Danae C. Diéguez, La Jiribilla.- Si alguna verdad compartimos todos es que Tomás Piard es un director prolífico, en el que parecieran no existir limitantes. El cine de Piard es el de un autor con una voz auténtica en la que la visualidad y las atmósferas que crea hablan de un rasgo distintivo dentro de nuestra cinematografía.

 


Recorrer sus filmes es encontrarnos, además de esa obsesión con una puesta cuidadosa, con un esteticismo en el que la dirección de arte lidera buena parte de la representación, también y sobre todo, ante un cine humanista. Y aunque ese humanismo caracteriza todo su discurso fílmico, con Los desastres de la guerra Piard parece llegar a la esencia de su preocupación por los destinos de los seres humanos.

 

Esta es una película sobre el alma humana, hasta dónde hemos llegado, y cómo en situaciones límites podemos actuar. Es un filme que nos habla del ciclo vida-muerte-vida, de ese necesario retroalimento para confirmarnos en tanto humanos. Si el mundo ha sido destruido, ¿quiénes se salvan, cómo sobrevivimos, en qué nos convertimos? Piard no cede, nos muestra la dureza de la sobrevivencia; pero no abandona la fe, nada de Lars Von Trier acá, pues allí donde pareciera que los límites acaban, que ya no tenemos salvación existe una mirada, un gesto, una palabra que nos hace recobrarnos, respirar nuevamente y seguir, seguir porque la vida es la única verdadera esperanza.

Los desastres de la guerra es una película del no lugar, en el que el espacio y el tiempo se condensan, es un relato enorme y mínimo y en esa aparente contradicción está su fuerza, la magia que lo hace un filme imantado en un camino hacia delante, porque es una película sin fin, su final somos nosotros, ahora, nuestras vidas y nuestras muertes, la posibilidad de creer y de ser sencillamente mejores.

Hay varios aspectos  que quisiera destacar de la película: uno, la dirección de fotografía en la que la cámara capta con sobriedad el dramatismo de la barbarie en los espacios abiertos y los conflictos humanos, quizá los más pedestres y los más íntimos, en los espacios interiores; otro es la sinceridad de esta película, que va desde el desnudo espiritual de su director a través de su alter ego —uno de los personajes de la historia y la consiguiente exposición íntima que conlleva— hasta la historia que representa no solo lo que pudiera ser el gran relato de nuestro planeta, sino las historias mínimas de cada ser humano en tanto viaje a otro estadío del alma. Los silencios como ejes dramáticos  a lo largo del filme, son momentos muy necesarios que fortalecen la puesta en escena, y en otro orden y no por ello menos importante,  cómo Tomás hace de los jóvenes su equipo de trabajo. Esta es una película en la que egresados y estudiantes de la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA) del ISA se desenvuelven en múltiples roles dentro del filme y ese es uno de los méritos de Piard, hacer de su trabajo una apuesta por los más jóvenes.

Tomás Piard, Los desastres de la guerra: La luz al final del día

Esta es una película diferente en el audiovisual cubano, su cine así lo muestra habitualmente, no hay localismos, y los personajes pudieran hablar una suerte de lengua universal; al final qué importa si no ubicamos sus procedencias, son seres humanos que en medio de la destrucción sobreviven cual samuráis que nos devuelven al ciclo vital y en ese círculo renacemos darwinianamente. Porque Tomás cree fervientemente en la posibilidad de que “…después de la guerra existe un día, te tomaré en mis manos y te haré el amor…”

Gracias amigo, por develarnos el misterio de la belleza en medio de tanta oscuridad.



Palabras de presentación de Los desastres de la guerra, de Tomás Piard. Sala Chaplin, 25 de septiembre de 2012.

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