Noel Manzanares Blanco – Cubainformación.- El Profesor Oscar Loyola acredita que 10 de Octubre de 1868 indica la presencia de una Revolución social y una Guerra anticolonial, a partir de constituir el primer movimiento verdaderamente popular en la Historia de la sociedad cubana; el mismo que fue capaz de unir a ricos y pobres, esclavistas y esclavos, intelectuales y campesinos en un frente nacional para el logro de la independencia y transformaciones radicales e imprescindibles.


Asimismo, que con un teatro de operaciones comprendido entre Baracoa y los límites de las actuales provincias de Villa Clara y Matanzas, las principales figuras de ese acontecimiento, Carlos Manuel de CéspedesIgnacio AgramonteMáximo GómezAntonio Maceo, seguidos por una constelación de patriotas, supieron unir, a lo largo de diez años, a blancos, negros, mulatos y asiáticos en la durísima tarea de la redención de la patria, y desplegar con energía no tan solo la lucha armada imprescindible sino también algo de suma importancia, un cuerpo coherente de ideas, que retomando lo fundamental de las concepciones de Félix VarelaJosé María HerediaJosé de la Luz y Caballero, se proyectase hacia el porvenir de la nación, escudo autóctono contra posibles ataques foráneos a la soberanía insular.

En el orden personal, para esta oportunidad deseo resaltar el quehacer y las relaciones entre las dos principales figuras de la primera mitad de la Revolución de 1868. Para ello, especialmente tengo en cuenta la semblanza de José Martí titula “Céspedes y Agramonte”, en específico la magistral sentencia que contiene, a saber: “Otros hagan, y en otra ocasión, la cuenta de los yerros, que nunca será tanta como la de las grandezas”.

Aparecida en las páginas del periódico de la emigración en Nueva York, El Avisador Cubano, el 10 de octubre de 1888, en la semblanza mencionada las primera palabras del Héroe Nacional de Cuba fueron: “El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso: el buen cubano, no”, e inmediatamente agrega:

“De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya. Las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes”.

“Hoy es fiesta, y lo que queremos es volverlos a ver al uno en pie, audaz y magnífico, dictando de un ademán, al disiparse la noche, la creación de un pueblo libre, y al otro tendido en sus últimas ropas, cruzado del látigo el rostro angélico, vencedor aun en la muerte. ¡Aún se puede vivir, puesto que vivieron a nuestros ojos hombres tales!

Puntualmente, el Maestro escribió sobre Céspedes:

“Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre su último cachorro. […]”.

“[Céspedes] Es humano y conciliador. Es firme y suave. Cree que su pueblo va en él, y como ha sido el primero en obrar, se ve como con derechos propios y personales, como con derechos de padre, sobre su obra. […]. No le parece que tengan derecho a aconsejarle los que no tuvieron decisión para precederle. Se mira como sagrado, y no duda de que deba imperar su juicio. Tal vez no atiende a que él es como el árbol más alto del monte, pero que sin el monte no puede erguirse el árbol”.

“¡Mañana, mañana sabremos si por sus vías bruscas y originales hubiéramos llegado a la libertad antes que por las de sus émulos; si los medios que sugirió el patriotismo por el miedo de un César, no han sido los que pusieron a la patria, creada por el héroe, a la merced de los generales de Alejandro; si no fue Céspedes, de sueños heroicos y trágicas lecturas, el hombre a la vez refinado y primario, imitador y creador, personal y nacional, augusto por la benignidad y el acontecimiento,      en    quien        chocaron,    como        en    una    peña, despedazándola en su primer combate, las fuerzas rudas de un país nuevo, y las aspiraciones que encienden en la sagrada juventud el conocimiento del mundo libre y la pasión de la República! En tanto, ¡sé bendito, hombre de mármol!”.

Así, José Martí devela cuán grande fue la vida revolucionaria de Carlos M. de Céspedes y, al propio tiempo, el costo de las miserias humanas.

Además, en la obra referida, respecto a Ignacio Agramonte, escribió el Autor Intelectual del Asalto al Moncada protagonizado por la generación de su centenario en 1953:

“¿Y aquél del Camagüey, aquel diamante con alma de beso? Ama a su Amalia locamente; pero no la invita a levantar casa sino cuando vuelve de sus triunfos de estudiante en la Habana, convencido de que tienen todavía mejilla aquellos señores para años: 'no valen para nada ¡para nada!' […]. Era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella. Su luz era así, como la que dan los astros; y al recordarlo, suelen sus amigos hablar de él con unción, como se habla en las noches claras, y como si llevasen descubierta la cabeza”.

“¡Aquél era [Agramonte]; el amigo de su mulato Ramón Agüero; el que enseñó a leer a su mulato con la punta del cuchillo en las hojas de los árboles, el que despedía en sigilo decoroso sus palabras austeras, y parecía que curaba como médico cuando censuraba como general; el que cuando no podía repartir, por ser pocos, los buniatos o la miel, hacía cubalibre con la miel para que alcanzase a sus oficiales, o le daba los buniatos a su caballo, antes que comérselos él solo; el que ni en sí ni en los demás humilló nunca al hombre! […]”.

A pesar de la extraordinaria elocuencia de lo antes escrito acerca del hijo ilustre del Camagüey, lo que redactó el Apóstol de la Isla después en punto y seguido, es quizás el mensaje superior de la semblanza en cuestión.

”Pero jamás fue tan grande [Agramonte], ni aun cuando profanaron su cadáver sus enemigos, como cuando al oír la censura que hacían del gobierno lento sus oficiales, deseosos de verlo rey por el poder como lo era por la virtud, se puso en pie, alarmado y soberbio, con estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo estas palabras: '¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República!' [Céspedes —aunque en esos momentos existían discrepancias entre ellos].

“¡Esos son, Cuba, tus verdaderos hijos!” —concluía su semblanza el Héroe Nacional.

Al respecto, apenas deseo significar un pasaje de las relaciones Agramonte-Céspedes. Es cierto que entre ellos hubo serias discrepancias en torno a los poderes civil y militar; pero también es cierto que las fricciones entre ambos habían desaparecido, pues precisamente el camagüeyano condicionó su reincorporación al mando a disponer de pode­res militares, lo que sustentaba el oriental desde los ini­cios de la guerra. Entonces, ¡careció de casualidad la citada anécdota martiana según la cual el primero honró al segundo: “¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República!”!

Por lo tanto, recordar este 10 de Octubre constituye una oportunidad/estímulo propicio para continuar nuestras legendarias batallas por la Libertad e Independencia de la Patria, por la Dignidad plena de cubanas y cubanos, por la Unidad Nacional — condicio sine qua non hay ni habrá Revolución.

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