Cira Romero - La Jiribilla.- Desde el inicio de la guerra contra España en 1868, la sociedad cubana experimentó un cambio social importante, al dictar Carlos Manuel de Céspedes la orden de abolir la esclavitud, pero no fue hasta 1886 que desde la península se dictó la ley que oficialmente emancipaba a los esclavos.


Si bien la existencia del obrerismo en Cuba data, de manera cuantitativamente escasa, desde finales del siglo xviii, este fue creciendo de forma paulatina en la misma medida en que la Isla iba alcanzando mayores niveles de desarrollo económico. En la década de los 80 del xix, la industria manufacturera del tabaco comenzó a experimentar una merma notable de la producción y de los precios debido a la competencia entre los fabricantes, muchos provenientes de Cuba, afincados en la Florida. Los dueños de tabaquerías y cigarrerías descargaron sobre los trabajadores el peso mayor de la crisis, reduciendo jornales y esquilmándolos para hacer más productiva la labor. En respuesta, los obreros, aún sin conciencia de la fuerza que podían constituir si se unían, comenzaron a movilizarse en dos direcciones, según refiere Fernando Portuondo en su Historia de Cuba: una, reformista y otra revolucionaria. La primera estuvo liderada por el español Saturnino Martínez (1840-1905), llegado a Cuba adolescente y vinculado al oficio de torcedor, desempeñado en la famosa fábrica Partagás, que compartía, en el horario nocturno, con el de estacionario de la Biblioteca Pública de la Sociedad Económica de Amigos del País.  En 1865 fundó, junto con el cubano Manuel Sellén, el periódico La Aurora, publicación semanal dedicada a los artesanos, y sostenida fundamentalmente por el sector de los tabaqueros. Fue la primera de su tipo creada en la Isla. El primer número apareció el 22 de octubre y allí figuraba una “Profesión de fe” en la que se expresaba: “Por eso nosotros venimos a colocar nuestro grano de arena en el gran edificio que la humanidad erige. Cosmopolitas por convicción venimos a manifestar nuestras ideas con la libertad que nos sea permitida y entre los límites a que está sometida una publicación del carácter de la nuestra. Venimos a hermanarnos a ese grupo de obreros de la inteligencia que tanto afán manifiesta por el adelanto de las ciencias y de la literatura y por la difusión de las luces en las masas de la sociedad”. Durante su existencia se suspendió y reapareció en varias oportunidades y en 1868, ahora en su tercera época, se autotitulaba “Semanario de ciencias, literatura y crítica”. Además de publicar cuestiones obreras, fundamentalmente aquellas relacionadas con los tabaqueros, incluyó innumerables colaboraciones de índole literaria como poesías, artículos de crítica y novelas por entregas. Dedicó algún espacio a temas relacionados con la educación. Entre sus colaboradores estuvieron destacadas figuras de la literatura cubana como Joaquín Lorenzo Luaces, José Fornaris, los hermanos Sellén, Luis Victoriano Betancourt, Alfredo Torroella, Antonio Bachiller y Morales  y Mercedes Valdés Mendoza.

Posiblemente el estallido revolucionario de octubre de 1868 y la consiguiente dispersión de muchos de sus colaboradores fue causa determinante de su desaparición ese año.

La tendencia revolucionaria dentro del movimiento obrero cubano en la octava década del siglo xix tuvo en Enrique Roig de San Martín su mejor representante. En 1887 fundó en La Habana el semanario El Productor, consagrado a la defensa de los intereses económico-sociales de la clase obrera. Tanto la vertiente reformista, como la revolucionaria contribuyeron a depositar en los obreros el espíritu de clase hasta donde fue posible, dado el escaso desarrollo de nuestro proletariado, y lucharon por la eliminación de los llamados gremios, aliados de la compartimentación y de intereses a veces antagónicos. Gracias a esta campaña unificadora surgió en 1885 un Círculo de Trabajadores de la Habana, que se pronunció dos años después en contra de la condena a muerte, en Chicago, de cinco trabajadores, lo cual propició una repulsa mundial.

En esas circunstancias, la aparición de El Productor fue un paso de avance para comenzar la consolidación del movimiento obrero cubano. El primer número apareció el 12 de julio del citado año 1887, y en él se expresaba que la misión por cumplir se fundaba en “tratar de reunir a los obreros todos en una aspiración común y confundirlos en la santa causa de su regeneración social”. En marzo de 1888, el periódico pasó  a ser “Órgano oficial de la Junta Central de Artesanos de La Habana”. En 1889 —el mismo año de su fallecimiento—, Roig de San Martín publicó un artículo con el significativo título de “¡O plan o plomo!”, donde compelía a los trabajadores a buscar otras vías para el logro de sus propósitos. En otros trabajos hizo llamamientos a la unidad clasista del proletariado, no solamente para enfrentarse a sus explotadores, sino a los dirigentes aliados a ideas reformistas. Asistido por el ánimo de elevar la conciencia de clase de los trabajadores, Roig dio cabida en sus páginas a variados temas de carácter teórico y denunció las injusticias que se cometían, además de apoyar los movimientos huelguísticos que cada vez tomaban mayor auge. Sin embargo, no puede dejar de acotarse que Roig propagó concepciones erróneas hijas de las propias limitaciones y confusiones emanadas de la teoría que defendía, basada en el apoliticismo, el nihilismo en relación con la nación y la negación acerca de la necesidad de la existencia del estado. No obstante, ya en sus días finales, abogó por un acercamiento a la filosofía de Marx y Engels, declarándose partidario del socialismo científico, y abogó por la creación de un partido obrero.

Muchas campañas desarrolló el movimiento obrero cubano en su propia defensa y por el mejoramiento social a través de las páginas de El Productor: acceso de los trabajadores a la enseñanza, contra la vagancia, el juego, el bandolerismo y la prostitución, contra la superexplotación del trabajo femenino en los talleres, a favor del amor libre y la liberación de la mujer partiendo del criterio de su liberación económica como premisa esencial. Mientras El Productor libraba estas batallas, Carlos Baliño, radicado en Cayo Hueso, fundó La Tribuna del Trabajo, publicación desde la que incitaba a los trabajadores cubanos a rebelarse contra España.

Tras la muerte de Roig de San Martín, el periódico comenzó su segunda época, ahora bajo la dirección del obrero Álvaro Aenlle Álvarez. Entre sus redactores estuvieron dos destacados líderes obreros: Enrique Creci y Enrique Messonier. En un artículo titulado precisamente “Segunda época” se comenta: “No constituye, como el título de este artículo parece indicarlo, cambio radical alguno en la marcha, ideas, ni conducta que ha de seguir adelante este periódico”, pues él “no era solo el representante y defensor de los intereses inmediatos de los trabajadores: era también la voz del nuevo apostolado, la expresión del redentor ideal —el socialismo”. En una hoja suelta aparecida el 24 de abril de 1890 se informaba acerca de la decisión del gobierno español de prohibir toda publicación cuyo director no fuera elector o elegible, por lo que el periódico “se ha visto precisado a suspender su tirada hasta tanto se encuentre un generoso burgués, que, siendo de nuestras ideas, quiera desempeñar la Dirección”. Vieron la luz tres números más en los meses de mayo y junio, el siguiente, de noviembre, el último aparecido, se publicó en Regla. En él figuró el artículo “Otra vez en la brecha”, donde manifestaban: “Ya ahora tenemos director (ante el gobierno se entiende, no ante nosotros) que reúne las condiciones que el gobierno requiere, solo que para hallarlo hemos tenido que ir hasta el vecino pueblo de regla, lo que no impedirá que el periódico siga siendo lo que fue, aunque ayer fuera habanero y hoy tenga que ser reglano forzosamente”. No se menciona, sin embargo, quién asume la dirección.

El  Productor cedió sus páginas a trabajos referentes al movimiento obrero cubano e internacional y a proclamas y manifiestos proletarios, aunque publicaron algunos poemas y colaboraciones sobre temas históricos y filosóficos. Entre sus más asiduos colaboradores figuró Palmiro de Lidia, seudónimo del catalán Adrián del Valle, destacado periodista, también narrador, y activo elemento defensor de los intereses obreros tanto en Cuba, como en los EE.UU. Otros que figuraron en sus páginas fueron personas escondidas tras seudónimos: El Corresponsal, Un semitipógrafo, Solón, Un desheredado y Esquilo.

En torno a El Productor se generó un movimiento que logró importantes conquistas para el movimiento obrero, como dejar de laborar, por primera vez en Cuba, el día 1º. de mayo, hecho ocurrido en 1891. Representando el grupo constituido en torno al periódico ante un Congreso Regional Obrero, dio a conocer una moción, aprobada por aclamación, que constituye la primera manifestación colectiva de la presencia de la ideología socialista en Cuba. En algunos de sus puntos se expresaba: “El Congreso  reconoce que la clase trabajadora no se emancipará hasta tanto no abrace las ideas del socialismo revolucionario, y por tanto aconseja a los obreros de Cuba el estudio de dichas ideas, para que analizándolas puedan apreciar, como aprecia el Congreso, las inmensas ventajas que estas ideas proporcionarán a toda la humanidad al ser implantadas”. Se pronunció además en favor de la “emancipación de la tutela de otro pueblo”, lo cual provocó una violenta respuesta por parte del gobierno español: se suspendió el congreso y se ordenó la detención de los 16 firmantes de la moción, quienes fueron acusados de “provocación a la rebelión”. De inmediato se desató una activa persecución contra los obreros, que incluyó la clausura del Círculo de Trabajadores y la disolución de otras organizaciones similares. El paso que se debió seguir fue entonces el de la unidad promulgado por José Martí, a cuya agenda de lucha se integró buena parte de estos luchadores en aras de alcanzar la independencia de Cuba.

La Aurora y El Productor son las dos muestras más sobresalientes del obrerismo cubano y su presencia en la prensa en el siglo xix. Ambas publicaciones abrieron un camino a lo que vendría posteriormente, en el siglo xx, con nuevos órganos que con bases ideológicas más firmes serían dignos representantes del obrerismo cubano, como Espartaco, dirigida por Carlos Baliño, y Aurora, surgida en 1921 y con una larga vida bajo la orientación del sector gastronómico. Contó con colaboradores como Raúl Roa, Juan Marinello, Regino Pedroso, Carlos Loveira, Ángel Augier y Gerardo del Valle.

Las masas revolucionarias cubanas a partir del triunfo revolucionario contarían (y cuentan) con varios órganos capaces de manifestar sus intereses, pero las raíces están, sin duda, en La Aurora y El Productor.

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