Ramón Pedregal Casanova - Crónica Popular.- Pocas veces tendremos la ocasión de leer a un autor con una trayectoria de vida comprometida con la historia de los pueblos y con la expresión literaria como manifestación de ello: Andrés Sorel, seudónimo de Andrés Martínez Menchén (Segovia, 1937) en la actualidad Secretario General de la Asociación de Escritores de España (ACE), y ex presidente de la cooperativa del periódico diario “Liberación”.


Escritor crítico, enemigo del acomodo, sabedor de la importancia fundamental para la conciencia social de la memoria, del conocimiento del pasado, ese cuerpo o columna en que se asienta el presente, sufrió la censura permanente, prohibición de su obra en el franquismo, y el exilio, durante el cual dirigió “Información Española”, periódico para la emigración publicado por el Partido Comunista de España.Autor de más de cincuenta libros, ha escrito ensayo, filosofía, novela, y, entre sus obras destacan “Las voces del estrecho” (Muchnik, 2000), “La noche en que fui traicionada” (Planeta, 2002); “La caverna del comunismo” (RD,2007), “Dolores Ibárruri, Memoria Humana”, (1992, Ediciones Libertarias-Prodhuf)i, “Miguel Hernández, escritor y poeta de la Revolución” (1976,Zero-Zyx), “Miguel Hernández, memoria humana” (Vitruvio,2010) y “Saramago, una mirada triste y lúcida” (2007. Algaba. Editorial Edaf).

En su última novela “Las guerras de Artemisa” nos expone la guerra de Cuba o contra Cuba, la guerra que emprendieron la casta de colonos, generales, aristócratas y banqueros españoles contra los independentistas cubanos que buscaban su propio futuro.

Andrés Sorel traza una elipsis que va desde Weyler, el general de los invasores coloniales, (Weyler, parece ser el primer militar asesino en la dimensión moderna, con placa conmemorativa en su vivienda en Madrid, lo que dice todo de los regidores del estado y de la ciudad), hasta el golpe de estado que dieron sus sucesores al gobierno constitucional de la República española: Franco, franquistas, franquicia de Weyler.

Si Shakespeare abre el libro y el primer capítulo, después el dramaturgo inglés va a hacer apariciones fugaces para urdir el desarrollo de la novela, aunque cada capítulo se leerá encabezado por párrafos de obras que iluminan sus páginas: palabras de Fiodor Dostoievski, de Robert Walser, de Witold Gombrowiz, de William Faulkner, de Joseph Conrad, de León Tolstói, de Albert Camus, y de Thomas Mann.

En “Las guerras de Artemisa”, se nos cuenta lo que “pudo narrar el escritor Manuel Ciges Aparicio”, arrastrado a la guerra, y contra la que, siendo militar, escribió, sirviendo de réplica al general Weyler, cuyos propósitos quedaron escritos en un periódico: “Someter a sangre y fuego a las poblaciones a un régimen draconiano, incendio de todas las mieses, del arbolado de toda especie, destrucción de todos sus puentes, requisa general del ganado, millares de familias arrancadas de sus hogares.

En la novela se puede leer, además, la posición crítica ante la guerra de Cuba de las Diputaciones de Navarra y Álava. Así, ésta última repartió un pasquín entre la población en el que incidía sobre el aspecto más terrible de la guerra emprendida: “Ningún general ni conquistador de los tiempos modernos ha osado decir que  venía a hacer la guerra al país que invadía, sino tan solo a su gobierno o autoridades; pero aquí se ha sentado por principio que la guerra es contra el país, es decir, contra las personas indefensas y pacíficas”.

Andrés Sorel fijó su atención en la guerra que los explotadores españoles llevaron al pueblo cubano cuando visitaba el campo de exterminio de Auschwitz, pues, siguiendo su historia, apareció el nombre del general Weyler y su proceder maestro para los nazis. Triste Historia la que arrastramos.

En “Las guerras de Artemisa”, una novela de aquella realidad, de los actos y el pensamiento que formaron a quienes asesinaron la esperanza entre nosotros en 1936, Andrés Sorel emplea un lenguaje que ocupa espacios gigantescos, desde el más poético a los términos más directos y obscenos, expresión viva de los seres que participaron en aquella barbarie, en el marco de una estructura que alterna voces y tiempos  y que  lleva a la conciencia de quien lee el espanto y la rabia producidas.

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