Graziella Pogolotti - Portal Cubarte.- La conmemoración de un centenario debería conducir a una revisión a fondo de autores con vigencia comprobada al término de un siglo, tiempo muy prolongado cuando estamos sometidos a un ritmo vital cada vez más acelerado y las modas del pensar salen al mercado con rapidez equivalente a los usos y colores del vestir.


Paradójicamente, no ocurre así. O, por lo menos, no sucede con la intensidad deseable. La celebración piñeriana ha gozado de ciertas ventajas. Una parte considerable de su obra comenzó a circular desde finales del año pasado. El coloquio internacional convocado por el Instituto del Libro de la mano del Antón Arrufat contó con ponencias valiosas  y tuvo resonancia en la comunidad intelectual de la Isla.

Sin embargo, en el caso de Virgilio Piñera, queda mucho por hacer. Siguen prevaleciendo tópicos conocidos, como el de su marginación, los conflictos derivados de su orientación sexual y su relación con el origenismo. A mi entender, este último tema desemboca en un callejón sin salida. Se atiene a una perspectiva reduccionista del complejo entramado cultural y soslaya las particularidades de una cosmovisión, de una biografía y de un referente filosófico específico. El microanálisis se desgaja de la integralidad del proceso creador de un artista que abordó el ensayo, la crítica, el cuento, la novela, la poesía y el teatro, de un hombre que escribió con sangre porque vida y literatura le parecieron siempre inseparables.

En franca ruptura con la disciplina impuesta por la academia a los docentes Virgilio Piñera, escritor ante todo, se vale del ensayo y la crítica para definir los rasgos de una poética que toma cuerpo paulatinamente. Tratando de encontrar las huellas de su pensamiento, procuré obtener su texto juvenil sobre la Avellaneda, provocador de su ruptura con José María Chacón y Calvo, alma buena, reputado por su espíritu tolerante. Muy trasgresor debió resultar el escritor todavía desconocido, cuando desató la cólera del ilustre filólogo. En efecto, Virgilio desmontó sin piedad la obra poética de Tula. La base de su argumentación se sustenta en la falta de autenticidad que proyecta su abundante versificación. Destaca sobre todo su soneto Al partir, nacido de un golpe, en un arranque de emoción. Reivindica entonces la pasion del Sturm und Drang frente al acomodo, a las buenas costumbres y a la sujeción al triste romanticismo español.

Dolor y pasión atraviesan La isla en peso, que no es precisamente “el sitio donde tan bien se está”. Su universo poético se abre a los marginados, a los habitantes de la noche, míseros sin techo, prostitutas deterioradas por el uso. El sujeto lírico –si fuera dable aplicar semejante denominación- aguza la mirada hacia los de abajo en quienes reconoce la cercanía con sus vivencias personales: la pobreza extrema que acompañó a una familia errante en busca de sustento, asida siempre a las ilusiones miríficas de un padre autoritario. La pobreza nunca lo abandonó. Padeció estancias en casas de huéspedes en Buenos Aires, tristes habitaciones en sus días de estudiante. Conoció alguna bonanza en los días iniciales de la Revolución y se mantuvo luego con su modesto salario de traductor. Por su orientación sexual fue víctima de lacerante discriminación y una lectura reduccionista de su obra despertó la suspicacia política. En sus textos palpita una indiscutible entraña social.

Por áspera, la novela es quizás la zona menos frecuentada de la obra piñeriana. Sin embargo, ofrece claves fundamentales para definir su cosmovisión, similares a las reconocibles por destellos, a veces de manera discontinua en sus cuentos y en su teatro.

Como buena parte de sus coetáneos, Virgilio no permaneció ajeno a las corrientes filosóficas de su época. Para algunos –los doctos al modo de su hermano Humberto-- era un ejercicio académico intelectual, mera clasificación de tendencia, puro descriptivismo, hilo conductor de los manuales destinados a la enseñanza. Para el poeta, en cambio, las ideas se articulaban con la angustia más íntima de la carne. De ahí que La carne de René proponga múltiples lecturas integradoras del trasunto biográfico y las grandes interrogantes acerca del sentido de la vida.

Dios ha muerto y la criatura humana subsiste sola, en un universo vacío, carente de sentido y por ende absurdo. Tal es la atmósfera que preside La carne de René, Pequeñas maniobras y Presiones y diamantes, constituyentes de una suerte de ciclo narrativo. La representación de la angustia existencial tiene que concretarse en historias contadas, personajes, situaciones y ambientes. La concepción ontológica permanece en el trasfondo y se imbrica con la inserción en un contexto social y con un acercamiento psicológico. Al comienzo, una anécdota cotidiana presenta al personaje que conducirá la trama. El conflicto crece, se agiganta hasta diluirse en un desenlace que asume un tono menor. El detalle preciso y lo cotidiano concreto hacen verosímil un relato proyectado hacia una dimensión simbólica.

La anécdota aparentemente costumbrista con la que abre La carne de René, sitúa una fecha específica en una novela donde las cronologías y las referencias geográficas se han borrado. Son los años de la segunda guerra mundial cuando escasearon en Cuba productos alimenticios, de aseo y combustibles. La ORPA supervisaba la distribución de suministros. Un llamado “carburante nacional” sustituía la gasolina, muy racionado. Tal y como ha sucedido en los años duros de la Revolución, la voz popular comunicaba la llegada al barrio de la carne, la leche o el jabón. En unos minutos, una multitud salida de todas partes formaba colas. En la obra de Virgilio, la carne real ofrece su tarjeta de presentación. Son perniles y cuartos de res sangrientos frente a una humanidad voraz y en disputa, también hecha de carne. René, un frágil adolescente enviado por el padre para endurecerse, vencido por la repulsión ante el desbordante despliegue anatómico, sufre un vahído.

Casi siempre oculto, encarnación del poder con su exacerbado autoritarismo y el aura de misterio Ramón, el padre, emprende la educación de su hijo en la gozosa aceptación del dolor de la carne. El concepto se transforma en el decursar del relato. Ya no es el alimento que se expende a los consumidores, sino la portadora de un pecado infamante. La secuencia de torturas organizada en la escuela para el festejo de la iniciación, verdadera misa negra, evocadora del Huyssman de A contracorriente. René intenta la rebeldía.

El padre impondrá la marca quemante en la nalga. Ante el fracaso, procurará la evasión y la resistencia pasiva. Empeño inútil, porque el destino lo condena a ser el jefe de una organización de conspiradores en disputa acerca de las bondades del chocolate. Coincidencia probable, Jean Paul Sastre, en la inmediata preguerra, incluyó La infancia de un jefe en su volumen titulado El muro. Bajo el signo del fascismo que se cernía sobre Europa, es la “educación sentimental” de una dirigente de la derecha. Para llegar a su destino

Pequeñas maniobras sugiere un vínculo de continuidad con la novela precedente. Sebastián, el personaje central, remite al santo del mismo nombre atravesado por las flechas, imagen que René contempla con angustia en la oficina de su padre.

Como La carne de René, Presiones y diamantes transcurre en el ámbito de una ciudad anónima y moderna. Entre altos rascacielos, se diluye la dimensión humana. A pesar de la visión trágica de un planeta abandonado por sus habitantes, víctimas de una conspiración que desencadena el miedo a la vida este relato, el último de la saga, evoca una atmósfera de límpida luminosidad. Los toques de humor animan una alegoría en homenaje al papel del escritor y de la literatura. El narrador, traficante de joyas que han perdido su valor, permanece para dar testimonio de lo ocurrido. La perspectiva crítica ante una humanidad enajenada por el miedo, anula la sensación de soledad. Único sobreviviente, dialoga con un destinatario posible que volverá a tomar cuerpo algún  día en alguna parte. Asociado fugazmente a la imagen del Quijote, su disposición a la resistencia se afinca en un irrenunciable amor a la vida. Así vivió Virgilio. En los años duros de silenciamiento persistió, aferrado a su máquina de escribir, amontonando manuscritos, confiado en el reconocimiento que la posteridad habría de otorgarle.

A contrapelo de sus contemporáneos, Piñera rehuyó el barroquismo. Empleó una prosa escueta, directa, transparente, eficaz y precisa, con guiños inteligentes al habla popular que ingresa en el tejido sin producir sobresaltos.

De esa manera, sus personajes se remiten a una humanidad sufriente, inconstante movimiento a través de ciudades anónimas, reconocibles en rostros individualizados en el espacio concreto de su Isla. Su obra vive por sus rasgos premonitorios, tan inquietantes que todavía nos perturban., en su centenario, Virgilio sigue esperando por estudios que intentes una exploración a fondo de su cosmovisión a fin de colocarlo, más allá del anecdotario conocido, en el lugar que le corresponde.

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