Graziella Pogolotti - La Jiribilla.- La Escuela de Letras de la Universidad de La Habana surge en el contexto de la Reforma universitaria, que también está cumpliendo 50 años. Sobre ese acontecimiento se han publicado varios materiales por el Ministerio de Educación Superior, en los cuales aparecen testimonios y valoraciones sobre ese proceso, con el cual me relaciono porque trabajaba en la Universidad anteriormente y había ofrecido cursos en la carrera de Filosofía y Letras, antecedente de la Escuela de Letras.

 


La Reforma universitaria era una aspiración del Movimiento estudiantil cubano desde la época de Julio Antonio Mella, en 1923, y tenía su antecedente en un movimiento surgido en Córdoba, Argentina, en 1918. Quiere decir que la Reforma de 1962 no solamente tenía un precedente en Cuba sino en América Latina.

 

Después del triunfo de la Revolución se crea una comisión que tuvo la tarea de diseñar esta Reforma universitaria, en la cual estuvieron Armando Hart, quien entonces era Ministro de Educación, Regino Botti, Carlos Rafael Rodríguez y algunos otros profesores de trayectoria, así como los representantes de la Federación Estudiantil Universitaria.

La Reforma introdujo la reestructuración de las carreras universitarias que entonces existían y la aparición de carreras nuevas. Aparejada a la de Letras surgió la de Licenciatura en Historia, Sicología y Geografía. En el campo de las ciencias se produjo un rediseño de Matemática y Física como carreras independientes, así como la creación de la de Biología, que no existía en Cuba hasta esos momentos.

En ese sentido, el diseño de la Universidad implicó una modernización y una actualización. Estableció que el trabajo docente debía estar unido a la investigación, tanto por parte de los profesores como de los estudiantes. Se sustituyó el concepto de cátedra por el de departamento docente investigativo, considerado la célula fundamental de la estructura universitaria.

Al mismo tiempo, se planteó el co-gobierno, que fue la presencia de los representantes del estudiantado en todos los niveles de dirección de la universidad. Algunos elementos que se tuvieron en cuenta para esta reforma se tomaron de la experiencia acumulada en otros países, y en el caso de Cuba de la Universidad de Oriente que, al haberse fundado en una fecha relativamente reciente, no estaba tan amarrada a estructuras obsoletas como la de La Habana.

Los que estábamos formando parte del claustro universitario en aquel momento tuvimos que implementar en la práctica lo que había sido diseñado conceptualmente. Tuve una participación directa porque me colocaron en una estructura de cargo de la dirección de la escuela, que era la llamada comisión de docencia.

En el caso de la Escuela de Letras la implementación de estas premisas, de la misma manera que ocurrió en otros lugares, tuvo que afrontar desafíos muy grandes, sobre todo porque al aparecer nuevas especialidades había que encontrar los profesores calificados para desarrollar esos cursos, que en muchos casos eran absolutamente noveles y para los cuales había que preparar los programas y estudiar muchísimo, sobre la marcha.

En aquella circunstancia me tocó dirigir el departamento de Lenguas y Literaturas no Hispánicas, que es el antecedente de la actual Facultad de Lenguas Extranjeras. Aquel proyecto involucraba la enseñanza de la lengua y literatura de expresión inglesa, francesa y rusa. En lo que se refiere a clases de inglés había una buena tradición de enseñanza y en este caso se incorporaron personas muy valiosas como la doctora Rosa Antich. Con el ruso el problema era mucho más difícil porque en aquel momento prácticamente no se estudiaba este idioma en Cuba y tuvimos que capturar a un ruso emigrado. En el campo del inglés y el francés desde el primer momento el programa tomó forma, y pudimos desarrollar un proyecto que tenía sus puntales fundamentales en la enseñanza de la lengua y la literatura en su lengua original, con una extensión y profundidad sin antecedentes entre nosotros y también en la historia de la cultura. En aquel momento, en una medida al alcance de nuestras posibilidades, impulsamos el estudio y la investigación en el campo de las literaturas caribeñas de expresión francesa e inglesa. Los primeros que habrían de convertirse en especialistas en ese terreno salieron de esa promoción de egresados, como Nancy Morejón, que se graduó con una tesis de ese tema y lo ha seguido desarrollando a lo largo de su vida.

Como política nosotros consideramos que en el campo de la investigación no tenía mucho sentido investigar las literaturas metropolitanas, pero sí había un terreno virgen que era el área del Caribe, para la cual nuestra propia condición caribeña nos capacitaba particularmente.

Esa Reforma se tradujo en un acrecentamiento del rigor y en una alta calidad de la docencia. Una de las características de nuestros claustros por aquellos años fue la de incorporar profesores de distinta procedencia, con distinta formación y, en el caso de la literatura, con distintos enfoques. Así ocurrió que Mirta Aguirre, quien nunca había podido ser profesora de Letras porque era abogada, entró como docente, lo mismo que Camila Henríquez Ureña y Beatriz Maggi. Pudimos contar con la colaboración de profesores que en algunos casos habían vivido fuera de Cuba, como Federico Álvarez, o latinoamericanos que vinieron a colaborar con nosotros.

Esa pluralidad de puntos de vista y experiencias ayudó mucho a la calidad del trabajo de formación en aquellos años. El punto más débil era la lingüística, porque no había una buena tradición de estos estudios. En ese caso contamos con la ayuda de un profesor checo que trabajó con nosotros, ofreció docencia directa, pero al mismo tiempo sentó las pautas del desarrollo de la lingüística entre nosotros.

La idea de que viniera a trabajar tenía que ver con la importante tradición lingüística que se había desarrollado en Praga, donde además había un alto nivel en el tema de la lingüística hispánica. Realmente, para la gente de mi generación que estaba en aquel claustro, trabajar en la Escuela de Letras y en la implementación de ese proyecto significaba una realización personal importante, porque estábamos haciendo la universidad que hubiéramos querido tener.

Nuestra relación con aquellos estudiantes que ingresaron en 1962 fue muy cercana, en primer lugar porque no había una gran diferencia generacional entre nosotros, porque compartíamos un mismo proyecto, porque también eran jóvenes muy inquietos que participaban en la vida cultural del país y por tanto en esos espacios también coincidían con nosotros.

A partir de esa época han salido muchos escritores cubanos importantes. Fue así desde el comienzo, pero siguió siendo después, lo mismo con estudiosos, especialistas, investigadores, responsables de la cultura. En la primera generación además de Nancy estuvieron Guillermo Rodríguez Rivera, Luisa Campuzano, entre otros, y eso siguió siendo así: Abel Prieto, Leonardo Padura, Abilio Estévez y Margarita Mateo, una ensayista de temas de Cuba, del Caribe, y autora de un libro de mucha resonancia como Ella escribía poscrítica. Con más o menos satisfacción por parte de ellos, todos pasaron por la Escuela de Letras.

En aquel momento inicial los profesores teníamos un protagonismo en las decisiones que se tomaban en relación con los métodos y el enfoque de la enseñanza. Existían docentes de reconocida autoridad, otros que no éramos tan reconocidos, pero hubo confianza en nuestra capacidad.

Al pensar en el cincuentenario de la Escuela no se puede eludir el papel desempeñado por la primera directora, Vicentina Antuña. Ella encarna los elementos de continuidad generacional, en el mejor sentido de la palabra, que hubo en aquella circunstancia y la convergencia de saberes y experiencias.

Tenía una extraordinaria capacidad de aglutinar las diversas personalidades. Era una persona que despertaba confianza en su equipo, en sus claustros. No solamente tenía una autoridad reconocida en su especialidad, sino que también era respetada desde el punto de vista político, por haber tenido siempre una trayectoria impecable en defensa de la Universidad y de las mejores causas.

Un hecho singular de aquel primer momento tiene que ver con que se creara por primera vez en Cuba una especialidad en lenguas y literaturas clásicas, que nunca tuvo muchos estudiantes; pero ese núcleo minoritario, ese rigor en la formación clásica, ha hecho de sus egresados profesionales con una gran capacidad para el abordaje de temas relacionados con la literatura y la cultura cubana y con la cultura latinoamericana.

Entre ellos se encuentran algunos de nuestros ensayistas más reconocidos, el caso de Luisa Campuzano, María Elina Miranda, Enrique Saínz y Luis Álvarez, quien también tiene una muy significativa obra publicada en el campo de la literatura cubana, de la cultura cubana. Se trata de personas que se capacitaron para hacer contribuciones fundamentales. Hay un pensamiento innovador que salió de allí y pudo desarrollarse a partir de las bases ofrecidas en la Escuela de Letras.

Cuba
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