Martin Corona Jeres - AIN.- Miles de personas de diversas edades llenaron las plazas del Himno Nacional y de la Revolución, para disfrutar la gala artística que evocó la quema de esta urbe por sus moradores, uno de los acontecimientos más heroicos en la historia de Cuba.


En el cierre, el Himno Nacional brotó alto y claro, las llamas coronaron el edificio situado donde Perucho Figueredo compuso la obra, fuegos artificiales alumbraron el cielo, banderas y antorchas desfilaron en manos jóvenes, y la Marcha Triunfal de Aída, de Verdi, completó.

Titulada Quemar el cielo si es preciso, la gala en la noche de este domingo, se hizo en la plaza donde el pueblo entonó por vez primera, en 1868, el canto patrio, y uno de los asistentes fue Sonia Virgen Pérez, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y primera secretaria en la provincia de Granma.

Música, teatro, ballet y otras danzas se combinaron, bajo la dirección del guionista Juan Cedeño Oro, para revivir lo ocurrido aquí en la madrugada del 12 de enero de 1869.

Las potentes voces de las hermanas Doris y Mariela Stevens sobresalieron entre 10 solistas que interpretaron, mayoritariamente, piezas de la llamada Nueva Trova, incluida la de Silvio Rodríguez llamada La era está pariendo un corazón, que contiene el título del espectáculo.

El Ballet de Holguín, bailarines de varias compañías locales, junto a actores como Norberto Reyes, Eudis Fonseca, Ernesto Santiso, Juan Alberto Ante, Oscar Aguilar y otros, también ayudaron a hacer la noche grata y emotiva.

Antes de la gala, Samuel Calzada, presidente de la Asamblea Municipal del Poder Popular en Bayamo, recordó que esta urbe resultó, desde el 20 de octubre de 1868, la primera liberada por los iniciadores de las guerras cubanas contra el colonialismo y la esclavitud.

Añadió que, en enero siguiente, los patriotas fueron derrotados, frente a lo cual los bayameses decidieron quemar sus propiedades, como demostración de que estaban decididos a sacrificarlo todo por la libertad.

Aquel 12 de enero, con su actitud, Bayamo construyó un principio y dio al carácter del cubano una estatura moral que solo alcanzan los héroes, destacó.

Calzada afirmó que ese espíritu anima para siempre al pueblo de Cuba.

A 145 años del Incendio de Bayamo: una ofrenda en fuego a la libertad

Dilbert Reyes Rodríguez y Aldo Daniel Naranjo - Diario Granma.- En enero de 1869, Bayamo no era un pueblo estancado en el tiempo. Al ser liberada meses antes por las fuerzas independentistas de Carlos Manuel de Céspedes, aquella, la segunda villa fundada en Cuba, ya respiraba ciertos aires de despertar a la modernidad de la época.

Un teatro, una plaza convertida en parque con jardines, una Sociedad Filarmónica, hoteles, comercios, lujosas mansiones y arquitectura pintoresca de la cual sobresalía una treintena de edificios de dos plantas, eran frutos de la preocupación, gestión, promoción y financiamiento de la propia generación de acaudalados patriotas que ahora había conquistado la libertad por las armas y la asentaba en la historia como capital de la Revolución.

Gran significado el que fueran sus propios hijos, y entre ellos, los que más hicieron por su progreso, quienes propusieran, consultaran al pueblo e iniciaran por sus casas el fuego que destruyó la ciudad con toda su fortuna y elegancia, aquel 12 de enero de 1869, hace 145 años.

Relevante también aquel incendio —poco útil , es la discusión sobre el uso del término, en vez de quema; pues si se ubica en la época, como debiera hacerse siempre en la apelación histórica, toda la papelería de sus protagonistas y otros patriotas definen el hecho como incendio— porque redujo a cenizas un Bayamo productivamente rico, resorte fundamental del comercio interno hacia otras villas y codiciado, allende los mares, por sus tantas bondades en azúcar, tercios de tabaco, aguardientes, carnes, cueros y ganado.

Aquella tremenda llamarada mucho debió lamentarse allá por Francia, Holanda, Esta-dos Unidos, México o Venezuela; como en los propios destinos comerciales de Camagüey, Trinidad, Sancti Spíritus, Cienfuegos y La Habana.

Sin embargo, la devastación del fuego hizo nacer un símbolo inédito en la historia patria, un ícono que exaltó la enorme magnitud de gloria que ya había alcanzado la urbe por ser la primera plaza arrebatada por cubanos al yugo español, que sentó a negros y albañiles en las sillas de un Gobierno Revolucionario, cuna de un himno guerrero trascendido a Nacional, y ahora este, el más elocuente acto de sacrificio colectivo por una causa común, sin reparos en el costo ni el futuro truncado.

RESORTES PARA UNA DECISIÓN MASIVA

"Hay que acabar con ese símbolo", habrán dicho con furia los jefes españoles de la Capitanía General antes de lanzar sobre Bayamo varias columnas fracasadas: una que intenta entrar por el arroyo Babatuaba y es rechazada por las fuerzas de Aguilera y Modesto Díaz; otra por las inmediaciones de Baire, que chocó con los hombres de Máximo Gómez, Donato Mármol, Luis Marcano y algunos más. Ni el propio Blas de Villate —el conocido Conde de Valmaseda— desembarcado en Manzanillo en noviembre, pudo avanzar con éxito.

Solo un segundo intento del militar es-pañol, multiplicado en hombres y con una estrategia bien pensada, pudo caer con fuerza definitiva sobre la defensa de la ciudad, en enero de 1869.

Después de haberse movido a pacificar alzamientos en Camagüey y retirarse a La Habana a preparar con el Capitán General la Operación Bayamo, Valmaseda desembarca en Nuevitas con unos 3 000 hombres que avanzarían sobre Bayamo, incluidos dos batallones de voluntarios habaneros, que significarían luego la primera confrontación de guerra entre cubanos.

Insuficientemente informado de las fuerzas contrarias, Céspedes, que preparaba el cerco sobre Santiago, ordena al general Modesto Díaz salir con cien hombres desde Manzanillo a apoyar en Las Tunas la neutralización de las tropas enemigas; pero su fracaso y el refuerzo a la columna española con nuevos hombres, obliga a Céspedes a suspender la mayor parte del cerco a Santiago y ocuparse con urgencia de la defensa de Bayamo.

En la táctica del Conde, un primer combate en Saladillo fue la acción mayor y de paso la más sangrienta y nefasta. Sorprendidas las huestes de Donato Mármol en aquel punto, la artillería hizo estragos sobre ellos, y unos 1 500 valerosos cubanos cayeron en el encuentro.

Solo dos posibilidades de cruce tenía el in-franqueable río Cauto y allí precisamente ubica Céspedes las dos defensas con la corriente como valladar natural. Debido a la resistencia en el Cauto del Paso, fue imposible el cruce para Valmaseda a pesar de la artillería y los esfuerzos de sus ingenieros por cruzar en chalanas; pero la ayuda de un hacendado español le indica la posibilidad por Cauto Embarcadero.

Bombardean el poblado, y al son del fuego los españoles procuran con éxito el cruce sobre el río. El acecho de la poderosa tropa, a la par de un cólera que reducía aceleradamente a los mambises, convierte la amenaza en demasiado seria.

Es entonces cuando, con la información del avance inminente, surge la idea del sacrificio del fuego, y ante la incógnita de cómo hacerlo, se apela al juicio del Presidente Céspedes, quien afirma: "Consulten al pueblo bayamés y que sea el pueblo quien decida esa resolución tan violenta, que si se ejecuta ha de dar timbre y gloria a la patria".

También consultado, el general Francisco Vicente Aguilera exclama para la posteridad en Manzanillo: "Si esa es la voluntad de los bayameses, destrúyase todo por el fuego, porque yo no tengo nada mientras no tenga patria".

A las seis de la mañana del 12 de enero, por resolución del pueblo —aunque esposas de oficiales españoles llegaron a ofrecer dinero en oro a los líderes insurgentes para renunciar a la idea— comienza la llamarada; entre las primeras, la casa y botica del farmacéutico y jefe militar, brigadier general Pedro Manuel Maceo Infante; así como la lujosa mansión de dos niveles, prendida por las propias manos de su propietario, el patricio Perucho Figueredo.

Las lenguas ardientes se expandieron por la urbe, unas veces por los propios moradores, otras por la Comisión de Quemadores designada para hacerlo por los menos arrestados.

El relato de Nicolás Heredia, luego novelista, un niño todavía al momento del incendio, retrata con elocuencia un pasaje vívido y sublime de ese instante; cuando, con los ojos de infante de diez años, vio a Donato Mármol, "en lo alto del techo de su casa, levantando las tejas para prenderle fuego a la madera".

¡Cuánto compromiso, cuánta renunciación de las casi diez mil personas que habitaban el Bayamo ahora inmolado!

Unos tomaron el camino de Manzanillo, otros el de Holguín adonde sus familiares, una parte a sus fincas en la Sierra Maestra o a las cuevas para sobrevivir; pero un grupo importante marchó a la manigua, al amparo de la soberanía que podía garantizar la defensa mambí.

Para entonces, ya era un hito realizado la epopeya del incendio, ya era una pausa en la historia, digna de reverencia. Las razones tu-vieron sus matices, pero ninguna se apartó del hondo patriotismo que inmortalizó la acción: "No podíamos permitir que Valmaseda paseara como un campeón por Bayamo (...) que cogiera un solo frijol", diría el coronel Benjamín Ramírez; mientras la abanderada Canducha Figueredo, hija del autor del Himno, arropaba sus razones en la protección filial: "alejar de la depravación enemiga a las familias".

Lo cierto es que, horas después de la primera tea, el fuego coronaba la ciudad, mientras el rojo vivo brillaba en las lágrimas nostálgicas pero resueltas de sus moradores rumbo al monte.

Bayamo sacrificado ya era una ofrenda en cenizas a la libertad.

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