Mónica Rivero - Foto: Iván Soca - Cubadebate.- Presentación de Silvio Rodríguez, Niurka González, Oliver Valdés, Jorge Reyes, Emilio Vega, Trovarroco y Jorge Aragón en Punta Brava, La Lisa; con Corina Mestre, Augusto Blanca y Víctor Casaus como invitados.

La camiseta que tenía puesta ayer me la regaló Pete Seeger, la última vez que lo vi. Reproduce el lema que Goody Guthrie tenía grabado en su guitarra: “Esta máquina mata fascistas”. Resulta significativo que el banjo de Pete tuviera grabado: “Esta máquina acorrala al odio y lo obliga a rendirse”. Comenta Silvio en Segunda Cita. Foto: Iván Soca. 

Por primera vez en más de cincuenta conciertos, la Gira por los barrios me convocaba exclusivamente como público. En estos tres años un equipo de trabajo al que pertenezco ha venido registrando en video, fotografía y texto el paso del trovador y sus invitados por los puntos que describen el itinerario del proyecto. Llegamos unas horas antes de la presentación y buscamos un poco del latido del barrio, buscamos historias. Esta vez fue diferente: fui con familia, miré el escenario desde lejos, llegué a punto del comienzo…

Casi al final, estábamos ya por irnos, cuando nos retuvo casual (y afortunada)mente el hecho de que Silvio de pronto empezara a hablar animadamente con alguien del público, en medio de Ojalá.

Lo contaba así anoche en Facebook la profesora Herminia Rodríguez:

La era…, gritó el tipo a todo pulmón. Silvio, sin inmutarse, cantó lo que tenía programado en su concierto, el número 54 de esta gira que él mismo reconoce interminable. La era…, repitió el hombre, mientras otros pedían Unicornio, Ojalá, El necio. La era… ya era como la tercera o cuarta ocasión que aquella voz sobresalía entre el público reclamando atención. Silvio lo buscó con la mirada: “Quiero verte la cara; ven, sube a cantar conmigo”.

¿Un borracho? ¿Alguien que buscaba un minuto de fama? Al escenario subió un mulato entrado en años que, en lugar de cantar, hilvanó unas pocas palabras: “Cuando este hombre fue a dar un concierto en el Combinado –dijo señalando al artista– yo estaba allí. Al día siguiente, salí en libertad”. Dicho lo suyo, bajó del escenario y se puso a seguir el ritmo de la música con palmadas.

Por unos segundos, el público enmudeció. En medio de la neblina súbita que emborronaba las imágenes, se vio a algunos músicos tragar en seco mientras se aferraban a sus instrumentos; el enorme contrabajo del fondo se tambaleó por un instante; algo –quizás un ángel– rozó la cara de Silvio y, a mi lado, Ale lloró. Luego, no recuerdo más que los aplausos en medio de la canción.

La prisión termina. La prisión se rompe. Es lo que pensé, evocando también un verso del propio trovador, cuando subió al escenario aquel hombre flaco, con un pullover a rayas, un tipo con aspecto sencillo y con voz y dicción de gente buena, y dijo lo que dijo como lo dijo.