“Un país sin jóvenes está destinado a ser una sombra, un fantasma”. Silvio Rodríguez.

Javier Macías Ortiz y Lissy Rodríguez Guerrero - Granma.- Frescura, rebeldía, entusiasmo... Generación tras generación, la juventud cubana ha sido protagonista de importantes acontecimientos en los últimos 55 años. Granma se acerca hoy a dos familias, a través de las cuales bien pudiera contarse el apoyo y la participación de los jóvenes en la Revolución.


Hechos de familia

A Ángel Alipio Ramos Velásquez ahora todos lo conocen por su segundo nombre, pero antes de 1959, para quienes conspiraban durante la lucha clandestina, fue "el Bigotón".

Este camagüeyano nacido en 1930 trasladó enfermos del Movimiento 26 de Julio, cargó balas y pistolas dentro de gomas de repuesto, y estuvo en la toma del Cuartel de Guáimaro el 2 de enero de 1959, donde no encontraron resistencia.

"Poco después del triunfo de la Revolución el teniente Oberto Anzaldo, mi jefe en la clandestinidad, me trajo a La Habana para trabajar", refiere. En ese momento, la burguesía y los colaboradores de Batista habían huido en estampida. Pero no toda la contrarrevolución emigró. Una parte de ella apostó a ganar el pulso desde adentro. Y Alipio fue uno de los tantos jóvenes que la enfrentó.

En la Pasteurizadora "La Polaca", ubicada en la carretera entre Caimito de Guayabal y Ceiba del Agua, en aquel entonces perteneciente a la provincia de La Habana, ocurría algo "raro". "Frecuentemente en la entidad se cortaba la leche destinada al Hospital Psiquiátrico de La Habana, el Hospital Militar de Marianao, la Base Aérea de San Antonio de los Baños y un hogar de ancianos", nos cuenta.

En "La Polaca" Alipio se personó buscando trabajo para poder infiltrarse, y se empleó como fregador de cántaras de leche. A la tercera noche él y Misael Pérez (otro infiltrado) solucionaron el problema: "atrapamos al culpable y lo entregamos a la policía, era nada más y nada menos que el administrador de la finca donde estaba la unidad. Lo sorprendimos in fraganti, después que levantó la tapa donde estaba la leche y apagó la refrigeración".

En octubre de 1959 Alipio contaba con 29 años de edad. El 26 de ese mes y año, el Comandante en Jefe y Primer Ministro en aquel entonces, Fidel Castro Ruz, hace un llamado a organizar al pueblo para la defensa, y se crean las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR). En ese contexto formó parte del Batallón 164 de San Antonio de los Baños, y desde sus filas participó un año más tarde en la "Limpia del Escambray". En el teatro de operaciones realizaron varios cercos en el marco de la Lucha contra Bandidos.

Llega 1961. 16 de abril. Despedida de las víctimas de los bombardeos del día anterior. Allí ve por primera vez a Fidel, cuando proclamaba el carácter socialista de la Revolución Cubana.

Al día siguiente los mercenarios desembarcaron por Bahía de Cochinos. Hacia la Ciénaga de Zapata viaja Alipio junto al Batallón 164. "Protegimos a las familias de carboneros y nos instalamos en sus casas. Algunas estaban abandonadas, y una vez que las ocupamos les pedimos a sus dueños que regresaran. Construimos trincheras en la parte delantera y posterior de estas para que el enemigo no pudiera tomarlas". Donde estaba el Batallón 164, el enemigo no las tomó.

En el año 1962 él vivencia las tensiones de la Crisis de Octubre de una forma singular. "Me encontraba en el barco ruso Povieda (Victoria) junto a más de 2 mil cubanos. Viajábamos por dos años a la URSS a estudiar Agronomía y Mecanización de la Agricultura". Las noticias que transmitía la radio en el idioma de Chéjov no las entienden, pero se percatan de que algo sucede. Cuba está en los titulares, Cuba y Estados Unidos, Estados Unidos y Cuba, una y otra vez, y otra. Buscan a los traductores y entonces comprenden qué ocurre.

"Durante la travesía un barco de guerra norteamericano comienza a hacer maniobras provocativas. En una de ellas dirigen su embarcación a una trayectoria que se iba a cruzar con la nuestra, y tratan de interrumpirnos el paso o hacernos ceder la marcha. Yo estaba en cubierta, y veo que un compañero se tira al suelo y de inmediato hago lo mismo. La colisión era inminente y había que tirarse para no correr el riesgo de caer al mar. El capitán nuestro mantuvo la velocidad que traíamos. Casi chocamos, pero no cedimos", rememora.

Al preguntarle por su participación en la vorágine productiva de la Zafra de los Diez Millones, nos dice que fue machetero en Bauta y Pinar del Río. Luego formó parte de los hombres que integraron la Columna Lenin rumbo a Oriente. "En el grupo de 32 compañeros donde me encontraba, entre todos cortamos tres millones de arrobas. El trabajo de picar caña es duro, desde bien temprano, de sol a sol".

El 25 de julio de 1970 terminaron y al día siguiente desfilaron en la Plaza de la Revolución. Allí Fidel dio la noticia: los diez millones, a pesar del esfuerzo de todos, no se habían logrado.

Cuando intentamos indagar en la vida de Hilda Parra, esposa de Ángel Alipio Ramos Velásquez, dice que no la entrevistemos, que su papel fue asegurar la retaguardia, hacer de sus hijos dos hombres de bien, educarlos.

Pero la casa en la Revolución dejó de ser el lugar exclusivo de las mujeres y otras oportunidades se les presentarían. Ellas también serían protagonistas y alcanzarían reconocimiento social.

En ese contexto inédito en Cuba para la mujer, fue trabajadora avícola. Llegó a ser administradora de varias granjas. También fue secretaria de la Federación de Mujeres Cubanas en San Antonio de los Baños, municipio de la recién creada Artemisa. Desde ese puesto se preocupó por incorporar a las mujeres al estudio y a la vida laboral, así como organizar su participación en trabajos voluntarios. Pero lo que más le fascinó fue ser directora de varios círculos infantiles. La jubilación le llegó ejerciendo esa labor.

El legado revolucionario de los padres fue transmitido a sus hijos Ángel Manuel y Juan Alberto (Beto), quienes cumplieron misión internacionalista en Angola. Ángel, el mayor, fue soldado de la reserva en un Regimiento de la lucha contra bandas mercenarias. Participó en varias emboscadas en el sur de ese país, en la zona que comprende a Huambo, Bié y Menongue. "Los cubanos con su ocurrencia bautizaron el trayecto Bié-Menongue como la Trocha de Júcaro a Morón", relata.

En 1980 regresa al país, y se convierte en oficial de la contrainteligencia, llega a alcanzar el grado de capitán. Luego fue profesor de Historia y dirigente en el Combinado Avícola Nacional, trabajó en la apicultura, en el CIMEX, y actualmente es director de la Empresa de Tabaco Torcido Habana en territorio ariguanabense.

Por su parte, Beto, como se le conoce al menor de los hermanos, no tuvo participación en el combate. "Fui chofer del carro de servicios del Batallón de Tanques de Huambo. Transporté comida, municiones, equipamiento médico, leña para cocinar, pues no teníamos corriente eléctrica y trasladé soldados al hospital del Regimiento".

Con posterioridad a su regreso a Cuba trabajó en la brigada 29 del Contingente Blas Roca. En dos ocasiones junto a ese colectivo ha alcanzado la condición de Proeza Laboral: primero cuando construyeron en menos de un año el politécnico Ejército Rebelde (ubicado en el Guatao, Punta Brava) y posteriormente el Laboratorio de Ozono en el hotel La Pradera, en Playa. Ha participado en otras obras como la construcción del Campismo Los Cocos, la fabricación de casas en Matanzas a los damnificados por el ciclón Freddy y la creación de la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI). En el sector de la construcción ha sido Van-guardia Nacional en tres ocasiones.

Primero maestra, después periodista...

La pasión por el magisterio unió al matrimonio de Adys Cupull y Froilán González hace algunos años, cuando triunfada la Revolución, fueron convocados a apoyar su cruzada por educar e instruir al pueblo. Hoy viven en una casa de altos puntales, repleta de libros sobre el Che, ubicada en la calle San Lázaro, en La Habana. Desde allí Adys comenta orgullosa sobre la impronta que como jóvenes inculcaron en muchas generaciones de cubanos.

"En el año 1960 Fidel hace el llamado para crear el contingente de Maestros Voluntarios. Yo pertenezco al primero llamado Alfredo Gómez, donde tuvimos la experiencia terrible de ver desbordarse el río Los Cocos, en la Sierra Maestra, que se llevó la vida de Alfredo. Recuerdo que mi mamá se enteró y subió a Minas del Frío cuando yo estaba enferma todavía. Me preguntó si quería regresar con ella, y le dije que no, porque éramos un grupo y allí estaban mis otras compañeras".

Para la juventud de su época fue una etapa difícil: "yo era una jovencita como ustedes, la única hembra —cuenta Adys— que nunca había salido de mi casa en Santiago de Cuba. Pero mi mamá trasladó armas al III Frente, era mensajera. Y cuando Fidel hizo el llamado yo dije ‘tengo que participar en algo’".

"Irme de la casa para un campo montañoso como aquel, ver a los niños y mayores que me necesitaban, cuando yo oía que ellos decían: ‘La maestra, ahí viene la maestra’, fue una experiencia muy grande. Allí tuvimos que hacer la escuela porque no había. Fuimos al río junto a los campesinos, sacamos arena para el piso. El techo era de tencas de guano y las paredes de tablas de palma. Cuando estuvo lista yo le puse el nombre de Pepito Tey".

Fueron los días de la muerte de Conrado Benítez y el campesino Heliodoro Rodríguez en el Escambray, a manos de contrarrevolucionarios encabezados por Osvaldo Ramírez. Sobre estos momentos de gran peligro comenta: "Estaban quemando las escuelas, y amenazaban porque las clases de adultos eran de noche. Recuerdo que se escuchaban los tiros amenazantes, y debíamos detener las clases por precaución".

La función de los maestros no solo se circunscribía al ejercicio de enseñar. Ellos debían curar a los enfermos, velar por su salud y desarrollar una labor social de prevención. "Lo esencial era transmitir amor para ganar confianza", recuerda Adys, al tiempo que reconoce a esta como la etapa de formación más grande que tuvo como ser humano, el convivir entre los campesinos en zonas alejadas.

Entre los elementos fundamentales de esa formación y del amplio movimiento cultural que significó la revolución educacional en Cuba, estuvo la superación de los maestros: "Nos reunían en un lugar los fines de semana y nos daban las instrucciones. Todo fue una continuidad, porque ya en Minas de Frío nos habían dado capacitación pedagógica". Dicha intención en la superación es un propósito por el que todavía hoy insisten los maestros cubanos.

La vida llevó de la mano a Adys y su esposo por caminos de "más trabajo, complejidad y responsabilidad", y aun cuando por muchos años no ejercieron más como maestros, llevan en el alma el amor por esa profesión. Tanto, que Adys insiste en que a pesar de su formación en el gremio del periodismo, ella es primero maestra y después periodista.

Ambos son prestigiosos investigadores de la vida de Ernesto Che Guevara, Julio Antonio Mella y José Martí, sobre quienes han escrito alrededor de 30 textos. Los doctores de la cátedra de Ética en la Universidad de Ciencias Pedagógicas de La Habana Enrique José Varona e investigadores del Instituto Central de Ciencias Pedagógicas de Cuba recibieron el Premio de la Crítica, otorgado por la Academia de Ciencias de Cuba y el Instituto Cubano del Libro. En estos momentos centran su trabajo en la realización de documentales audiovisuales sobre la trayectoria histórica del Che en Bolivia.

Adys, Froilán, Alipio, Hilda y sus hijos ya no son jóvenes. Otros ahora asumen los retos que impone la cotidianidad en Cuba. Sin dudas, hechos trascendentales de estos últimos años, como la actualización del modelo económico cubano, encuentran en las actuales generaciones el protagonismo en la obra que construimos cada día.

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