, han tenido toda una semana para entretejer la más infundiosa historia sobre los reales acontecimientos, para de esta forma establecer un proceso judicial en el que se desprestigia y destruye moralmente al gran artista, al padre ejemplar, al amigo que durante décadas ha albergado niños —desde bebés hasta adolescentes— de muchos países, hijos de los amigos que visitan la familia y han pernoctado en el amigable hogar de Bejarano y Aziyadé.

Esas personas, en su mayoría colegas del artista, críticos, especialistas, médicos, curadores, coleccionistas, han podido constatar la actuación de Bejarano aun en los momentos en que unos tragos de más le han conducido al sueño, no más. Por tanto, ni siquiera, bajo los efectos del alcohol, y no digo las drogas porque al Beja nunca sintió afición por ellas —aunque consumirlas en Estados Unidos forma parte de la rutina social—, mi querido hermano hubiese sido capaz de asumir tales hechos. Esa limpia, honesta, amable y cariñosa aptitud de Bejarano ante la vida, la prueban hoy los miles de mensajes que se reciben en su hogar procedentes de todas las latitudes del mundo para extenderle la mano agradecida de quien siempre ha sabido ofrecer la suya, con total desinterés y amor verdadero.

Quienes admiramos a Bejarano, quienes lo amamos desde la altura de la más pura y sincera hermandad, estamos sufriendo mucho con todo este revolico que no solo ha sumido en la desesperación a la noble e igualmente querida Aziyadé —mi pequeña y sin igual niña, como ella me adjudica el título de segundo padre—, sino también a sus hijos, suegros, amigos y todos cuantos de una forma hemos estado vinculados a esta familia cuyas simientes están fundadas en los sentimientos más puros y nobles de las más humildes familias cubanas. Todo lo que hoy posee Bejarano y su familia —que tampoco es tanto como para asombrarse— ha sido fruto del trabajo creador constante, de la dedicación, desde el amanecer hasta la noche tarde, al acto de pintar o producir arte, pero arte del bueno, arte de mayores quilates, arte reconocido en las plazas más exigentes del mundo, en las ferias más prestigiosas y entre los coleccionistas más renombrados. De hecho, fue él el único creador cubano, entre los asistentes a Arte Américas —evento en el que participaba cuando se produjo este hecho— que logró vender una obra.

No creo necesario dedicar tiempo ni espacio para resaltar la negativa y bochornosa vida de los padres del niño “víctima” de Bejarano, porque ya otros se han encargado de hacerlo; sin embargo, pienso que sí vale la pena que las autoridades norteamericanas y su sistema judicial tengan en cuenta que personas como las que integran esa familia donde vive el niño son capaces de cualquier acción en busca de beneficios personales, de hecho existen en la internet infinidad de ejemplos similares que han vendido sus hijos, sus almas, sus decoros y sus dignidades al mismísimo diablo en busca de unos pocos dólares.

Conozco a Bejarano desde hace más de 25 años, desde cuando era estudiante de arte en Camagüey, tal como conozco a toda su familia, humilde, solidaria y querida. Durante estos días he repasado la vida del Beja, y no hay modo de encajar estas calumnias. Por tal motivo, he decido compartir con ustedes esa hermosa historia de un niño que se hizo hombre a fuerza de luchar, de estudiar y de enfrentar la vida con optimismo y amor. Al final de esta historia, quizás puedan ustedes igualmente llegar a sus propias conclusiones.

Evocación de la memoria en el cosmos artístico de Bejarano

“En la cima del vértice hay, muchas veces, sólo un hombre.

El gozo de su contemplación es igualable

a su desmedida tristeza interior”.

Kandinsky

Para comprender mejor la evolución artística de Agustín Bejarano, ante todo hay que tener en cuenta la extraordinaria importancia que en su imaginería tiene —como la tiene en la vida de cualquier hombre—, la conservación de su experiencia anterior, es decir, la memoria, la cual evoca desde los primeros años de su existencia hasta su pasado más reciente. Ese proceso, que en última instancia contribuye al conocimiento real del mundo que nos rodea, igualmente promueve “hábitos” que pueden ser permanentes.

Y destaco la palabra “hábitos” porque ciertamente, desde aquellos primeros tiempos de vida, la pintura, el dibujo, la escultura y las artes visuales en general, se convirtieron en un modo especial dentro del proceder habitual del infante, interés evidentemente originado por tendencias instintivas diferentes a las del resto de los muchachos que, a esa edad, sienten determinada vocación por el arte. En tal sentido, y debido a las extraordinarias influencias que sobre él ejerció su medio, no puede afirmarse que el niño Bejarano expresara con total fidelidad su verdadero universo íntimo; es decir, todo lo que él era, pensaba y hacía desde esa altura; sino que su arte, en sí, constituía entretejido de su propia subjetividad y las aspiraciones, sueños y deseos de producir una obra similar a aquellas que tanto le fascinaban e influían durante sus recurrentes visitas a los talleres de la Empresa de Medios de Propaganda, donde su mundo de fantasías se enriquecía entre retratos y vallas. Allí eran frecuentes las imágenes de héroes y mártires, cuyas remembranzas eran muy usuales durante las conmemoraciones y los numerosos programas o campañas de propaganda de las primeras décadas de la Revolución, en las que se magnificaba la imagen del héroe.

Gracias a esa facilidad innata de Bejarano para dibujar, a su fértil y maravillosa vocación por el arte, y a su interrelación directa con los diseñadores y realizadores de la Empresa de Medios de Propaganda —su primera y determinante escuela—, dominaba ya, antes de arribar a los diez años de edad, muchas de las habilidades técnicas propias de los adultos, amén de su aventajada espontaneidad para hacer del arte un vehículo por el que igualmente transmitía algunas de sus vivencias personales, aunque no estaban tan mediatizadas por los elementos intelectuales que la propia enseñanza educacional, cultural y artística, posteriormente le proporcionarían.

No puede dejarse de señalar que dentro de aquel universo que rodeaba al niño artista, igualmente influyeron las características propias del proceso revolucionario, en cuya efervescencia mayor nació Agustín Bejarano, en 1964. Fue un tiempo de euforia social ante los nuevos cambios que se originaban en la Isla tras el programa de grandes transformaciones socio-económicas impulsados por la joven revolución cubana, entre ellos algunos que marcarían definitivamente al incipiente artífice.

Tras el triunfo insurreccional de 1959, el ideario martiano inspiró el inmenso movimiento de reformas iniciado en la Isla como parte de los beneficios populares que trajo la Revolución. La promoción del pensamiento martiano, autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada, no solamente se extendió a las escuelas, sino también a las comunidades y a toda la vida social. Martí, el Héroe Nacional, alcanzó su verdadera magnitud como emblema de la nación cubana en su lucha por la independencia y la libertad.

Muy frecuentes eran las solicitudes de los directivos del CDR de su cuadra, de los profesores y de algunos que otros vecinos y amigos del barrio que trabajaban en diferentes sectores de la economía, quienes pedían al ingenioso muchacho que les hiciera un dibujo con la imagen de Martí o de algún otro prócer de la independencia nacional, con el fin de ilustrar un trabajo de clases, o el mural del aula, de la cuadra o de una fábrica. El chico se hizo popular entre la comunidad por su sorprendente talento para dibujar. Sus hábiles manos podían reproducir con sorprendente facilidad decenas de retratos pequeños y de mediano formato, la gran mayoría de ellos realizados con los únicos recursos técnicos con que podía disponer: el lápiz y algún pedazo de papel o cartulina generalmente reciclados.

Memorable es la foto del álbum familiar donde aparece Bejarano junto al enorme retrato de Beethoven, sorprendente obra realizada por este niño sobre un pedazo de cartón de Masonite, material recocido y muy consistente que le había resuelto su padrino Saturnino Goitizolo en los talleres de realización de vallas de la Empresa de Medios de Propaganda, donde se desempeñaba este hombre imprescindible en el estímulo y auto-reconocimiento de la extraordinaria vocación del niño para las artes plásticas. Muchas veces, durante las temporadas de vacaciones o de receso escolar, el chico pasaba jornadas completas en aquellos talleres.

En el cuadro de Beethoven llama la atención esa propensión hacia lo difícil, lo experimental, lo riesgoso y aventurado que siempre ha caracterizado el quehacer plástico de Bejarano, quien optó por realizar esta obra sobre la cara corrugada del cartón, en vez de hacerlo, como la lógica indica a su edad, por la parte pulida y más dócil.

Otros vecinos y amigos que admiraban las sorprendentes cualidades del muchacho para la pintura y el dibujo, frecuentemente le obsequiaban pedazos de papel y cartulina. Un constructor, que vivía enfrente de su casa y llamó siempre la atención del niño por las huellas que el mortero y la arena dejaban en su cuerpo y vestuario tras concluir su jornada de trabajo, de vez en cuando le traía al muchacho pedazos del papel que servía de envoltura a los sacos de cemento, grandes pliegos que posteriormente Agustín limpiaba de impurezas mediante un fatigoso proceso que también tenía como fin eliminar las rugosidades con la plancha doméstica. Aquel hombre de semblante endurecido por la cruda faena, también enriqueció la memoria del incipiente maestro, y de alguna manera contribuyó a cultivar su vocación para el arte.

Transcurría la época en que Bejarano se escondía detrás de una sábana que extendía a modo de paraban o cortina hasta concluir algunas de sus sorprendentes realizaciones.

Pienso que aquellos sentimientos patrióticos, en los que igualmente influyeron sus padres y hermanos, fueron determinantes en la proyección artística de Bejarano una vez iniciado su camino hacia el éxito después de graduarse en el ISA, cuando comenzó a dedicar una importante parte de su obra a rememorar al Ápostol, pero desde una visión totalmente crítica con respecto a las tradicionales representaciones de la retratística heroica para acercarnos más al hombre real, tierno, dulce, amoroso y patriota, pero con tantos problemas, desventuras e imperfecciones como cualquier otro humano. De Tierra fértil a Imágenes en el tiempo —una serie que se ha prolongado hasta hoy—, pasando por Metáforas de la salvación y Los ritos del silencio— Bejarano establece una enjundiosa proyección de la figura de Martí, a partir de sus propias vivencias, en las que de alguna manera estamos representados todos en una suerte de resumen alegórico del hombre emblemático que trascendió por su pensamiento y por su acción eminentemente humanística.

Quisiera detenerme en esta recurrente alusión a la figura de Martí en un segmento importantísimo de la evolución artística de Bejarano. En tal sentido hay que recordar que la imaginación adquiere un papel fundamental en la la conducta y en el desarrollo humano, convirtiéndose en medio de ampliar la experiencia del hombre que, al ser capaz de imaginar lo que no ha visto, al poder concebir basándose en relatos, documentos, fotos y descripciones ajenas a lo que no experimentó personal y directamente, no está encerrado en el estrecho círculo de su propia experiencia, sino que puede alejarse mucho de sus límites asimilando, con ayuda de la imaginación, experiencias históricas o sociales ajenas. Sobre esa premisa se erigen los discursos pictóricos de este artista, y no solamente en lo referente a aquellos trabajos recreados en el Héroe Nacional, sino en otros muchos referidos a diversos asuntos relacionados con la historia, la sociedad, la cultura…

Asimismo, en la consolidación del artífice convergieron también las circunstancias culturales y geográficas de su natal Camagüey, tierra de enormes y fértiles llanuras en las que el jubileo de la zafra azucarera alcanzaba a todos como la principal industria nacional cuya histórica y resonada Campaña por los Diez Millones igualmente marcó la memoria de este muchacho nacido en el seno de una familia humilde, así como los fatídicos pasos de los huracanes por tan sensibles sabanas, el trabajo del campesino en la tierra, tan cercano a la vida de Bejarano, y otras muchas condiciones en las que transcurrió su vida, constituyeron —y constituyen— temas sobre los que el artista vuelve una y otra vez a recrear sus narraciones, como en perenne enfrentamiento al olvido y lírica evocación a la memoria, a la herencia.

En nuestro cerebro sucede algo parecido a lo que pasa en una hoja de papel si la doblamos por la mitad: en el lugar del doblez queda una raya como fruto del cambio realizado; raya que propicia la reiteración posterior de ese mismo cambio. De igual modo, las excitaciones fuertes o frecuentemente repetidas abren en nuestro cerebro senderos semejantes. Y sobre esos senderos ha transitado, hasta nuestros días, toda la obra plástica de Agustín Bejarano, quien recurrentemente evoca el pasado, a sus ancestros, a los cimientos de su propia existencia.

Como ya hemos apuntado, nuestro cerebro constituye el órgano que conserva experiencias vividas y facilita su reiteración, su revalorización a través del nuevo pensamiento, es decir, a través de la obra creadora. Pero dentro de ese cosmos de experiencias de carácter social acumuladas en la conciencia de Bejarano, hay otras más íntimas, personales, que igualmente conforman la memoria del artista, quien también recibió la influencia de todos los objetos de la vida diaria, sin excluir los más simples y habituales, como el olor y el calor del hogar, el sofrito de la comida aderezada con cilantro y ajo y cocida al vivo fuego del carbón vegetal, por cuyo irrepetible aroma aún siente nostalgia; amén de los retoques cosméticos de la madre frente a la singularísima “coqueta” camagüeyana, como así se le llamaba por esta zona a las populares cómodas de los juegos de cuarto de caoba o cedro adquiridos a plazo por las pobres familias de la Isla, generalmente consistentes en un mueble con tablero de mesa sobre la cual se colocaban, a modo de extraña exhibición kistch, los perfumes y otros cosméticos, algunos totalmente ya vacíos, además de tres o cuatro cajones que ocupan todo el frente y servían para guardar ropa y otros útiles como los suntuosos rolos —igualmente revividos en la serie Cabezas mágicas, 2002— fabricados con viejos tubos de plástico donde se envasaba aquel desodorante sólido cuya marca, si mal no recuerdo, Fiesta, era similar a la del resto de casi todos los productos de higiene y belleza cuyo único competidor oficial eran los jabones Nácar, de baño, Batey, de lavar, y el imprescindible talco Brisa cuyo abundante uso se develaba en los pechos y la espaldas de las abuelas.

Indudablemente, una de las series antológicas en la historia del grabado insular, titulada Coquetas, realizada por este artífice a finales de los años 90, mucho tiene que ver con esta remembranza maternal, en un discurso interconectado con la apasionada relación que de por vida lo ha unido a Aziyadé, también otra gran creadora y una mujer con un sólido expresionismo femenino que cautivó al maestro desde los años juveniles, vínculo del que también han surgido muchas de las obras del artista en grabado y pintura con extraordinario sentido sensual y erótico, piezas en tanto devenidas homenaje a la mujer y sus excepcionales dotes de madre, amante, amiga, compañera y esposa….

Las rosas plásticas o de crepé —recurrentes en muchas de las series de Bejarano, unas veces aludidas de forma mínimal, otras explícitamente trabajadas—junto a los clásicos cuadros inspirados en auténticos temas kisthc engalanaban las humildes salitas de los hogares cubanos en los barrios, en este caso frecuentados por el niño pintor en su barriada de La Vigía; amén del no menos influyente menú alimentario, que en aquellos años aun conservaba algunas tradiciones, como el matajíbaro y el casabe, dos platos que no hace mucho fueron recordados en el título de una suntuosa exposición liderada por este creador en la capital.

De la acumulación de todas estas experiencias proviene la enorme fuerza de creación artística que hoy disfrutamos en la plástica de este maestro cuya evolución igualmente permite afirmar que los procesos creadores se advierten ya con toda su intensidad desde la más temprana infancia.

Durante una larga conversación con María Esther, la madre de adoración y culto, pude corroborar la bien fundada sentencia de los estudiosos de la sicología a través de la cual afirman que el cerebro no sólo es un órgano capaz de conservar o reproducir nuestras pasadas experiencias, sino que también es un órgano combinador, creador; capaz de reelaborar y crear con elementos de experiencias pasadas nuevas normas y planteamientos. ¿qué es, si no, toda la creación plástica de Bejarano?

Bejarano no fue un niño prodigio, ni tampoco un fenómeno. Pero sí fue un muchacho cuyos primeros años de vida tuvieron signados por la actividad artística, por el recurrente estímulo de la imaginación pictórica. Creció entre pinceles, carteles y vayas, entre el alucinador olor de aquellos pigmentos serigráficos de producción nacional diluidos en gasolina, entre estopas y los enormes retratos de héroes y mártires.

Imposible, en este texto, hacer un recuento de la fecunda, variopinta y sólida obra hasta ahora realizada por Bejarano; pero sí vale la pena reflexionar un poco en estas cuestiones propiamente relativas a la infancia, las que pueden quedar relegadas o atrapadas ante la magnitud de su grandes aportes a la plástica cubana e ibeoramericana, aspectos sobre los que ciertamente no solemos, por problemas de espacio, aludir de forma consciente y justa.

Se ha dicho que entre las cuestiones más importantes de la psicología infantil y la pedagogía figura la de la capacidad creadora en los niños, la del fomento de esta capacidad y su importancia para el desarrollo general y de la madurez del niño. Desde la temprana infancia encontramos procesos creadores que se aprecian, sobre todo, en los juegos. El niño Bejarano era uno más entre sus similares del barrio, jugaba a la pelota, a las bolas, a los escondidos, a los soldados, a los marineros … y hasta cabalgaba sobre un trozo de madera para así imaginar que montaba a caballo… Pero su entretenimiento predilecto, su juego preferido, estaba esencialmente encaminado a la creación plástica, ejercicio en el que, por supuesto, influían todos aquellos tradicionales motivos lúdicos que en tiempos en que se desconocían la informática y la pobreza no permitía a muchas familias adquirir juguetes tan costosos como los ciclos, los grandes camiones con baterías y los sofisticados instrumentos de música que eran ansiados por muchos infantes. Sin embargo, las añoranzas y quimeras de este muchacho eran los pinceles, las cartulinas, los papeles, los pigmentos…

Cuenta Teté, la madre, que en una ocasión cuando apenas sobrepasaba los diez años, se encontró a su hijo “fajado”, cincel y martillo en manos, con un trozo de piedra de la que pretendía hacer una escultura. Allí pasó varias horas… y la hizo.

Otras muchas veces lo recuerdo en el Taller de Diseños de la Empresa de Medios de Propaganda, en la Calle Avellaneda enfrente a donde se encontraba la estación de Policía, observando, con sus grandes y claros ojos, el arcaico pero eficiente proceso de impresión serigráfica que allí se realizaba y en cuyo ejercicio se desempeñó su madre durante varios años. En su inclinación por el grabado, seguramente, aquella experiencia tuvo mucho que ver.

No obstante su condición de madre sola al cuidado de varios hijos, trabajadora e inmersa en las múltiples tareas que demandaba la Revolución en aquellos tiempos, María Esther, en medio de esas dificultades, fue una madre que comprendió la vocación de su hijo y prontamente escuchó a quienes le aconsejaban encausar sus naturales dotes como dibujante y pintor. Tal reacción la motivó a presentarlo en un encuentro de jóvenes pintores realizado en el Parque Agramonte cuando Bejarano aún no había arribado a los diez años de edad, suceso prácticamente olvidado hoy y que definitivamente constituye el primer gran acercamiento del maestro al complejo universo de la confrontación artística, a la consideración crítica y colectiva de sus posibilidades como creador de la plástica. Poco después (1976) ingresó en la Escuela de Arte Luis Casas Romero.

A finales de los años 70 del pasado siglo, el niño Bejarano se acercaba a la madurez biológica, y con ella comenzaba a madurar también su imaginación. Con sus primeros pasos hacia la denominada edad de transición, en el adolescentes se producía, paralelamente el despertar sexual, una circunstancia que, según los sicólogos influye notablemente en el impulso de la imaginación con los primeros embriones de madurez de la fantasía y el desarrollo de la imaginación. Por entonces ya había asimilado un gran caudal de experiencia, para dar paso a los llamados intereses permanentes, en tanto se iban extinguiendo los pocos intereses infantiles que aún quedaban en él. Nuestro artista se introduce en esta etapa con la mayor naturalidad, demuestra, entonces, marcada devoción por las modas, la belleza corporal y el deporte físico.

Puede ya hablarse de una forma que empieza a ser definitiva en la actividad de su imaginación, en tanto inicia un proceso de ebullición y efervescencia erótico-intelectual, que comenzó con la adolescencia y alcanzó su clímax con la llegada de los 20 años de edad y su ingreso en la Escuela Nacional de Artes (ENA) en La Habana (1980), precedida de un gran acontecimiento en la vida del artista: su primera muestra personal, en la Galería de Arte Universal Alejo Carpentier, en su natal Camagüey. La culminación de este período puede ubicarse a finales de los años 80, cuando Bejarano terminó la licenciatura en Artes Plásticas en el Instituto Superior de Arte (1989). Entre las obras más representativas de esta etapa de consolidación artística se encuentran las de sus antológicas series tituladas Huracanes y Nidando cerca del jardín de miel.

Vale recordar que la primera forma de relación entre fantasía y realidad consiste en que toda elucubración se compone siempre de elementos tomados de la realidad, es decir extraídos de la experiencia anterior del hombre en la que, por supuesto, se incluyen los inquietos años de la infancia, la adolescencia y la juventud, fuentes esenciales en este proceso. Sería un milagro que la imaginación pudiese crear algo de la nada, o dispusiera de otras fuentes de conocimiento distinta de la experiencia pasada. Lógicamente, la actividad del hombre no se limita a reproducir el pasado, lo cual significaría un retorno frío al ayer, sino que se proyecta hacia el futuro sobre esa memoria acumulada durante años, y que en última instancia modifica su presente. Tal premisa sustenta la producción plástica de Bejarano.

Indudablemente, la solidez de la base creadora de este maestro, a 20 años de concluidos sus estudios académicos, igualmente hay que encontrarla en la clásica sentencia pedagógica que asegura que cuanto más vea, oiga y experimente, cuanto más aprenda y asimile, cuantos más elementos reales disponga en su experiencia el niño, tanto más considerable y productiva será, a igualdad de las restantes circunstancias, la actividad de su imaginación en la adultez.

Para Bejarano hoy, la vida, y en consecuencia el arte, constituyen excepcional ocasión para meditar. Sus pinturas, grabados y dibujos evocan esa necesidad cada vez más perentoria del hombre actual por reconocer su vida interior, su pasado. Él artista se ha propuesto, en primer término, crear todo un ritual de apertura y autoreconocimiento humano, transgredir el paisaje íntimo, exento de tecnologías, recreado con aquellas otras cosas que también siempre nos han “pertenecido” desde que aprendimos a pensar: la escalera, el bote, la mesa, los árboles… También, y más próximo al entorno citadino, la arquitectura, el fuerte impacto del cambio de residencia, de Camagüey para la capital. Todo un universo concebido con rigurosa economía de recursos expresivos.

La fantasía no está contrapuesta a la memoria, sino que se apoya en ella y dispone sus datos en nuevas combinaciones, es decir en productos del intelecto o mejor dicho, en obras de arte. La actividad combinadora del cerebro se basa en que en nuestra conciencia perduran rastros de todas las excitaciones precedentes —tanto individuales como colectivas— huellas que devienen representaciones artísticas cuando se combinan de formas distintas a las que se encontraban en la realidad, es decir, cuando son procesadas a través de la imaginación creadora del artista.

Lógicamente en esa relación memoria-imaginación-realidad, existe un cuarto eslabón que funciona como fuerte broche en la obra de Bejarano. Me refiero al enlace emocional que motiva todas y cada una de sus grandes series iconográficas, por demás consecutivas o interconectadas entre sí. Los sentimientos y emociones que mueven al artista ante cada nuevo proyecto, poseen gérmenes en el anterior, y así sucesivamente, en tanto todos parten de la génesis, del reencuentro, de la revalorización, de la veneración de la herencia, es decir, de la memoria histórica, tanto familiar, como social y personal. No pocas veces hemos sido testigos, tanto en tertulias sociales, como en reuniones familiares o entre amigos, de campales discusiones de este maestro motivadas por algunas manifestaciones o expresiones proclives al olvido. Abanderado de la preservación y promoción de lo mejor de la cultura nacional e internacional, de hecho fiel coleccionista de músicas, películas y programas de televisión prácticamente desconocidos entre las generaciones actuales, no es extraño observarlo durante el acto de crear en tanto disfruta a plenitud algún disco de la Década prodigiosa, de Barbarito Diez, Orlando Contreras, o La Lupe…

Ese cuidadoso interés por el pasado, alimenta poderosamente la emoción de este artífice, en cuya extensísima producción trascienden igualmente sus sentimientos más profundos. En muchas de sus obras, esa carga de emociones tiende a exhibirse en determinadas imágenes concordantes con ella. De la misma forma como los humanos aprendieron hace mucho tiempo a manifestar mediante expresiones externas su estado anímico interno, las imágenes pictóricas surgidas de la memoria-fantasía-emoción de Bejarano constituyen expresión externa de sus sentimientos más íntimos.

En un texto que escribí a propósito de su memorable exposición Sedimentos, colateral a la última Bienal de La Habana, subrayé que el tiempo deja su huella en todo lo que nos rodea y sostiene. Esa marca —ineludible, atroz o noble, que forma parte de la historia de cada hombre, de cada animal, de cada vegetal, de cada rincón del planeta— igualmente la experimentamos en nuestros cuerpos y en nuestra conciencia. Son sedimentos que nos fundan, esencia que sirvió al maestro para concebir esta exhibición, considerada entre las más trascendentales en la prestigiosa cita internacional del arte.

Y quisiera referirme, como colofón de estas palabras, y también a modo de resumen de la influencia ejercida por la memoria en la evolución artística de Bejarano, a esta extraordinaria muestra que ocupó gran parte de una edificación emblemática en la memoria de la cultura cubana: el Convento de Santa Clara de Asís, sede actual del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología (CENCREM). En el claustro y el inmenso jardín interior de esta joya patrimonial de la arquitectura colonial, Agustín Bejarano desplazó sus esculto-pinturas e instalaciones más recientes, muchas de ellas especialmente concebidas para esta exhibición de la X Bienal de La Habana.

En estas piezas el artífice manipula algunos materiales poco comunes en el tradicional quehacer plástico, tales como la resina y la fibra de vidrio, en una suerte de “oxigenación” artística de sus anteriores producciones iconográficos, entre ellas las paradigmáticas Ritos del Silencio e Imágenes en el tiempo, en las que la recurrente metáfora sobre la existencia humana —distinguible en toda su creación precedente—,ocupa un sentido más conceptual. En ese empeño, esos soportes adquieren especial connotación semántica al imbricarse en expresivos discursos portadores de sentimientos y emociones que igualmente instan al razonamiento del espectador sobre algunos de los problemas más acuciantes de la contemporaneidad en la isla.

En ese bien equilibrado rejuego con el pasado y el presente, con la memoria y la creación plástica, Bejarano recreó con sobriedad y hondura el entorno vivido en la convulsa época de entre milenios; en la cual ubicó como protagonista de sus historias al hombre insular, es decir, al mismo personaje que en los Ritos del silencio representó la figura de José Martí, para de igual forma encauzarnos hacia la introspección y la revalorización individual y social y el juicio crítico sobre múltiples problemas, entre ellos los relacionados con la segregación, la diáspora, la raza, la religión y las dificultades propias de la sobrevivencia en esta Isla asediada y constantemente amenazada con la extinción de su noble proyecto social.

Este hombrecillo, minúsculo, sencillo y sensible, al que ya estamos tan habituados que resulta extraño no encontrarlo entre las exhibiciones del pintor, es un ser mutante que muchas ocasiones aparece sin fisonomía —porque es la suma de todos los rostros, incluido el nuestro—, comprimido o inmerso en su agitación, unas veces con los brazos abiertos, otras enajenado y pensativo sobre un taburete o en el borde de un alto muro, o sobre la arista de un machete.

Obra pensaba sobre reales circunstancias existenciales, en concordancia con el mejoramiento humano al que instó Martí. “Cuando pongo un hombre sobre el filo de un cuchillo, estoy dialogando, contraponiendo dos elementos esenciales: la vida y la muerte, o la vida y las desgracias que inevitablemente se ciernen sobre él”, ha dicho Bejarano, quien sustenta las tesis de sus piezas en la premisa de que “la gran belleza de la vida es el hombre y la luz que lo ilumina; pero igual por detrás asecha un gran fondo de oscuridad, de penurias, de incertidumbres”.

Estas creaciones se insertan dentro de una antroposofía que parte desde el interior del virtuoso pintor, grabador y escultor, para irradiar sentimientos y emociones que embelesan. Sedimentos posee ese profundo interés por la espiritualidad humana, por su conciencia, voluntad que ha motivado al artista a indagar más en lo suprasensible del ser. Según el joven maestro: “La vida del hombre es espíritu, todo lo demás es materia que cambia, se reestructura, se reevalúa, pero el espíritu es una cosa que no sufre variaciones, sino queda, es perpetuo, podemos retroalimentarnos o profundizar en él”.

En algunas de estas piezas es más tangible la presencia del devenir cultural, histórico y social que nos instituye como nación. Así puede apreciarse, entre otros, en el enigmático trabajo recreado en la perdida primera industria nacional: la azucarera, en cuyos años de mayor esplendor transcurrió —como ya hemos apuntado— la infancia y primera juventud del artista. Mediante la utilización de tallos de cañas reciclados Bejarano remite a un nostálgico pasado reciente.

En las grandes, medianas y pequeñas esferas, así como en otros trabajos cuyos soportes están realizados con resinas y fibras de vidrio, los dibujos adquieren un particular expresionismo logrado mediante la luz proyectada desde la parte de atrás, para despertar disímiles sensaciones que van desde la evocación del pensamiento traslúcido hasta las cíclicas etapas en las que nuestras vidas son luminosas o eclipsables.

Alegóricas realizaciones que, en su conjunto, constituyen entretejido de un imaginario que se vale tanto de la abstracción figurativa como de la solidez del dibujo; en el cual —ha dicho— “se sustenta la construcción de todas las ideas. Puede haber dibujo hasta en una mancha de pintura, porque es el que define esa mancha; pero hay que saber hacerlo con esa intensión”.

Sin embargo, ante todo lo dicho, vale subrayar que es imposible “recuperar” una imagen “estática” del pasado; por tanto, en Sedimentos, más bien hay interés por dar una “forma estética” al tiempo que ya pasó. Con pasión similar a la de los científicos y analistas en el estudio de la memoria del paso del tiempo, Bejarano asume este empeño —tal metáforas humanas— desde las posibilidades plásticas que le proporcionan sus conocimientos técnicos. Y lo hace con la finalidad de comprender y juzgar mejor nuestro presente e intentar ascenderlo —de ahí sus recurrentes escaleras—, como el historiador que lleva a las fuentes del conocimiento acumulado durante siglos, las preocupaciones de su propia época.

Quizás, y ese es nuestro objetivo esencial, estas palabras sirvan, de alguna manera, para contribuir a un mejor acercamiento a la obra de este maestro que, para dicha de todos, nació, creció e inició su gran producción plástica en esta, nuestra inolvidable y legendaria ciudad de Camagüey. Ojalá, asimismo, sea útil este texto para que el mundo conozca la valía espiritual, artística y humana de quien hoy es víctima de la injuria, la ambición y la envidia.

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