Laidi Fernández de Juan - La Jiribilla.- Existen múltiples antecedentes de humor literario en Cuba. Algunos de ellos han sido objeto de varios estudios, y otros, como siempre ocurre, lo han sido menos.


Esto último también sucede con respecto a la limitada presencia de la mujer como creadora de este género literario, por demás carente de explicaciones realmente satisfactorias, aunque este hecho no sea de extrañar, ya que en sentido general, existen escasos ejemplos de mujeres consagradas al humor tanto en artes escénicas como en la caricatura, en la música, en el cine; en toda manifestación artística, sin que exista hasta el presente, insisto, razonamientos científicos que lo expliquen, más allá de razones puramente derivadas de la discriminación de género, con la consiguiente inhibición que sienten (sentimos) las mujeres a la hora de afrontar el posible ridículo que siempre es un riesgo en el humor.

Podemos aventurarnos a afirmar que, con la eclosión de narradoras que emergió en los años 90 del siglo pasado, fenómeno este analizado con brillantez por la periodista Helen Hernández Hormilla (Mujeres en crisis, Publicaciones Acuario, 2011) , aparecen en el terreno literario cubano varias escritoras que utilizan el humor como recurso para la elaboración de sus textos, aunque se mantengan (nos mantengamos, vale decir) aún en desventaja numérica si se comparan (nos comparamos) con sus congéneres masculinos. Antes de intentar un acercamiento al propósito del presente artículo, señalo que resulta significativa la peculiaridad de este hecho: nunca antes tuvimos tantas escritoras como ahora, ni fue tan marcada —aunque sea todavía insuficiente— la presencia de la mujer como “sujeto” generador de humor, ya que como “objeto” sí hemos sido diana para la comicidad en cualquiera de sus formas durante demasiado tiempo, y de cierta manera, seguimos desempeñando dicho papel.

Si he de concentrarme en el panorama literario cubano actual, como se me pide, comienzo por agradecer al Centro Cultural Dulce María Loynaz la posibilidad de conducir el espacio mensual “Miércoles de Sonrisas” desde hace un año, para promover a los autores y autoras de narraciones humorísticas, paradójicamente poco conocidos(as) como tales por nuestro público. Responsabilizarme con esta tarea permite acercarme (más) a escritores(as) que se arriesgan al empleo de recursos humorísticos en sus literaturas, y haré referencia a la experiencia que se deriva de la conducción de dicho espacio.

Aunque como reza el dicho, no son todos los que están ni están todos los que son, un grupo considerable de escritores (as) ha mostrado su particular modo de utilizar el humor como procedimiento o vehículo en sus técnicas narrativas, a pesar de que no sea considerado estrictamente (no solo) humorístico el resultado de sus trabajos. En los próximos meses, contaremos con la presencia de mujeres en el espacio ya citado (Nancy Alonso, Mirta Yáñez, Lourdes González), por lo que reservaré comentarios para entonces, ciñéndome ahora a quienes ya han leído sus textos más recientes de viva voz, o lo harán de inmediato.

Ernesto Pérez Castillo (Bajo la bandera rosa, Ed. Letras Cubanas, 2009) realiza un atrevido acercamiento a temas como la marginalidad, vista desde la gracia del vocabulario típico de dicho grupo social, sin que ello menoscabe la limpieza del mensaje que pretende transmitir. En otras palabras: utiliza el lenguaje condenado por las normas académicas; se coloca bajo la piel de seres casi siempre despreciados y a través de ambos elementos: personajes “de orilla” y lenguaje procaz, alcanza determinada comicidad, dada fundamentalmente por el desenfado de sus cuentos, donde no faltan, además, pinceladas de sexualidad, también abordada desde la óptica del más absoluto descarne. Similar recurso caracteriza la obra del prolífico Lorenzo Lunar (El asere ilustrado, Ed. Capiro, 2010), aunque este autor se dedica a profundizar más el contexto de sus personajes, de modo que “El Barrio” adquiere estatura de actor fundamental. En ambos casos, la crítica a la sociedad actual se descubre abiertamente. Aunque Ernesto juega más con las relaciones interpersonales (ya sean de índole interracial, de diferentes nacionalidades, profesiones y de distintas inclinaciones sexuales)  y Lorenzo se empeña más en la condición patética de figuras generadas en condiciones desfavorecidas (policías corruptos, asesinos, proxenetas, prostitutas, traficantes), coinciden en la importancia que le otorgan a cierto estrato social, logrando un complejo entramado donde se mezclan latigazos de sátira y de sarcasmo.

Lo contrario sucede cuando se acude a la pura ficción, ya sea imaginativa per se, fantástica o alusiva a obras pertenecientes a la cultura universal. En estos casos, el humor resulta más refinado por cuanto requiere de mayor conocimiento y de sensibilidad en el receptor, y por ende, existe menor posibilidad de la risa fácil que brota de inmediato en los casos anteriores. Ejemplo de ello es Carlos Fundora (Humorplagio y otros vicios, Ed. José Martí, 2011), admirador de Will Cuppy, quien recrea historias antiguas, al estilo de aquel prominente autor, ofreciendo nuevas (y graciosas) perspectivas de pasajes ya conocidos, ahora renovados. Jorge Fernández Era (Obra inconclusa, Ed. José Martí, 1994) y Jape (Mermelada Jape, Ed. José Martí, 2011) abordan temas más actuales, sin la intención hasta cierto punto cáustica de Ernesto y de Lorenzo, pero con similares efectos en el público: La risa inmediata que acompaña la lectura de los textos de estos autores, ratifica la necesidad de catarsis, del placer de saberse reconocido en una determinada identificación. De índole más cronista son los trabajos de Jape, mientras que Era mezcla elementos puramente ficcionales (recordemos el fantástico cuento suyo que obtuvo el Primer Lugar en el  Premio Dinosaurio en el año 2006) con el choteo frente a la autoridad, la sátira social y la burla de algunos males como la burocracia y la hipocresía. Estas mismas armas son comunes en la obra de creadores de guiones para la televisión, como es el caso de Berazaín y del propio Fundora (ya mencionado), quienes además, escriben monólogos para ser interpretados por actores, o por ellos mismos, modalidad esta que desarrolla sobre todo Jorge Bacallao, no sé por qué conocida en inglés entre nosotros. Me refiero al stand up comedy, aunque prefiero llamarle, como en otras latitudes hispanoparlantes “humor de micrófono”.

El más conocido de todos los escritores humorísticos cubanos actuales es Eduardo del Llano (Herejía, Capiro, 2012). Su obra, indudablemente de altísima calidad estética, se caracteriza por la intersección entre una enjundiosa imaginación y la denominada ironía socrática. La aparente ingenuidad de sus (al cabo) incisivos personajes, así lo corroboran. Siendo como es, un artista triunfador en varias lides (director de cine, guionista, realizador de cortos, ganador del Premio de novela Italo Calvino), se mueve con facilidad en muchos terrenos, y utiliza mecanismos de un medio en otro, dando como resultado obras de amplia aceptación en nuestro país, sobre todo entre los jóvenes, detalle que no debe pasarse por alto. Algo similar puede decirse de un escritor conocido mundialmente como Senel Paz, sobre todo por su magistral narración El lobo, el bosque y el hombre nuevo (1990) quien también incursiona con grandes aciertos en el arte cinematográfico. Desde sus primeras narraciones, Senel muestra un punto de vista poco común en la literatura que se origina en La Habana: el muchacho tímido proveniente del llamado “interior”, que enfrenta la gran ciudad. Aunque ya autores muy leídos entre nosotros; el maestro Onelio Jorge Cardoso y el polémico Reynaldo Arenas, cada uno con un estilo bien definido, habían abordado el tema campesino (si es que puede ser llamado de esa forma), Senel acomete la tarea de trasladar el espíritu campechano de un adolescente nacido entre flores y yerbas, hacia las calles convulsas de la capital. Además de sus cuentos, cabe destacar su novela En el cielo con diamantes (Ed. Oriente, 2007), excelente sumario de los primeros años de la Revolución cubana, vistos con los ojos de un ilusionado y perplejo guajirito. El mismo susto de este muchacho, cuya sexualidad no acaba nunca de definirse sin sobresaltos, aparece en la obra de Abel Prieto (Viajes de Miguel Luna, Ed. Letras Cubanas, 2011). Aunque pudiera creerse que se trata de algo bien distinto, dado el hecho de que los personajes protagónicos de este último autor tienen definida su vocación y cultura universitarias, tampoco son nacidos en La Habana. Comparten con los de Senel la admiración por la gran urbe, la condición de no estar bien dotados físicamente, la vocación por las letras y la timidez ante el sexo femenino. Son antihéroes que sufren las vicisitudes de una vida para la cual no fueron preparados lo suficiente, y que se dejan arrastrar por el torbellino de la Historia. Este aspecto es significativo en ambos escritores: El tratamiento que otorgan a los acontecimientos histórico-sociales los distingue, ya que resulta difícil que tales tópicos sean tratados entre nosotros al mismo tiempo con respeto, comicidad, burla y un distanciamiento que sabemos forzoso, impuesto para permitir el tránsito a través de esos caminos que siguen siendo entrañables para ellos. Tanto en Senel como en Abel encontramos humor evidente, de expresión y de situación, carentes de improperios. Puede decirse que son representantes de un nuevo costumbrismo literario, entendiéndose como tal la definición que de los autores de este género ofreciera Jorge Mañach: “Los costumbristas dan siempre la sensación de que están a un tiempo enemistados con su ambiente y enamorados de él1”.

A modo de conclusión, debo reconocer que es peregrino atribuir solo a las más recientes obras de estos diez creadores todo el rico abanico temático y estilístico con que cuenta nuestro humor literario actual, aunque también es justo señalar que se trata de un acercamiento preliminar. El propio concepto de “literatura humorística” resulta inexacto, ya que depende, entre otras consideraciones, de la percepción del destinatario. Sin ánimo de adentrarme en definiciones, y sabedora de las limitaciones de espacio que exige el medio al cual dedico estas líneas, cierro mi comentario con la esperanza de incentivar el respetuoso tratamiento que merece (y aún no tiene) la ruta conciliante del humor, literario en este caso, pero en sentido general en cualquier otra expresión del arte.

Nota:

1- Pasado Vigente, Ed. Trópico, 1939.

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