Francisco Rodríguez - Blog "Paquito el de Cuba".- Cuando me pidieron escribir mis opiniones sobre la prostitución en Cuba, ni yo pensé que tendría tantas aristas diferentes para razonar sobre este polémico tema, del cual —lamentablemente— solemos hablar muy poco, como si nos avergonzara hacerlo.


Así, dejamos ese espacio triste y feo de la realidad, pero insoslayable en la actualidad, a la suerte de las especulaciones y los tratamientos prejuiciados o extremistas de ciertos personajes que de pronto parecieran ser más castos y santos que la Virgen María, solo para hacer propaganda política y tratar de perjudicar aún más la economía de la Isla, al vincular el problema casi exclusivamente al fomento de la industria turística, cuya naturaleza y propósitos en nuestro país son opuestos al mercado sexual.

También es frecuente en los últimos tiempos la reaparición en algunos sectores de la población o entre determinados decisores, de una presunta preocupación por el incremento de prostitutos masculinos o prostitutas transexuales que sostienen relaciones con homosexuales o heterosexuales, tras lo cual casi siempre hay intenciones homofóbicas y transfóbicas de asociar la práctica del sexo rentado con las orientaciones sexuales o identidades de género desfavorecidas socialmente.

De manera que agradezco a mis colegas de Radio Nederland la oportunidad que me brindaron para comentar sobre este asunto, tanto en su página en español como en el programa radial El Toque. Aquí el texto que me publicaron:

¿Manzana de la prostitución en paraíso cubano?

La prostitución en Cuba todavía resulta —tanto para quienes la ofrecen como para quienes la muerden— una tentación en apariencia demasiado fácil y seductora.

Francisco Rodríguez Cruz

La primera vez que tropecé con el fenómeno de la prostitución en Cuba fue a mediados de la década del 90, durante unas vacaciones en el famoso balneario de Varadero, justo cuando la crisis económica que trajo la desaparición del campo socialista obligó a desarrollar el turismo y a despenalizar la circulación de divisas extranjeras.

“Me siento como un dólar con piernas”, me confesó aquella vez uno de los turistas con quienes trabé amistad, mientras muchachas muy jóvenes trataban de llamar su atención, para lograr que las invitaran a compartir lo que fuera.

Con los años el fenómeno en el país caribeño transcurrió por derroteros subterráneos y angustiosos, tuvo alzas y bajas de acuerdo con la menor o mayor efectividad de los intentos más o menos acertados de las autoridades por controlar y desestimular la práctica del sexo rentado en sus diferentes variantes, pero ya nunca más desapareció de nuestra vida cotidiana.

Sin embargo, las lecturas posibles a la práctica de la prostitución en un país como el nuestro son tan diversas y contradictorias como nuestra propia realidad, y dependen en gran medida de la óptica ética, política e ideológica con que las personas la evalúan.

Quienes buscan argumentos para demostrar la presunta inoperancia del proyecto socialista y emancipador que proclama la Revolución cubana como objetivo supremo, magnifican la existencia de prostitutas y prostitutos en la Isla como una de las pruebas irrefutables de su supuesto fracaso, ante la imposibilidad de sostener en el tiempo una nueva escala de valores que inhibiera esta práctica de forma definitiva.

En contraposición a esta postura, hay tendencias triunfalistas o moralizantes a ultranza que procuran desde negar y desconocer el asunto, hasta esconderlo, disminuirlo o justificarlo, a la vez que atribuyen su origen y persistencia casi de modo exclusivo a las dificultades y necesidades económicas existentes en el país, con la dudosa e improbable teoría de que al desaparecer estas últimas, quizás ya nadie más ofrezca o reciba dinero por mantener relaciones sexuales con otra persona.

Aún escasos pero cada vez más frecuentes, están también los análisis de quienes abogan por no juzgar con viejas normas éticas de sociedades anteriores, y hasta normalizar, relativizar o vincular la prostitución al derecho individual de los seres humanos a la autodeterminación sobre sus cuerpos, incluyendo su empleo como una fuente de trabajo o actividad comercial cuando las personas la ejercen por su propia voluntad, en total libertad y sin presiones externas de ninguna índole.

Menos usual todavía resulta tal vez otra óptica que enfoca la prostitución como una de las tantas consecuencias negativas de las relaciones hegemónicas del poder patriarcal y machista que aún persisten en nuestra cultura occidental, donde la inequidad de género aún propicia la subordinación, dependencia y dominación de mujeres, adolescentes e infantes dentro del ámbito familiar, e incluso como simples objetos sexuales a escala social.

A ello habría que sumar un agravante en apariencias incontrolable que el mercado y el interés del capital parecieran querer eternizar, al aspirar —y casi lograr— convertirlo todo en mercancía. Esta naturaleza perversa de las relaciones mercantiles impactaría incluso en naciones como Cuba, donde el Estado de modo explícito manifiesta su intención de superar las leyes del régimen socioeconómico capitalista.

Pero con independencia de toda esta polémica casi filosófica de qué provoca o no la prostitución, lo cierto es que su ejercicio en Cuba no es un delito de acuerdo con el Código Penal vigente, aunque sí está fuertemente penado el proxenetismo y la trata de personas, por ser conductas delictivas que convierten ese tráfico sexual en una actividad lucrativa.

En este terreno, además, hay expertos y activistas por los derechos sexuales que abogan porque en una próxima reforma de la legislación, el Estado exija responsabilidad penal a los individuos que acuden a los servicios sexuales y pagan por ellos, para sancionar también a quienes originan esa demanda y así desestimularla.

También es posible hablar de una relativa presión educativa y coercitiva sobre las prostitutas y los prostitutos desde organizaciones sociales y por las autoridades policiales respectivamente, aunque uno de los efectos más notorios desde los inicios de la crisis económica en los años 90 hasta la actualidad es la relajación en el cuestionamiento y rechazo familiar y social a este tipo de práctica.

Otro de los problemas fundamentales que limitan la efectividad de las medidas de educación, disuasión y hasta de contención de las actividades ilegales que giran alrededor del sexo rentado, es quizás el escaso debate público del tema tanto en los medios de comunicación como en otros espacios de discusión colectiva, por el temor a su manipulación propagandística desde el exterior con móviles políticos antigubernamentales.

La complejidad de un fenómeno tan antiguo y universal como la prostitución; las múltiples aristas económicas y sociales que la propician en un país pequeño, subdesarrollado y bloqueado por el gobierno de los Estados Unidos; el impacto negativo que pudiera ocasionar su práctica en la concreción a mediano y largo plazo de los nuevos valores e ideales de justicia y dignidad a que aspira el socialismo cubano, merecerían un diálogo interno más amplio, descarnado y sistemático, sobre esa manzana que todavía resulta —tanto para quienes la ofrecen como para quienes la muerden— una tentación en apariencia demasiado fácil y seductora.

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