Editorial - Bohemia.- Cuba es el país de América Latina con mejores condiciones para ser madre, decía hace poco un informe de Save the Children (Salvar a los niños), organización no gubernamental de larga data y extendido activismo internacional.


Cuba, afirmaba también no hace mucho el representante en La Habana del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), doctor José Juan Ortiz, es modelo en la aplicación de la Convención de los Derechos del Niño, como resultado de su voluntad política y a pesar del bloqueo impuesto por Estados Unidos hace más de medio siglo.

En este pequeño país, la tasa de mortalidad infantil fue de 4,7 por cada mil nacidos vivos en 2007; de 4,8 en 2009; 4,5 en 2010 y 4,9 el año pasado. La más baja de la región, solo comparable a Canadá y por encima de Estados Unidos.

De nuestros pequeñines, casi el ciento por ciento —99,4 por ciento, seis por cada mil nacidos vivos— alcanzan los primeros cinco años de vida, indicador entre los más relevantes en el mundo para conocer el nivel de vida y el grado de desarrollo de la salud pública en un país.

Nuestros niños y niñas, desde antes de nacer, tienen asegurados amparo, protección. Su primer derecho es el de existir, al que le sigue el de crecer saludablemente, con acceso pleno a los beneficios y oportunidades que ofrece a todos por igual la sociedad socialista.

Los cubanos sabemos muy bien a qué se refiere la afirmación de que, en Cuba, nada es más importante que un niño.

El derecho a la vida, a la salud; al descanso y al juego; a un nombre y una nacionalidad, a una familia; a la protección durante conflictos armados, contra el trabajo infantil y contra la explotación económica en general; a la educación, entre otros fundamentales, se consignan en la Convención de los Derechos del Niño, suscrita por todos los países miembros de la ONU, excepto Estados Unidos y Somalia.

Pese a tan numeroso respaldo, sin embargo, esa Convención diariamente se viola y las evidencias de ello abruman, indignan.

Según la Unicef, un número creciente dentro de los más de mil millones de niños y niñas de todo el universo que hoy viven en ambientes urbanos, afrontan marginación y privaciones, y carecen de acceso al agua potable, a la educación, la salud y la recreación, pese a tenerlas cerca.

En su informe Estado mundial de la infancia 2012: Niñas y niños en un mundo urbano, dicho organismo alerta que, en todo el planeta, la población en ese ambiente aumenta aproximadamente en 60 millones cada año, de modo que para 2050 el 70 por ciento de las personas vivirá en ciudades, en contraste con la mitad hoy.

De ese crecimiento anual, el 60 por ciento son infantes cuya desprotección aumentará, si los gobiernos no trabajan para evitarlo.

Hay estadísticas peores. De 218 millones de menores entre cinco y 17 años de edad que trabajan en el mundo, más de la mitad, unos 126 millones, realizan labores peligrosas; de ellos ocho millones y medio como esclavos, en trabajos ilegales, degradantes e igualmente peligrosos, denuncia Save the Children.

La población infantil (menores de 15 años) estimada en todo el orbe es de aproximadamente dos mil 200 millones, más de la cuarta parte del total. El Consejo Económico y Social de la ONU calculaba a mediados del año anterior que, de ella, como mínimo 67 millones estaban privados del derecho a la educación, principalmente en países de alta natalidad o afectados por conflictos bélicos.

Hay niños y niñas que ni siquiera existen, oficialmente. En América Latina y el Caribe, por ejemplo, la Comisión Económica para la región (Cepal) reportó recientemente un aproximado de seis millones y medio sin inscribir en los registros civiles de sus países, lo cual atenta contra el disfrute de sus derechos sociales, económicos, civiles y culturales.

Espanta, subleva, ese saber de niñas y niños comprados antes de nacer a sus madres pobres en países muy pobres, por gente rica de países muy ricos; abusados; hambrientos, sedientos, desnutridos, enfermos; muertos o heridos en guerras y desastres naturales; armados y obligados a matar; sin escuelas, ni maestros, ni libros, ni juegos. Con la inocencia irreparablemente rota.

Viendo tal panorama desde la celebración en Cuba del 1o de junio, Día Internacional de la Infancia, hiere el contraste y emplaza a no desmayar, a vivir y luchar, aquí o en cualquier parte, por la esperanza del mundo, como llamó Martí a los niños y las niñas.

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