Editorial - Bohemia.- En Cuba, como mucho se dijo y se ha cantado desde años atrás, siempre es 26. El asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, en esa fecha de 1953, fue motor impulsor de los incontables combates que a partir de aquel momento sobrevendrían, hasta hoy.


Desde entonces no se ha dejado de luchar en este país, y no solo desde entonces. La forja de la nación, las guerras por su independencia, la resistencia al neocolonialismo que después del triunfo sobre la metrópoli española nos tocó en desgracia; la nueva etapa de insurrección armada que comenzó aquel 26, hace ahora 59 años, y concluyó con la victoria revolucionaria de enero de 1959.

Todo ello y más, la historia anterior a la entrada de los rebeldes en La Habana, y la vivida desde aquel hecho épico hasta hoy, ha sido una sucesión de asaltos en busca de mejor destino para la patria y todos sus hijos, especialmente los que durante siglos fueron esclavizados, explotados, preteridos.

Hubo quien pensó que no sería más así, luego de la conquista del poder por el pueblo, y que bastarían el derrocamiento de la dictadura, la proclamación de la igualdad y la justicia, y del socialismo como su expresión más cierta, para llegar en breve al paraíso en la tierra, o algo parecido.

Fidel Castro, visionario y realista, fue el primero en advertir el 8 de enero de 1959, en medio de un baño de multitud en el antiguo cuartel de Columbia, a partir de entonces Ciudad Escolar Libertad: “La tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer. No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil”.

De que así fuera se han ocupado muy bien todos estos años el imperialismo yanqui y sus aliados, con perennes agresiones de todo tipo entre las que destaca, además de acciones terroristas, el bloqueo económico, comercial y financiero más prolongado que jamás hayan conocido país y pueblo alguno.

Coyunturas políticas como la desintegración de la Unión Soviética y la caída del socialismo en Europa del Este; económicas, como la actual crisis mundial, y hasta desastres naturales, como el devastador ciclón Flora en el temprano 1963 o aquellos tres no menos devastadores huracanes de 2008, han sido parte de las dificultades, además.

También se suman nuestros errores en el complejo e inédito proceso de construcción socialista en un país pequeño como el nuestro, de escasos recursos, subdesarrollado y distante apenas 90 millas del imperio más agresivo y poderoso que jamás existió.

Contra todos esos muros se ha tenido que ir, de asalto en asalto, en las distintas etapas de la Revolución que es, debe ser, aprendizaje, evolución, ascenso. Como los combatientes de aquel 26 de Julio, hemos seguido adelante, conquistando y defendiendo posiciones, fundando y haciendo obras para el pueblo, e intentando, al mismo tiempo, la fragua del hombre nuevo que dijera el Che.

Evidentemente, no es fácil, ni lo será en lo adelante, juzgando por la situación complicada y los graves riesgos que afronta el mundo, del cual somos parte. Pero como bien dice la voz popular, tampoco es tan difícil, mucho menos imposible.

Hoy, “cambiar lo que debe ser cambiado”, alcanzar el éxito en la actualización del modelo económico y social; lograr mayor y mejor desarrollo material, perfeccionar, en suma, el socialismo al que no vamos a renunciar, equivale —aunque de distinta manera y en tiempo diferente— a una arremetida como la de los combatientes que aquella madrugada del 26, fueron a conquistar un sueño de justicia con más fuego en la mente y en el corazón que en las armas que empuñaban.

Aquel sueño es esta Revolución que muchos de ellos no alcanzaron a vivir para ver, porque murieron haciéndola. Nuestro 26 es defenderla, sin desmayar; superando sus conquistas; haciéndola todavía más justa, más humana, o lo que es igual: más socialista.

Cuba
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