Miguel Cabrera – (Fotos: Mancy Reyes) – La Jiribilla.- Cuando en 1964 Arnold Haskel —entonces decano mundial de la crítica de ballet— definió a la representación de Cuba en un concurso en Barna como el “milagro cubano”, estaba definiendo algo que en verdad muchos consideran de ese modo.


Pero fue un milagro hecho por el talento creador de un pueblo, por un grupo de figuras que supieron encarnar los más altos valores de la expresión danzaria en nuestro país y, sobre todo, por la presencia de un cambio social que posibilitó que aquella utopía que tuvieron los Alonso el 28 de octubre del 1948 se hiciera realidad.

Entre 1948 y 1956 el Ballet Alicia Alonso —luego Ballet de Cuba— realizó una obra ciclópea, pues si uno mira las tres vertientes por las que transitó ese quehacer, no es menos que asombro lo que provoca. Se hizo una labor coreográfica extraordinaria, subieron a la escena 39 títulos en una etapa de total desamparo para las producciones en cuanto a escenografía, vestuario, teatros, etc. Sin embargo, esas 39 puestas mostraron una línea coreográfica a seguir: el respeto y la conciliación de la tradición romántico-clásica del siglo XIX con las creaciones contemporáneas y el estímulo a una creación coreográfica nacional. Además, con el incentivo de abrirse a todo lo nuevo, lo universal, sin perder las raíces. La afición danzaria cubana pudo ver desde el romanticismo —que está en el primer programa con el Grand pas de quatre—, hasta el clasicismo con el segundo acto del Lago de los cisnes o La siesta de un fauno, que provenía de la labor renovadora de los ballets rusos de Diaguiliev.

La otra vertiente tuvo que ver con la labor pedagógica. Cuando se creó la Academia de Ballet Alicia Alonso en 1950, cuya audacia estuvo en la pupila sabia para no perder el talento que se le acercaba. O sea, captar a muchachos y muchachas que no tenían dinero para pagar, pero sí mucho talento. De allí surgieron las que después serían conocidas como las cuatro joyas, así como figuras de la talla de Joaquín Vanegas, Adolfo Roval, Jorge Lefebre y otros muchos.

En esta Academia —que tuvo sucursales en casi toda la Isla— Alicia y Fernando Alonso se dieron a la tarea de volcar todas las experiencias que habían tenido en el exterior, su trabajo con coreógrafos y maestro del más alto fuste, representativos de diferentes escuelas. Ambos vertebraron un método pedagógico que luego sería mundialmente conocido como el método de la Escuela Cubana de Ballet.

El otro campo de batalla del ballet cubano consistió en enfrentar la apatía, la insensibilidad y las agresiones del gobierno de Cuba en aquella época. Se intentó hacer del ballet un derecho del pueblo, que tuviera una divulgación masiva, en lo cual jugó un papel primordial la Federación Estudiantil Universitaria y sus más esclarecidos dirigentes en el ámbito de la cultura, como Alfredo Guevara, Baudilio Castellanos, Manuel Corrales o Ángela Grau. Quienes dieron su apoyo para organizar funciones populares en el Estadio universitario, en la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana, en el Anfiteatro de la Avenida del Puerto, así como en otros lugares del interior del país. Hasta que esa hoja de servicio fue interrumpida por la agresión de la tiranía batistiana.

Si bien es cierto que el ballet en Cuba en ese momento sufrió un golpe casi mortal, también hay que reconocer que esa crisis del año 56 sirvió para escribir la página más ética y gloriosa de su historia, al negarse a ser un agente propagandístico de la tiranía de Batista. Alicia se negó a bailar en Cuba, el 15 de septiembre se hizo un acto de desagravio y en un programa de televisión en vivo, algo que podía haberle costado muy caro, dijo que ella volvería a Cuba cada vez que fuese necesario y defendería el ballet con las mismas manos que el campesino trabajaba la tierra.

Luego, cuando triunfa la Revolución, aparecieron dos personas vitales en la historia del Ballet de Cuba. Una de ellas fue el doctor Julio Martínez Páez, comandante del Ejército Rebelde, quien ya desde la Sierra Maestra hablaba de la importancia del ballet entre las cosas que debía tener la Cuba nueva. La otra persona fue Antonio Núñez Jiménez, antiguo miembro del Ballet de Cuba. Precisamente él, en los primeros días de la Revolución, se apareció en casa de Alicia y Fernando y les preguntó cuánto necesitaba para echar a andar el arte danzario en Cuba.

 

Poco después, Fidel firmó la Ley 812 del gobierno revolucionario, la cual recoge un reconocimiento a la labor del Ballet Alicia Alonso y le dio todo el apoyo material que necesario. Pero más importante que lo material, fue el hecho de que esa ley convirtió al ballet un una profesión respetada y respetable. Desde ese entonces, al Ballet de Cuba solo le quedaba trabajar, y hacerlo bien.

Se disolvió la Academia de Ballet Alicia Alonso como entidad privada y sus alumnos devenidos maestros —Mirta, Aurora, Josefina, Joaquín— contribuyeron a la formación y consolidación de un sistema nacional de escuelas. A partir de ese momento las nuevas generaciones fueron formadas por aquella generación un poco más madura.

Desde entonces la Escuela Cubana de Ballet ha alcanzado una estatura cosmopolita, con un gran reconocimiento a nivel mundial y muchísimos premios internacionales. Pero la medalla mayor ha sido el reconocimiento que han recibido en 60 países de los cinco continentes y, sobre todo, el mostrar el potencial con que cuenta este país.

Cuando nació el Ballet Nacional de Cuba, de 40 miembros, solamente 16 eran cubanos. Hoy en día, en cambio, está integrado por cubanos en su absoluta totalidad. Tenemos bailarines de toda la Isla, incluso, contamos con Anette Delgado, que es la representación de la Isla de la Juventud.

“Debe darnos un arte con alma de Cuba, pero en su plena y gloriosa integridad nacional traducido a lenguaje de universal vibración... y auguramos que lo hará con bellas floraciones, si no reniega de sus profundas raíces y de su rica savia y sabe airear su frondoso follaje en las más altas corrientes de la cultura contemporánea”. Fernando Ortiz.

Haber propiciado centenares de títulos, así como integrar otras manifestaciones de la cultura cubana —la literatura, la música, las artes plásticas—, ha propiciado que Cuba no solo haya hecho un aporte a la cultura danzaria mundial, sino también un aporte a la cultura universal en su más amplio sentido. Porque a través del ballet se hacen visibles otras expresiones muy valiosas de nuestra cultura.

El sabio Fernando Ortiz definió la misión que debía llevar adelante el ballet cubano: “Debe darnos un arte con alma de Cuba, pero en su plena y gloriosa integridad nacional traducido a lenguaje de universal vibración... y auguramos que lo hará con bellas floraciones, si no reniega de sus profundas raíces y de su rica savia y sabe airear su frondoso follaje en las más altas corrientes de la cultura contemporánea”.

Eso es lo que ha hecho el Ballet Nacional de Cuba, con lo cual ha cumplido la tarea con la que siempre soñaron Alicia, Fernando Alonso y sus colaboradores. Ellos son la cabeza, los pioneros, pero el Ballet Nacional de Cuba es un impulso de pueblo, es la integridad y la potencia dada por el talento que crece y se renueva en el pueblo cubano. Todos los que tenemos la honra de trabajar aquí somos deudores de ese compromiso, por ello trabajamos y por ello debemos seguir haciéndolo.

 

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