José Tadeo Tápanes Zequera* / Cubainformación.- Tengo ante mis ojos, las fotos de varios amigos y amigas paseando por los predios soleados del complejo escultórico habanero conocido como Parque Histórico-Militar Morro-Cabaña. Muestran entre sus manos, varios libros recién comprados en la Feria Internacional del Libro de La Habana, tan sólo con el objetivo de hacerme rabiar de envidia.

Texto publicado en el nº 21 de Cubainformación Primavera 2012


A los que no hayan visitado nunca la isla de Cuba, les digo que el ya mencionado Parque Histórico Militar, está compuesto por dos imponentes fortalezas militares centenarias: en primer lugar, el Castillo de los Tres Reyes del Morro, y en segundo lugar, la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, las cuales, conjuntamente con el Castillo de la Real Fuerza y el Castillo de San Salvador de La Punta, constituían los cuatro puntos clave para la defensa de aquella Habana colonial, tan golosa para corsarios a sueldo fundamentalmente de las coronas inglesa, francesa y holandesa, como para piratas y demás rufianes de los mares, durante los siglos XVI, XVII y XVIII.

Veintisiete años después de iniciados los trabajos de construcción del Castillo de la Real Fuerza (1558) las autoridades coloniales de la Isla contrataron al ingeniero italiano Bautista Antonelli (Gatteo 1547- Madrid 1616), quien gozaba de toda la confianza del rey Felipe II, pues ya con su hermano, 20 años mayor, ese otro gran ingeniero militar italiano, Juan Bautista Antonelli (Gatteo 1527-Toledo 1588) había trabajado en la construcción de fortalezas militares en territorio español y africano.

Una vez en La Habana el más joven de los Antonelli, estudió la zona de la bahía capitalina y sugirió a las autoridades insulares, la construcción de dos fortalezas militares, colocadas en ambas riberas de la bahía, y de ese modo, en 1585 comenzaron los trabajos constructivos del Castillo de los Tres Reyes del Morro, y del Castillo de San Salvador de La Punta.

Cuentan que la relación entre el ingeniero italiano y las autoridades cubanas, nunca fue del todo buena. De hecho, el Castillo del Morro se construyó donde lo encontramos hoy en contra de la voluntad de Antonelli, quien había sugerido con buen tino, que La Habana necesitaba, para estar bien protegida, que la fortaleza militar fuera construida unos 500 metros más hacia dentro en la ribera más alejada a tierra firme, es decir, en el lugar conocido como la loma de la Cabaña.

Pero, ya sabemos, el que paga, manda, así que por estética, por exceso de confianza, o tal vez por llevarle la contraria al estirado ingeniero italiano, el Castillo de Los Tres Reyes del Morro se construyó justamente en el extremo de la ribera exterior de la bahía de La Habana. Los trabajos avanzaron lentamente, porque no siempre se tuvo a mano el dinero necesario, y porque las rencillas entre el hombre de confianza del Rey y los responsables insulares, se vieron reflejados en el ritmo de trabajo. Tanto demoraron las obras, que el rey Felipe II (1527-1598) no le alcanzó la vida para disfrutarlas, pues no fue hasta 1610 aproximadamente, en que las obras se acercaron a su término.

Nunca dejes de escuchar a los que saben. Esta lección la aprendieron los cubanos de una manera triste y dolorosa. ¿Por qué? Pues porque en 1762, al estallar la Guerra de los 7 años, la cual enfrentó a España en alianza con su vecina Francia, en contra de Gran Bretaña, los mares de la isla se poblaron de naves de guerra enviadas por “la Pérdida Albión”, la gran potencia militar de la época.

Los expertos oficiales ingleses, súbditos del recién estrenado rey Jorge III (1738-1820), quien sólo dos años antes había sucedido en el trono al monarca Jorge II (1683-1760), no tardaron en dar con el punto débil en las defensas habaneras. Se dieron perfecta cuenta de que no necesitaban tomar el Castillo del Morro para dominar la capital, bastaba con tomar el punto conocido como la loma de la Cabaña, emplazar allí sus piezas de artillería y comenzar el bombardeo de la ciudad de la Habana.

El Castillo de la Real Fuerza, por su posición un tanto alejada de la costa, resistió bastante bien el incesante cañoneo, pero aún así, no pudieron hacer nada para contrarrestar las posiciones inglesas. Para colmo, no se le ocurrió a las autoridades hispano cubanas, sacar su flota militar del puerto de la Habana, para combatir a la flota invasora desde fuera de la isla, en mar abierto. Hundieron unas naves a la entrada del puerto, después de prenderles fuego, y esperaron con esto, impedir la entrada de los barcos ingleses al interior del puerto.

Los ingleses, después de imponer su ley mortífera a la ciudad, y teniendo total control sobre las aguas que rodeaban la ciudad de La Habana, de madrugada y aprovechando el factor sorpresa, pusieron un poderoso artefacto explosivo en el muro exterior de la fortaleza del Morro, y por el boquete abierto, entraron y redujeron a los soldados allí apostados, después de un encarnizado combate. Dominar el resto de la ciudad luego fue pan comido.

Por esas carambolas del destino, la presencia inglesa en la Habana, no fue muy prolongada, apenas 11 meses. La corona inglesa decidió cambiarle al monarca español, como si de una jugada ajedrecística se tratara, La Habana por la Florida, entonces en manos de España.

Otra vez la capital cubana en manos españolas, el por entonces monarca borbónico Carlos III (1716-1788) exigió garantías para que más nunca se pusiera en peligro la joya antillana de su corona, y en consonancia con su deseo, mandó a construir, esta vez sí, en el sitio sugerido por el ingeniero italiano Bautista Antonelli, una fortaleza militar en la loma de la Cabaña. Dijo Carlos III en aquella ocasión: “Ocúpense ustedes de construir una fortaleza en condiciones, que los gastos correrán por mi cuenta”.

Las autoridades de la Isla le tomaron la palabra, y a diferencia de la construcción del Castillo de El Morro, esta vez el dinero no fue un problema. La distancia del ojo del amo, en este caso, engordó el caballo, es decir, el montante de la factura. Y allí, encima de la loma de La Cabaña, se erigió la magnífica ciudadela con unas vistas inigualables del puerto y de la zona costera de la ciudad de La Habana.

La fortaleza de San Carlos de La Cabaña es el complejo militar más grande que construyera el colonialismo español en América. Cuando le llegaron las facturas al rey español, y vio que tenía que desembolsar 7 millones de pesetas de las de antes, desde su palacio madrileño exclamó: “Denme un catalejo, porque si la Cabaña ha costado 7 millones de pesetas, debe verse desde aquí”.

El 9 de febrero de 2012 y hasta el 19 del mismo mes, arrancó la Feria Internacional del Libro de La Habana en su edición 21, y allí estaban mis amigos y amigas, formando parte de los más de dos millones de cubanos que invadieron en esta ocasión, y como cada año, la fortaleza militar pagada en su día por Carlos III. Esta vez fueron puestas a la venta más de 1.465.000 ejemplares, los mismos que mostraban en sus fotos mis amigos y amigas, tan sólo para que yo, desde Bilbao, me muriera de envidia.

 

*Poeta e historiador cubano, residente en el País Vasco y conductor de Cubainformación Radio.

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