Yoelvis Lázaro Moreno Fernández – Cubahora.- En la Cuba de hoy urge desheredar actitudes inertes, desprender malos vicios e incitar a hacer, pero a hacer bien, con la integridad del espíritu y el civismo como principio...


"¡Caballeros!, ¿a dónde vamos a parar? Ya no hay quién pueda con esto, ya la gente no respeta, le da lo mismo una cosa que otra: te montas en la guagua, ves cómo pasan las personas por delante del chofer y puedes contar con los dedos de una mano los que echan en la alcancía los 40 centavos. Pero ahí mismo, hay una anciana que en apariencia rebasa fácilmente los setenta años, no logra sujetarse bien del tubo, y nadie, absolutamente nadie, se digna a auxiliarla. Por una de las ventanillas del ómnibus una señora tira hacia el centro de la calle la lata de refrescos que acaba de tomar.

"Sigues, llegas a la cola del agromercado y, cuando estás a punto de comprar, te das cuentas de que, por el otro lado, poco a poco tres sujetos se han pegado al mostrador y… ¡Grita, vocifera, moléstate!, que si no te pones duro se cuelan. Pero todo no termina en estas escenas: hace pocos días un grupo de jóvenes obstruyeron el paso por una céntrica calle de la barriada habanera de Lawton para jugar pelota. No menos espeluznante, un niño de solo siete años orinaba en las proximidades de un sitial histórico, y su mamá, algo satisfecha por la destreza de su crío, le reía feliz la gracia".

Una ejemplificación como esta no viene de la nada, no está bajada de la Luna ni de otro planeta, convive en escenarios reconocidos e identificables con facilidad, se da sin búsquedas a fondo, en una Cuba que surca nuevos horizontes, cambia desde sus estructuras y proyecciones, y se pregunta en hora buena qué hacer, cómo revertir aquello de naturaleza reversible que pudiera caer por nuestros propios errores, nuestras propias desidias, nuestras imperfecciones más inaceptables, al juzgar por las palabras del líder histórico de la Revolución Fidel Castro Ruz en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005.

Aunque pudiera parecer un tema de guardia en el ejercicio de la crítica periodística y hasta un cliché temático al que se acude para dejar el argumento de lo que se cuestiona en tierra de nadie —pasa con mucha frecuencia en la prensa—, hablar de valores, y de la falta de estos, en una sociedad como la nuestra, pudiera asociarse de alguna manera con ciertas ausencias relativas a la moral humana, cuyas expresiones suelen cubrir un amplio espectro. No se trata de una crisis nuestra solamente, más bien estamos en presencia de un fenómeno global; solo que nos interesa por las particularidades que va teniendo en nuestro contexto. Y hace bien que se examine el asunto con intención.

Por ello, no hubo casualidad en torno a la referencia enfática a este asunto, realizada en el más reciente período de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular. El General de Ejército Raúl Castro Ruz acorraló la cuestión desde el convencimiento de que el primer paso para superar un problema, de manera efectiva, siempre será reconocer su existencia en toda su dimensión, y hurgar en sus causas y condiciones.

“Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de 20 años de Período Especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad ante los problemas de los demás”, destacó Raúl.

Siguiendo por las líneas que trazara el presidente cubano en su intervención, vale que nos propongamos desde este espacio una reflexión compartida que ayude a clarificar visiones, escenarios, causas, posturas y posibles salidas a un eje complejo de análisis sobre el cual convergen muchísimos factores, y que, de un modo u otro, en medidas graduables, nos atañe a todos. Como es lógico, no estamos refiriéndonos a un descubrimiento de la letra impresa y digital, pero sí a un área susceptible de lecturas sobre lo que la propia realidad apunta a que habrá que seguir diciendo al respecto.

Es cierto que, como bien refiriera Raúl, los difíciles años del Período Especial, conjuntamente con las limitaciones económicas, trajeron aparejado un resentimiento lamentable de los valores. Una intensa acometida por la supervivencia, en una “luchita” dura, ardua, de la que hablamos ahora con cierto pintoresquismo, pero que tuvo en su momento matices complejísimos, dio riendas sueltas al desentendimiento, al proceder que, aunque ilícito o mal visto, ayudaba a subsistir; al gesto que, aunque incorrecto, resultaba “la salvación para cumplir mi fin casi primario, mi objetivo”.

Poco a poco se fue allanando el camino de obstáculos y torceduras, y en la prioridad de la “luchita” concentrábamos todos los esfuerzos, mientras acunábamos como algo natural lo mal hecho, hasta con un sentido justificatorio: “Si no me cuelo en la guagua, no llego a tiempo”, “si no salgo más temprano del trabajo, no resuelvo lo que quiero”, “si no me arriesgo y me meto en la casa vacía, no voy a tener ninguna y seguiré en las mismas”, “si no corto yo mismo la madera nadie lo hará y no podré resolver mi problema constructivo”, “si no hay cesto, qué va, boto la basura aquí mismo”, “si no compro 20 jabones ahora que hay, quizás no vuelva a coger, no me puede importar que los demás no alcancen”.

Vale decir que, en buena medida, la complejidad de la coyuntura reclamó de uno mucha autonomía, y de ese modo nos hicimos gestores por iniciativa propia; pero ganamos tanta independencia que no cuidamos mucho cómo congeniar lo necesario con lo permisible, hasta dónde ubicar los límites de la necesidad y en qué nivel se inicia la transgresión ética o la rasgadura moral.

Pero bien, las razones son diversas: dejadez desde la casa, la escuela y la comunidad, inmovilismos a la hora de combatir lo mal hecho, inercias acumuladas durante años y achacadas con mayor o menor razón a la falta de recursos para soluciones, poco interés en la gestión, escasas prácticas colectivas para hacerle frente a lo incorrecto. Y pudiéramos seguir…

 

 

El General de Ejército Raúl Castro Ruz fue abundante en ejemplos: “Se ha afectado la percepción respecto al deber ciudadano ante lo mal hecho y se tolera como algo natural botar desechos en la vía; hacer necesidades fisiológicas en calles y parques; marcar y afear paredes de edificios o áreas urbanas; ingerir bebidas alcohólicas en lugares públicos inapropiados y conducir vehículos en estado de embriaguez; el irrespeto al derecho de los vecinos no se enfrenta, florece la música alta que perjudica el descanso de las personas; prolifera impunemente la cría de cerdos en medio de las ciudades con el consiguiente riesgo a la salud del pueblo, se convive con el maltrato y la destrucción de parques, monumentos, árboles, jardines y áreas verdes; se vandaliza la telefonía pública, el tendido eléctrico y telefónico, alcantarillas y otros elementos de los acueductos, las señales del tránsito y las defensas metálicas de las carreteras”.

 

 

Por el abandono, el irrespeto a lo establecido —al juzgar por la poca fuerza con que se actúa muchas veces frente a la transgresión de lo normado—, y las deformaciones que van desde la familia y pasan por la escuela como centro rector, transita la ruta crítica de una problemática de altísimo impacto social, cuya reversión no podrá ser una cuestión aislada ni un embullo momentáneo ni un desmontaje conceptual

 

 

Recordemos, además, que estamos en un mundo absolutamente cambiante, en el que las nuevas tecnologías han generado una revolución y van impactando en la vida de la gente, por lo que reciben influencias de todo tipo, modelos y procederes de actuación, algunos no del todo apegados a las matrices éticas y conductuales de un proyecto de país como el que se aspira, en el que, bajo la iluminación martiana, la ley primera de la República será siempre “el culto a la dignidad plena del hombre”.Y esa dignidad implica mucho, significa mucho, requiere seguir pensando mucho.

 

 

A esta hora, en este meridiano crucial para enrumbar caminos, hay que desheredar actitudes, desprender malos vicios, incitar a hacer, pero hacer bien, con la integridad del espíritu y el civismo como principio. Aunque posible, eso llevará tiempo, tiempo que depende de todos y cada uno de nosotros, el tiempo de la hora en que vivimos, contando bien desde el instante en que entendamos mejor el valor de corregir y corregirnos.

 

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