Pareja cubana en el malecón de La Habana. (Foto: Raquel Pérez)

Fernando Ravsberg - Cartas desde Cuba / BBC Mundo.- Elías Carranza, un alto funcionario de la ONU para la Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente, declaró que Cuba es el país más seguro de la región, no presenta la grave situación de violencia que caracteriza al continente y tiene grandes logros en la reducción de la criminalidad.  


De inmediato me puse a buscar datos sobre los delitos más comunes en la isla y cifras que nos permitan comparar con otros países de la región, pero las autoridades no entregan prácticamente ninguna información al respecto.

Tampoco aparece el tema en los medios de prensa nacionales, carecen de "página roja" y no publican nada sobre crímenes, robos, violaciones o asesinatos, ni siquiera escriben cuando mueren de hambre 33 pacientes en un psiquiátrico.

Para contrarrestar el vacío los ciudadanos crearon "Radio Bemba", la trasmisión de persona a persona. Es cierto que la información se deforma un poco, pero viaja con asombrosa rapidez, en horas puede llegar a La Habana la noticia de un crimen ocurrido en la provincia de Holguín.

Viviendo en Cuba uno "siente" que existe bastante seguridad ciudadana. Nadie teme pasear por las noches. Yo he caminado por barrios marginales sin ser agredido y, en 20 años, el caso más violento que sufrí fue el jalón al bolso de mi esposa en La Habana Vieja.

Y no soy el único. Un camarógrafo afroamericano que trabajó en Cuba y se movía por los barrios más "difíciles" de La Habana, nos decía riendo que los delincuentes cubanos son niños de pecho comparados con los del barrio donde nació en Nueva York.

Mirando a nuestro alrededor -Haití, México, Centroamérica, Colombia, Venezuela, Brasil, EE.UU.- uno se pregunta cómo los cubanos han logrado mantener estos niveles mínimos de violencia social. La respuesta abarca muchos factores y ninguno resulta sencillo de analizar.

Antes de 1959 la isla no era tan pacífica. Los pistoleros llegaron a ser tan fuertes que un presidente de la República negoció con ellos y los nombró policías. Después, para completar la faena llegaron los mafiosos de EE.UU. y se adueñaron de los casinos.

El control de la criminalidad violenta en Cuba debe agradecerse en primer lugar a Washington que los obligó a crear un eficiente servicio de seguridad, capaz de infiltrar y mantener durante años a una espía en la Agencia de Inteligencia del Pentágono (DIA).

Aprendieron a defenderse de los planes violentos de su vecino -invasiones, intentos de asesinato, atentados, sabotajes, alzados, etc.- y aplicaron los mismo principios generales y las mismas técnicas para deshacerse de la delincuencia común.

Infiltraron a los grupos delictivos más violentos y los capturaron uno a uno. Finalmente algunos fueron al paredón, otros terminaron en la cárcel y muchos dejaron el país, aprovechando las facilidades migratorias ofrecidas por EE.UU. a todos los cubanos.

A fines de los 90 el narcotráfico había comenzado a crecer en la isla, movían más volumen de droga, lograron estabilidad en la oferta y tenían comprados a algunos policías. A la vez se tornaron más violentos y cometieron algunos crímenes atroces.

Entonces los servicios de inteligencia entraron en acción apoyados en la información de los Comités de Defensa de la Revolución, los CDR, en una operación a nivel nacional que metió en prisión a los principales traficantes y a sus cómplices.

Hay un CDR en cada cuadra de cada ciudad o pueblo y hacen guardias nocturnas a lo largo de toda la isla. Jugaron un papel clave en la desarticulación de la oposición violenta de los 60 pero su vigilancia también es un obstáculo para la actividad delictiva en general.

Durante décadas los CDR fueron tan poderosos que extendían avales políticos a los vecinos. Hoy han perdido protagonismo y devinieron en una especie de versión tropical de las cámaras que vigilan las ciudades europeas, esas que siempre nos observan aunque no las veamos.

Confieso que a veces resultan molestos. Si un desconocido se queda en mi casa varios días vendrán a preguntar y apuntarán sus datos personales con lo que esconder a un delincuente, a un infiltrado de la CIA o a una amante resultará igual de complicado.

Pero el componente más importante para contener el nivel de violencia social podría ser el cuidado de la infancia. El exvicepresidente Carlos Lage dijo en la ONU que 200 millones de niños en el mundo duermen hoy en las calles y que ninguno de ellos es cubano.

Eso explica que en Cuba no haya chicos sicarios, mareros, traficando drogas o robando en pandillas. Es natural que no existan porque no hay ni un solo niño de la calle, todos están bajo la protección de sus familias o de instituciones estatales.

La mejor incubadora de delincuentes violentos es la propia violencia social que sufren millones de infantes en el mundo, abandonados por sus padres, durmiendo en parques, comiendo de la basura, abusados sexualmente e inhalando pegamento.

Ya no hace falta ir a los barrios marginales del continente para comprender por qué el escritor Mario Benedetti sentenció que la infancia "es a veces un paraíso perdido, pero otras, es un infierno de mierda". Y es en los fuegos de esos infiernos donde se forjan nuestros peores demonios.

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