Nelson García Santos - Juventud Rebelde.- La mirada se esfuma en un difuso horizonte donde asoma tenue Caballete de Casa, encajado entre nubarrones, a más de 600 metros sobre el nivel del mar. Allí está el paradigmático paraje espirituano que cobijó a la Columna 8 Ciro Redondo, bajo el mando del Comandante Ernesto Guevara de la Serna.


Acaba de amanecer, prácticamente, cuando los jóvenes se aprestan a iniciar el desafiante ascenso. Llegaron al pie de la montaña desde Gavilanes, una comunidad de más de 300 personas.

Aún tienen fresca en la memoria los relatos sobre la bravura del Che y sus hombres en el Escambray, que les contó Ernesto Pino Fábregas, práctico y después arriero de la columna invasora que llegó, procedente de la Sierra Maestra, el 16 de octubre de 1958.

Los rostros lozanos expresaban admiración hacia aquel hombre que, con 19 años de edad, se puso bajo las órdenes del Guerrillero Heroico. Igual interés mostraron ante la conferencia del historiador Arístides Rondón, quien les habló sobre el Pacto del Pedrero, su significación y la valoración de Fidel. Esta les permitió profundizar en las interioridades de las fuerzas que operaron en el Escambray contra la dictadura batistiana.

Para los jóvenes conocer estos lugares, la inmensa mayoría por vez primera, les resultó asombroso, empezando por el majestuoso paisaje. Pero lo que más les hizo percibir, exactamente, el significado de la palabra «guerrillero», fue protagonizar una acción semejante a la de aquellos, aunque fuera en una pequeña caminata.

Es la experiencia que les faltaba por añadir a lo descubierto en los libros y en relatos de los combatientes sobre aquella gesta, porque sintieron en carne propia el cansancio agobiante, la sed, las caídas por los resbalones y hasta el temor, quizá la sensación más demoledora, de no poder llegar a la cúspide.

En esas circunstancias la palabra «solidaridad» se les desnudó en todo su esplendor en aquellos gestos de levantar al caído, de conminarlo a que descansara y darle ánimos con un «Tú también vas a llegar; descansa unos instantes y sigue».

El recuerdo del Comandante Guevara los alentaba para avanzar, unido al interés de conocer aquel sitio de edificaciones rústicas, con horcones y cubierta de guano, diseminadas en la vegetación y enlazadas por trillos.

Los 48 jóvenes llegaron a la meseta. El aire fresco los reconfortaba. Habían realizado el homenaje que deseaban al Che, ese de ir detrás de sus huellas en los escenarios que él y sus hombres engrandecieron.

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