Indira Pérez Borges - Cubainformación.- Desde niña tuve una atracción especial por los museos. Recorrer sus pasillos era como “teletransportarme” a las más remotas épocas y sitios, y sentirme protagonista de cuanta epopeya o curiosidad atesoraba cada pieza en exposición. Y es que, ciertamente los museos son eso, una suerte de máquinas del tiempo. 


Ese halo de misterio que transmite el olor a guardado, la expectativa de la historia que espera ser develada, la cadencia casi hipnotizante de la explicación de los guías…., tienen para mi un encanto único, una magia inexplicable. Quizás por eso disfruto tanto caminar por la parte más añeja de la cuidad.

En el casco histórico de la Habana Vieja se concentran diversos museos, monumentos, plazas, calles, edificios y otras estructuras de gran valor patrimonial. La Plaza de Armas, la Plaza Vieja, la Catedral habanera, el museo de Nacional de Bellas Artes, el de Historia Natural, el museo de la Revolución, son solo algunos de los que distinguen las principales arterias. Seguramente los más conocidos.

Sin embargo me sorprendió muchísimo descubrir uno de los sitios más peculiares de la capital, una verdadera joya de la conservación y el coleccionismo en Cuba y también a escala global: el Museo de Naipes. Aunque muchos desconocen de su existencia, este museo constituye una institución única en su tipo en Latinoamérica, solo existen otras seis enclavadas en España, Francia, Estados Unidos, Alemania, Bélgica y Japón.

Posee una ubicación un tanto discreta pues se encuentra situado en la planta baja de la edificación más antigua de la Plaza Vieja. Se inauguró el 2 de mayo de 2001 con la cooperación de la Oficina del Historiador de La Habana y el patrocinio de la Fundación Diego de Sagredo de España, con el propósito de fomentar la cultura en general y la arquitectónica en particular.

El museo tiene un fondo de más de 2000 piezas, donadas por la Fundación Cultural Diego de Sagredo, de España integrado por postales, barajas, grabados, pósters y otros objetos relacionados con los naipes. De cada baraja se exponen 18 cartas: los ases, las sotas, los caballos y los reyes, así como el “comodín” y el reverso.

La colección está conformada, fundamentalmente, por naipes de coleccionismo, de diversas temáticas, como Arte, Historia, Ciencias, infantiles, deportes, costumbrismo y de adivinación, que son los llamados tarots; organizados teniendo en cuenta lo más representativo de cada país, principales fabricantes y marcas del mundo.

En sus salas se exponen cartas elaboradas por artesanos de diferentes países, entre ellos, Brasil, Alemania, Argentina, Rusia, Japón y Bélgica. La mayor parte de ellas han sido producidas por la fábrica Fournier, de España, segunda de mayor importancia a nivel mundial en la impresión de naipes.

Barajas de todas partes pertenecientes a las más disímiles culturas, prueba de que la universalidad y arraigo del juego de cartas en sus distintas vertientes: española, inglesa, de póker, o las adivinatorias. Integran la muestra otras que caricaturizan a estrellas de Hollywood como Sean Connery y Robin Williams, y a personalidades históricas del rango de Hitler y Roosevelt.

El Museo de Naipes es una opción de esparcimiento y una vía para el conocimiento del arte y la cultura universales. Ofrece visitas dirigidas, consultas especializadas, asesoramientos técnicos, exposiciones transitorias, presentaciones de ejemplares curiosos, venta de naipes y objetos relacionados, así como recorridos históricos- patrimoniales por la Plaza Vieja y el entorno del Museo.

Esta instalación desempeña no sólo una función museística, sino que también trabaja a nivel comunitario. Existe un amplio proyecto que incluye talleres, conferencias y espectáculos de magia; estos últimos propiciaron la creación del “Festival de Cartomagia” que cada año se desarrolla en el Centro Histórico de la Habana.

Yo fui afortunada al encontrar este lugar en una de mis travesías por “la cuidad de las columnas”, como la nombrara Carpentier décadas atrás (1970). Usted puede correr mi misma suerte si se lo propone.

Adentrarse en los predios de un museo que destruye la visión limitada de las cartas como simples cartulinas dedicadas al entretenimiento, para entenderlas como elementos culturales capaces de reflejar la historia, las costumbres, la geografía, el arte y hasta el humor de cada pueblo; una opción más que tentadora.

 

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