Leonardo Depestre Catony - Revista Mujeres.- Isadora Duncan arribó a La Habana durante el suave invierno, entre finales de 1916 y comienzos de 1917.


Es lo que se colige de la lectura de su autobiografía Mi vida, vertida a varios idiomas y leída con la amenidad de un best seller por la profusión de datos de interés que su autora incluyó.

A diferencia de otros artistas, ella llegó por razones personales y no por dictámenes de contrato alguno. No hubo publicidad en torno a su estancia habanera, enmarcada dentro de la más estricta privacidad, pues era su intención recuperar parte de la estabilidad emocional perdida tras la muerte de sus dos hijos en accidente ocurrido en abril de 1913.

Fue entre 1926 y 1927 que Isadora preparó sus memorias, o sea, unos 10 años después de su visita, pero recordaba nítidamente los pormenores de sus días en la capital cubana, ocasión en que captó la belleza de los campos y del mar, aunque también la pobreza de los sectores marginales de la población y la proliferación de los vicios. “Las tres semanas que pasamos en La Habana las invertimos en pasear a caballo por la costa y en contemplar sus pintorescos alrededores”, apuntó.

Sin embargo, se relacionó con algunas personalidades de la sociedad cubana de entonces y visitó la quinta de Rosalía Abreu, una de las damas más distinguidas y ricas, que tenía su residencia en la barriada de Palatino, hoy municipio del Cerro. Isadora no menciona el nombre de Rosalía, pero el pasaje reproducido a continuación no deja dudas acerca de la identidad de la propietaria de tan curiosa mansión, conocida en toda la ciudad debido a su pasión por los monos. Cuenta Isadora que:

“Visitamos una casa que estaba habitada por una dama de las más rancias familias cubanas, que tenía la manía de los monos y los gorilas. El jardín de la casona estaba lleno de jaulas, donde guardaba a sus animales favoritos. Era esta casa uno de los sitios más curiosos para visitantes. La dueña dispensaba a estos la más pródiga hospitalidad. Los recibía con un mono sobre el hombro y con un gorila que llevaba de la mano”.

Nacida en California, Estados Unidos, en 1878, la Duncan se apartó de los estilos tradicionales de la danza para desarrollar un modo personal de apreciación y ejecución basado en la espontaneidad de los movimientos, ataviada con una túnica y descalzos los pies. Llevó su arte a Europa, Rusia incluida, y estableció una escuela propia desde la cual promovió el cultivo de la danza según sus patrones estéticos.

Murió en Niza, Francia, el 14 de septiembre de 1927, al enredarse su chal entre las ruedas del automóvil.

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