IWC, Rosa y Lainelys (estudiantes de Periodismo) - Somos Jóvenes.- La juventud engloba un conjunto de procesos biológicos, psicológicos, sociales, económicos, culturales, políticos e ideológicos que tienen considerables implicaciones históricas.


En ese tiempo ?que para algunos se extiende entre los 15 y los 24 años de edad, aunque según otros podría empezar antes y terminar después? es cuando el individuo hace suyos los valores que promueve y defiende en la sociedad, define su identidad personal, se asume como miembro de un grupo, adquiere capacidades y habilidades para desempeñar los roles adultos, desarrolla un proyecto de vida y asegura su independencia personal y de la familia de origen.

Tan preciada etapa concluye cuando la persona es capaz de ordenar y conducir su vida de forma independiente.

Política de Juventud

Todo Estado, de una u otra forma, presta considerable atención a sus adolescentes y jóvenes, para lo cual gestiona y desarrolla numerosas acciones que puedan influir en beneficio de este sector.

A esta estrategia de acción coordinada con la sociedad en su conjunto es a lo que se le denomina Política de Juventud.

La política cubana de juventud, además de promover el desarrollo personal, constituye un instrumento de lucha por el mantenimiento y desarrollo de la hegemonía de las clases trabajadoras, quienes detentan el dominio del aparato estatal, por lo que promueve como objetivo fundamental la participación de la juventud en la solución de sus propios problemas, en el ejercicio del poder y en la conducción del desarrollo de la sociedad.

Desde el triunfo revolucionario de 1959 hasta la década del ochenta del pasado siglo, el estado revolucionario fue construyendo una Política de Juventud caracterizada por su creciente integralidad, la universalidad de sus acciones y su amplio marco legal en términos de derechos para adolescentes y jóvenes.

Sin embargo, la llegada de los 90 con su llamado Período Especial en tiempo de paz, producto de la crisis económica generada por la desaparición de los países socialistas de Europa del Este y la Unión Soviética, así como el injusto bloqueo comercial y financiero impuesto al país por el gobierno norteamericano; se operó la modificación negativa de las formas de inserción social de los jóvenes desarrolladas hasta ese momento.

En dicho período, el tránsito de la juventud a la edad adulta se desenvolvió en condiciones objetivas difíciles. Muchos jóvenes vieron afectados sus proyectos personales de vida, los que debieron ser postergados, se produjo la desvinculación del estudio y el trabajo, que situó a los jóvenes prácticamente al margen de la sociedad.

La escalera de cada cual

Cada persona transita de forma diferente su juventud; para unas resulta relativamente fácil y gratificante, mientras para otras, con menos posibilidades físicas, intelectuales o materiales, el recorrido no resulta tan feliz.

Es por eso que el Estado, como órgano rector de la política nacional, trata de asegurar las máximas posibilidades de formación de la juventud en la sociedad, y que esta sea de la forma más integral posible en áreas básicas como son la educación, el trabajo, la salud y la recreación.

Cada joven, como cada persona en este mundo, genera sus propias aspiraciones, felicidades y desilusiones, pero, al igual que cada persona en este mundo, siente (de forma positiva o negativa) que forma parte de un grupo y, aunque uno solo poco puede hacer, la unión de esos muchos pocos son las que llevan al florecimiento o la desbancada de un país.

Cada hombre o mujer desempeña un papel importante en la sociedad. Los jóvenes son conscientes del sitio que les corresponde pues, al menos en Cuba, cuentan con la información necesaria para su educación en vías de convertirse en un adulto capaz y productivo.

Cuba marcha hacia un futuro donde las fuerzas productivas que deben sustituir a las existentes son insuficientes, por lo tanto urge adentrarse en los problemas que aquejan a la juventud cubana y, sobre todo, darle solución para conseguir una mejor y más eficaz inserción de estos en los sectores productivos que más necesita el país para conseguir la tan ansiada mejoría de la calidad de vida de todos los cubanos.

Trabajo ¿divino tesoro?

Junior Torres, de 21 años, sabe que el trabajo “debe ser la fuente principal de ingresos en un hogar”. Sin embargo, se cuestiona que a pesar de trabajar hasta 10 horas en un taller de tornería, este “no le genera el dinero necesario para satisfacer todas sus necesidades”

Al respecto, explica: “Tengo una novia hace dos años y estamos pensando en casarnos, pero, dónde vamos a vivir si no cabemos ni en la casa de mis padres ni en la de los suyos. Me gusta lo que hago, pero no es suficiente y eso me hace sentir incapaz…”

Desgraciadamente, este no es un caso aislado, con la pérdida del valor de la moneda nacional, y con ella la capacidad movilizativa del salario, debido a las medidas que se tomaron a cabo para paliar el impacto de la crisis de los años 90, estas tuvieron su costo en la subjetividad social, y sobre todo en las generaciones más jóvenes.

El desarrollo de espacios económicos que privilegian la ética del tener y del individualismo, han conducido al desarrollo de vicios que la Revolución había eliminado o minimizado en sus primeros años.

El déficit de productos en mercados estatales estimuló el crecimiento de un mercado negro que propició a pequeños grupos de personas gozar de una diferenciación económica y social que, en muchas ocasiones, no depende directamente de los resultados del trabajo.

Tales cambios en la base económica han provocado diversos efectos, como son la profundización de las diferencias sociales no vinculadas al mérito y a los esfuerzos personales, el deterioro de algunos logros de la Revolución en el plano de los valores espirituales y la elevación del valor subjetivo del dinero.

Esto son efectos enajenantes, pues se sobrevalora la satisfacción de necesidades materiales haciendo que el individuo busque fuentes alternativas de ingreso para mejorar sus condiciones materiales de vida. Así se asumen conductas más pragmáticas, lo que ha fomentado la doble moral, el oportunismo y el utilitarismo.

Educación y juventud

Escuela y familia son los pilares fundamentales en la formación de valores y cualidades personales en los niños y jóvenes; de ahí la incuestionable vinculación que debe existir entre una y otra.

En el seno familiar se le trasmite al individuo la significación social que tienen los sentimientos, hábitos, costumbres y actuaciones correctas e incorrectas. En este proceso formativo en el hogar influyen factores como la procedencia social y los patrones educativos en los cuales se desarrolla el niño, y que inciden en la formación de sus hábitos y modos de actuación.

El modelo familiar puede estar orientado hacia la formación de valores o puede ejercer influencias negativas. De suceder esto último, la familia se transforma en un elemento distorsionador del proceso educativo. De aquí que los padres constituyen un elemento fundamental y necesario en la formación de los hijos, aunque no suficiente.

La familia, como institución fundamental en el proceso educativo, puede ejercer su influencia de forma estable, porque es aquí donde se establece una mayor vinculación. Desde el nacimiento del niño y durante todo su desarrollo, se le transmite la significación social que tienen los sentimientos, comportamientos, hábitos correctos (aceptados socialmente); aunque también aquí puede recibir una influencia negativa y tomar como hábitos de actuación actitudes incorrectas (no aceptadas socialmente).

Esta concepción debe partir de que los valores no se imponen, se cultivan. La educación en valores es una educación ética, y la ética se apoya en el pensamiento crítico. Más que enseñar valores fijos, se debe instruir a valorar por sí mismos a los jóvenes. Se debe ayudarles a desarrollar habilidades que les permitan conformar sus propios criterios.

La sociedad plantea a la educación el reto de preparar al hombre para la vida; por tanto, debe lograr en la joven generación la fijación y asimilación interna de los significados socialmente positivos (valores) en forma de convicciones personales, que le permitan actuar en las circunstancias sociales en que le corresponda vivir.

La escuela cubana debe perfeccionar el trabajo de formación de valores, debe contribuir a desarrollar las habilidades que les permitan a los educandos llegar a sus propios criterios y convertir estos en actuación consciente, a ser activos.

El aula puede enseñar cuáles son los valores que deben resaltarse en un ser humano, pero ello no basta: es necesario (y más en los tiempos que corren) proporcionar los elementos que contribuyan a orientar sus decisiones y acompañarlos de la práctica social, que permita que los conocimientos se transformen en convicciones y estos en conducta, basados en el respeto al otro como persona.

Juventud y justicia

Los jóvenes han estado ligados intrínsecamente a todos los eventos revolucionarios que han conmovido a esta Isla. De ahí la importancia trascendental de cultivar a un joven mejor para los tiempos que se avecinan.

La sangre fresca siempre trae ideas nuevas. A pesar de los tiempos difíciles, la juventud cubana permanece fiel a su ideal de una sociedad justa donde predomine el hombre y su valor social por encima del mercantilismo. Ayudarlos, encaminarlos y también nutrirse de sus propuestas es lo que exige el dinamismo de esta época.

El conocimiento y la experiencia acumulados durante estos años, constituyen en la práctica instrumentos de inestimable valor para el trabajo futuro; a la vez, se impone superar dificultades que aún permanecen para hacer más efectiva aún la contribución de los jóvenes a la transformación y el desarrollo de la sociedad cubana.

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