María del Carmen Ramón - CubAhora.-  Algunos cubanos prefieren reunirse en familia alrededor del puerco asado, el congrí y la yuca con mojo.

Otros también cumplen rituales que deben “traer más suerte, dinero, salud y amor”: una moneda en el zapato o un billete en el bolsillo durante la cena del 31 de diciembre, estrenar ropa nueva, pasear una maleta por la manzana… 

Las guirnaldas en los arbolitos, los fuegos artificiales, el brindis a las doce de la noche y los abrazos compartidos para celebrar que “hemos llegado vivos a un nuevo año” hacen del último día de diciembre una fecha en la que se combinan la mística de las religiones y la cultura popular.

En algunos países es usual que, al aproximarse el 31 de diciembre, se agoten en las tiendas la ropa interior amarilla. Esto ocurre porque, según cuenta la leyenda, el amarillo es el color del año nuevo, el del sol y del oro y eso hace que simbolice la eternidad y el dinero. Ahora bien, hay que ser cuidadoso, pues la tradición alerta que “tiene que ser, exactamente, amarillo dorado”, porque si fuera de tonalidad pálida significaría la traición.

Otra de estas viejas tradiciones aconseja comer doce uvas a las doce de la noche del 31 de diciembre, al compás de las campanadas del reloj, como una forma de buscar suerte, prosperidad y salud para el año que inicia. Aunque en algunas culturas la uva es alegoría de vida, otros aseguran que este ritual fue inventado por vinicultores españoles, para vender los excedentes de la cosecha.

Determinados países tienen tradiciones muy propias. Por ejemplo, los escoceses prenden fuego a un barril de madera y lo ponen a rodar por las calles para permitir el paso del nuevo año. En Rumania, existe una extraña costumbre: las mujeres solteras suelen caminar hacia un pozo, encender una vela y mirar hacia abajo. Se dice que el reflejo de la llama representará en las oscuras profundidades del agua el rostro de su futuro esposo. Otras naciones, como Argentina y Perú crean un muñeco con ropa usada y trapos viejos y lo queman;  y en Japón, las fiestas duran quince días en los que escuchan 108 campanadas, eso equivale a los valores negativos que acarreamos los humanos y que con las campanadas se olvidan.

¿Y los cubanos? ¿Qué hacemos un 31 de diciembre?

Indistintamente la gente hace balances —a veces con una exactitud matemática— de todo lo bueno y malo vivido en doces meses. Y aunque en el ciclo entrante se repetirán las venturas y desventuras, la gente siempre sueña con que en el próximo todo estará mejor. No son pocas las abuelitas que inician la jornada tirando cubos de agua y baldeando la casa, para borrar las cosas malas del pasado.

Pero cada 31 de diciembre en Cuba se caracteriza, y eso lo cantó el dúo cubano Buena Fe en una de sus más populares canciones por “una nube de aromas, lo mismo en los barrios ricos, que en las más humildes lomas”. Ese día no puede faltar en la mesa el cerdo asado, que se prepara de acuerdo con las tradiciones de cada región del país. Mientras en la zona oriental es más común asar en púa, en el occidente se impone el asado a la parrilla, en horno o barbacoa.

Por supuesto, en este menú se incluyen otros componentes imprescindibles: el congrí del que hablaba el prestigioso intelectual Fernando Ortiz al referir su posible, pero no probado origen africano, la yuca con mojo, los llamados chatinos, tostones o plátanos a puñetazos y la ensalada de lechuga y tomate.

En Cuba la tradición de las uvas no está tan extendida, pero sí quemamos muñecos como símbolo del año viejo que es preciso olvidar,  paseamos maletas, estrenamos ropas y descolchamos botellas de sidra…los cubanos despedimos el año bailando y abrazándonos, entre lechones, risas y cubos de agua.