Jorge Ángel Hernández - Blog "Ogun Guerrero".- La proximidad de un nuevo Congreso de la UNEAC despierta expectativas en la absoluta mayoría de sus miembros; en unos porque su sentido de pertenencia los lleva a contribuir para que su camino continúe, con aciertos y errores, como es natural en toda obra humana, contribuyendo a la cultura cubana y, con ello, al mejor destino de la nación; en otros, porque el grado de legitimación que otorga la organización les permite “arañar” determinadas prebendas y, en otros, porque nos hallamos en un momento imprescindible, difícil y crucial, a veces caótico y errático, de la actualización del modelo socialista cubano.


Algunas de esas decisiones, por supuesto, pueden inclinar la balanza hacia una u otra dirección, proyectando tanto la continuidad como su ruptura definitiva. Son puntos de análisis impostergables que merecen abordajes serios, profundos y, sobre todo, ajenos a los eternos prejuicios que los patrones de juicio de la Guerra Fría dejan aun en el imaginario cultural de la ciudadanía.

La creciente apertura al respeto a la opinión ajena, impulsada desde la propia plataforma oficial del estado cubano, ramifica el espectro de criterios, según sean las expectativas y, sobre todo, las posibilidades de alcance de los exponentes.[1] No hay que olvidar que a través de la UNEAC, y de instituciones culturales, se han lanzado plataformas tan importantes como la de la lucha contra la discriminación racial que la tradición cultural reproduce aun a pesar de los nuevos contextos, o la que atañe a la diversidad sexual, tan artificialmente manipulada en el contexto de la globalización que une al siglo XX con el XXI, o incluso la de la democratización concreta de las relaciones entre la burocracia institucional y la sociedad civil.

Si se tiene en cuenta el shock que imprimió a la sociedad cubana el derrumbe del socialismo europeo, y la agudización de las limitaciones comerciales en medio de una crisis global estructural del sistema hegemónico, habremos de admitir que, pese a errores y limitaciones de perspectivas para su proyección futura, insisto, la UNEAC, como institución, se ha colocado en la avanzada de la transformación cubana y, muy importante, en el centro de la socialización de las ideas más polémicas, no solo en el ámbito político, sino también, y con mayor importancia, en el ámbito cultural de la ciudadanía. De sus abiertos, agudos y diversos debates, han brotado esenciales directivas de trabajo para la nación. Cualquiera que se aventure a confrontar los documentos detectará que hay derivaciones importantes de su trabajo en los derroteros programáticos, oficiales por tanto, del estado, y no precisamente a la inversa, como lo repite la incansable y bien financiada propaganda. Los artistas y escritores que, por mérito y decisión propias, a la UNEAC pertenecen, no se han limitado a defender sus estrechas parcelas creativas, lo cual indica hasta qué punto se ha logrado un pensamiento comprometido con el mejoramiento de la sociedad. Y ello se refleja también, con ritmos diversos, según se profundice en el tema, en los itinerarios del trabajo institucional de la organización.

Pero nada de esto, y de mucho más que para no pecar de exhaustivo dejo en el cajón de lo implícito, borra el efecto que ciertos patrones de oportunismo interesado imprimen al contexto de confrontación ideológica. Sobre todo aquel donde es posible hacer que la detonación de petardos aparentemente aislados suene claramente como un instrumento de campaña mediática contrarrevolucionaria, en el más semántico, y además teórico, sentido de este término.

Así he recibido en mi buzón personal de correo, al parecer producto de una de esas petardocomunes cadenas de reenvío, un llamado del barítono Ulises Aquino, cuya excelente voz he escuchado alguna que otra vez por la televisión cubana. El tono del petardo de Aquino es anodino, aunque pretende presentarse como valiente y revolucionario, incluso intentando combinar las retóricas extremas de la etapa de Guerra Fría: por una parte, injuria a la UNEAC, con una clara extensión a los aparatos burocráticos de estado y, sobre todo, al Partido rector de la política; en tanto por la otra, abunda en frases manidas y asertos desiderativos de la época del más vulgar realismo socialista.

Para cualquier especialista en las materias que instiga, desde la sociología política hasta la economía, los planteamientos de Aquino aparecen sin el menor fundamento y suenan como una catarsis de muy pequeño alcance: una cantaleta más de las que van a sumarse a las presiones ideológicas en el contexto de confrontación cubano. Pero, para alguien que reconoce, como especialista, las aristas y el contexto en que se inserta, sí se hacen evidentes ciertas intenciones con las que creo necesario polemizar.

Primero: oportunismo de campaña propagandística electoral ante un Congreso que, entre las reducciones financieras y la superpoblación de su membresía, va a dejar fuera a un numeroso grupo de delegados naturales y acaso imprescindibles para el buen debate, toda vez que, una simple búsqueda en Google, arroja que sus últimas noticias datan de un manipulado “escándalo”, por el cierre de un centro nocturno privado dentro de su proyecto «La ópera de la calle», siempre asistido por el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, del Ministerio de Cultura, como se demostrara entonces.[2] Hay, por demás, en el petardo, varias alusiones a la elección de los delegados y directivos de la UNEAC.

Segundo: comunión abierta y elemental con el discurso de campaña mediática contrarrevolucionaria, al punto de equiparar el bloqueo estadounidense, que data de 1961 y ha sido una y otra vez condenado por la inmensa mayoría de las naciones de la ONU, con lo que considera bloqueo “desde dentro”, al que califica, por cierto, como “más criminal” que el estadounidense. Ni un estudiante de primer año de Psicología puede dejar de percibir el uso interesado de las simpatías, o sea, de la complicidad con esa acción criminal de quienes, al bloquear la nación, median para sus intereses los patrones de opinión.

Tercero: una retórica altamente politizada, y a la vez nula en sus valores cognoscitivos, que, en tanto predica como derrotero necesario la transformación revolucionaria, niega su posibilidad y la reduce a determinadas conductas de decencia ciudadana, contigua, sin proponérselo acaso, a la campaña por la recuperación y formación de valores que desde la educación se propaga en el país. Por ironía, ciertos esquematismos que ponen en peligro el éxito de la campaña educativa oficial, se reiteran en el petardo electoral de Aquino.

Cuarto: una ignorancia concreta del papel activo y las limitaciones de los aparatos burocráticos de estado. Como decir, buscándole alguna analogía musical aproximada, que Anita Cerquetti es mejor que María Callas porque se retiró temprano a la decencia de la vida doméstica, en tanto Pavaroti es superior a ambas porque unió su voz a cantantes como Tracy Chapman o el rapero Giovanotti. O sea, y como se ve, un sinsentido que, sin embargo, busca un determinado objetivo ideológico: el descrédito del estado y el Partido Comunista de Cuba que, según señala, son capaces de convertir en títere de fácil manipulación a instituciones como la UNEAC. Lo dice claro, aunque con muy poca altura.

Quinto: una confusión de puro arroz con mago entre lo que considera aspiraciones “nuestras” y “del estado”. La confusión, no obstante, no se queda en ello, sino que se transforma en ofensiva a costa de los individuos que pudieran estar implicados en ese proceso de indefensión que dice denunciar.

La lista podría extenderse, desde luego, pero lo básicamente importante, al menos desde mi perspectiva de intelectual que ha trabajado largo por la UNEAC, está en llamar la atención sobre la verdadera naturaleza, sea o no intencionada, de este tipo de asertos, donde la alocución se convierte, con intención marcada o no, en vocero de patrones de dominación cultural que el capitalismo bien ha sabido reproducir como si fuese producto del esfuerzo ante la libertad de opción y de expresión. Y lo más importante, no perder de vista la constante polémica que tanto el trabajo institucional, como el desarrollo individual de la obra de escritores y artistas necesita, incluido en ello, cómo no, el papel del estado, el Partido y, no olvidarlo, la sociedad civil, en el aprovechamiento y desarrollo de los bienes concretos que el sistema socialista cubano ha dejado durante su historia.

Si los debates previos al Congreso de la UNEAC, y su propia agenda de trabajo, se dejan secuestrar, en nombre de ciertos espejismos democráticos, por mecanismos y alegatos que sí son dóciles instrumentos de la hegemonía cultural, se pone en peligro el salto que la organización debe asumir. Aunque este es ya otro tema, y deberá ser tratado en su momento.

[1] Téngase en cuenta que el Proyecto de Lineamiento de la Política económica y social cubana fue una plataforma lanzada desde el sector estatal y partidista que resultó significativamente modificada en su proceso.

[2] Véase «La Ópera que nunca cerró», La Jiribilla, nro. 587, agosto de 2012, disponible en http://www.lajiribilla.cu/2012/n587_08/587_29.html

Ulises Aquino, ¿el auto elegido?

A.L. García - Blog "Cambios en Cuba".- Resulta muy llamativo que una especie de manifiesto del barítono Ulises Aquino haya empezado a circular, justamente, en estos días previos a la celebración del VIII Congreso de la UNEAC. Su propio título (La UNEAC, antes del Congreso) hace evidente la intención del autor de colocar en el marco de ese evento los temas que quiere debatir.

En un contexto en el que además se están eligiendo los delegados y precandidatos al Consejo Nacional y a la dirección de las Asociaciones Nacionales, hacer circular un manifiesto como el de Aquino viene a funcionar inevitablemente como una obvia fórmula de autopropaganda electoral.

Para empezar, Aquino se refiere a la UNEAC con un la intención expresa de desmoralizarla y desacreditarla; la acusa de no poseer liderazgo ni iniciativa y de tener, entre quienes la dirigen, a personas que no representan los intereses de sus miembros porque no fueron elegidos “directamente” por ellos, a causa de lo cual los artistas viven un “momento de indefensión” sin precedentes.

Cuando menos, de inconsecuente puede calificarse que el autor de este texto diga algo así de la organización en la que acaba de aceptar un cargo de dirección a nivel de base. Si la UNEAC es un nicho donde a su antojo campea la burocracia, donde se protegen a los “obedientes” convertidos en “casta”, ¿cómo puede Aquino asumir una responsabilidad que lo pone al mismo nivel de quienes denigra?

Su falta de ética pone en evidencia el interés de no renunciar a ese espacio de visibilidad y, al mismo tiempo, presentarse en tiempos de Congreso como “el elegido” que puede resolver unos problemas solo identificados por él, ya que los demás se dedican a “repetir consignas”.

En esta arremetida contra la UNEAC, a la que califica de “instrumento” (¿hará extensiva la difamación a todos los miembros de la organización?) añade que es utilizada por el Partido para “obviar a los incómodos en favor de los que convienen y de los que obedecen”.

En su cruzada de injurias no dice cómo, no expone pruebas, obviamente. Tampoco asume la responsabilidad de señalar con nombre y apellidos a los “incómodos” o a “los que convienen y obedecen”, según su parecer.

La que Aquino acusa de servil es una organización de demostrado compromiso con sus artistas y creadores, que en representación de estos ha sido crítica con lo que ha debido, con seriedad y ante quienes compete.

¿Qué espacios de debate han sido más agudos y polémicos que los foros de la UNEAC, desde donde, con verdaderos argumentos revolucionarios y una agenda ante todo cultural, la vanguardia intelectual cubana ha construido el diálogo permanente con la política?

El objetivo principal de los miembros de la UNEAC, como afirmó su presidente, Miguel Barnet, en un artículo publicado en Granma el pasado 3 de enero, “es la salvaguarda de nuestra Nación y de nuestro Socialismo”, bandera que ahora quiere arrebatarle e izar por su cuenta Ulises Aquino.

Y como precedente de este VIII Congreso ante el cual Aquino pretende imponer un enfoque divisionista, el II cónclave de la Asociación Hermanos Saíz fue una prueba del acompañamiento y apoyo del Estado y el Gobierno cubanos a los reclamos de los jóvenes creadores del país, encomiados por su agudeza e inteligencia, por ser serios y constructivos, por fomentar la unidad; atributos de los que adolece el texto de Aquino.

En la clausura de ese Congreso celebrado el pasado mes de octubre, el primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, alertaba del peligro de asumir actitudes burocráticas que si bien perjudican a toda la sociedad, en el “sector de la cultura resultan particularmente funestas”. Y esta tendencia negativa, criticada también por el propio presidente Raúl Castro, es la que ahora Aquino nos quiere hacer creer que descubre, pero en los espacios menos verosímiles, y donde, por supuesto, no figura su persona.

Sin embargo, no por grave e irrespetuosa toda esta arremetida contra la UNEAC deja de ser un mero pretexto. El verdadero objetivo de las diatribas se le escapa al autor en varios momentos, antes de abrir el juego y declararlo del todo.

Por un lado dice que la UNEAC, “leve sombra” de lo soñado, es un “reflejo de la realidad de la nación”. Por otro, afirma que la organización, o quizás su cuerpo directivo (la atropellada redacción no permite precisar), no funciona como contrapeso entre las aspiraciones de la base y “el estado”. “El Partido la utiliza en sus comisiones de candidatura”, ataca finalmente.

A partir de este punto sus planteamientos fundamentales, que nunca tuvieron un componente artístico -como correspondería a “un artista preocupado” por su organización-, sino marcadamente político, van directamente contra el Partido y la Revolución, que ha sido, según él, secuestrada por la burocracia.

¿Que el Partido es “excluyente”, que hay que exigirle que sea “más democrático”, que quienes nos dirigen “no nos representan”? Hay que estar demasiado desinformado –o convenientemente predispuesto- para decir eso de un Partido que sometió a plena discusión popular los Lineamientos que llevó a su VI Congreso, y que enrutan los destinos económicos y sociales del país.

“No debemos repetir más que nuestra salud pública, nuestra educación, el deporte y la cultura son gratuitos, eso no justifica el esfuerzo de nuestro pueblo todos estos difíciles años”, es otra de las memorables frases del panfleto. ¿No reflexionará Aquino que precisamente por considerar sagradas e invaluables esas conquistas, nuestro pueblo ha resistido tantos años de asedio y bloqueo –cuyos perjuicios él menciona, por cierto, levemente?

Es perceptible su esfuerzo por utilizar un lenguaje en apariencia revolucionario –quizás para no resultar disonante del todo entre quienes sí están comprometidos. Así, asombra en su texto la inclusión de alusiones superficiales al “imperialismo” y al “bloqueo”. No obstante, su posición no deja lugar a dudas cuando dice que el bloqueo “de nuestra parte es más criminal porque se impone desde adentro”.

A partir del giro en su discurso el barítono economista opta por instruirnos en el significado de socialismo, ofrece sus aportes al concepto de redistribución justa y defiende a “los hacedores de riquezas y bienestar legítimos”.

Pecaminosa y contradictoria, la voz del empresario frustrado y resentido empieza a dominarlo. ¿A qué hacedores de riquezas y bienestar legítimos se refiere el hombre que abrió un negocio lucrativo en la sede de un proyecto artístico altamente subvencionado por el Estado?

Ese mismo Estado que a su entender está diseñado por burócratas y tecnócratas, mantuvo un financiamiento a su proyecto cultural, Ópera de la Calle, por casi 10 años, y solo en el 2013 este ascendió a aproximadamente medio millón de pesos.

La subvención no se retiró ni siquiera cuando para Aquino dejó de resultar suficiente el dinero obtenido del presupuesto estatal y-sin renunciar a este, oportunistamente-, a base de ilegalidades y complicidades abrió una “paladar” en El Cabildo (con personas contratadas sin la debida autorización, espacio no arrendado para ejercer la actividad, evasión del fisco[1]).

En su momento, este constituyó un clásico episodio de los ataques mediáticos contra Cuba, a partir del cual se divulgó de manera tergiversada que lo cerrado era el proyecto cultural Ópera de la Calle, y no el negocio impropio.

En el trasfondo del texto, los hechos que llevaron al cierre de este centro recreativo –el cual no tenía nada de legítimo sino que nació de la distorsión del proyecto comunitario Ópera de la Calle,- se perciben todo el tiempo.

El que decía servir a la comunidad violentando toda normativa, y a la vez estaba comprometido hasta el tuétano con una autoridad ahora corrupta, pues sus “gastos nos condenan al malvivir”, nos revela que el Partido Comunista de Cuba es excluyente y lo iguala a la burocracia.

Se apura a hablar de un desarrollo y una prosperidad “condicionados por el ritmo de la libertad”. ¿Que a qué libertades podría referirse a estas alturas? Claro que a la de empresa. Demasiado coherente su llamado con el discurso que intenta inocularnos la subversión.

Pero a Aquino no le bastó con aquella experiencia de manipulación, la de El Cabildo, para volver a darle trigo a los medios vinculados a la maquinaria anticubana, pues hace unos días le concedió una entrevista al Diario de las Américas.

Cierto que después, en su perfil de Facebook, trató de desdecirse y alegó que los puntos de vista reflejados por este no eran “una arremetida contra el gobierno de Cuba”, lo cual solo significa, de ser cierto, que se estaba reservando para ahora, oportunidad en la que ya es imposible negar su ataque abiertamente antipartidista y contrarrevolucionario.

Entre tantas, una frase del texto de Aquino demanda particular atención: “ser y mantenernos revolucionarios hoy, es muy difícil”, asegura.

En sus lecturas previas de historia, puede que el autor haya extraviado el hilo de la interpretación objetiva, como mismo le sucede ahora cuando intenta analizar la salud de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y extrapolar su “diagnóstico” a la realidad política y social de Cuba.

En todos los tiempos y contextos, ser y mantenerse revolucionarios ha constituido una tarea difícil, en tanto asumir ese camino implica el cuestionamiento constante de nuestros actos, en función del cumplimiento de un objetivo supremo, de justicia y bienestar común.

Ser y mantenerse revolucionarios es un reto personal a la autocomplacencia, al conformismo, al acomodamiento en la mejor oportunidad; es una carrera en la que, quien la asume, se sabe comprometido a alcanzar una meta para, en el acto, proponerse llegar a la siguiente.

La determinación de ser y mantenerse revolucionarios –si lo sabrá el pueblo de Cuba- costó muchas vidas en el tránsito hacia nuestra libertad. Y aunque a partir de 1959 la situación cambió radicalmente por la llegada al poder de un gobierno que institucionalizó esas aspiraciones, “el ser y mantenerse…” no dejó de exigir sacrificios de empeño, de voluntad, de perseverancia, de creatividad.

Para Ulises Aquino, ser y mantenerse revolucionario –si alguna vez realmente lo fue- resultó un propósito demasiado grande, una carga muy pesada que con este texto, irremediablemente, dejó caer.

[1] Según declaraciones de la Directora Provincial de Trabajo Isabel Hamze ofrecidas a La Jiribilla. Consulta en el texto “La Ópera que nunca cerró”, de agosto del 2012. http://www.lajiribilla.cu/2012/n587_08/587_29.html

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