Chema Fernández - Cubainformación.- El extranjero caminaba hacia la Plaza Mayor de Trinidad entre las angostas calles de adoquines de esa ciudad que, igual que una bella durmiente, ha querido conquistar el tiempo para entrar en la inmortalidad de la belleza. En mitad de aquellas hermosas filas de altas ventanas color pastel y zaguanes abiertos de par en par que irradiaban su frescura, un niño pequeño huía de su merienda y correteaba desobedeciendo a su abuelo que, sentado sobre un banco de piedra, sostenía en la mano un tazón de leche.
La sonrisa etrusca
“Atrincherándose en lo indestructible:
el momento presente. Viviendo el ahora en todo su abismo”
José Luis Sampedro. La sonrisa etrusca, 1985
Chema Fernández - Cubainformación.- El extranjero caminaba hacia la Plaza Mayor de Trinidad entre las angostas calles de adoquines de esa ciudad que, igual que una bella durmiente, ha querido conquistar el tiempo para entrar en la inmortalidad de la belleza. En mitad de aquellas hermosas filas de altas ventanas color pastel y zaguanes abiertos de par en par que irradiaban su frescura, un niño pequeño huía de su merienda y correteaba desobedeciendo a su abuelo que, sentado sobre un banco de piedra, sostenía en la mano un tazón de leche.
Cuando el extranjero quiso fotografiarlo, el pequeño se asustó y corrió a refugiarse tras su abuelo, volviendo la cara, hastiado tal vez de la impertinencia de los turistas.
--¿Cómo se llama su nieto?—preguntó al abuelo.
–Bruno. Se llama como yo– respondió el hombre con la media sonrisa del orgullo y la satisfacción.
Aquel pequeño junto a su abuelo, aquella escena de ternura sencilla pero absoluta, natural, sorprendente y espontánea, aquel nombre… todo hizo evocar inevitablemente al extranjero la maravillosa novela de Sampedro, esa obra de arte que mezcla generaciones distantes en el tiempo y que aún así comparten un mismo espacio vital, preciosa metáfora de lo que ocurre en Cuba; un país de dualidades que se entrecruzan, se enriquecen, se complementan y a veces, emergen una sobre la otra según el momento.
Entre Bruno y su nieto van más de 55 años, los mismos que se cumplen desde la entrada de Fidel en La Habana. Su abuelo y su generación fueron testigos del triunfo de la Revolución, de sus políticas sociales y conquista de derechos. El pequeño Bruno jamás escuchará la voz viva del Che ni podrá comparar cómo se vivía en su país antes del triunfo de la Revolución. Estará más preparado, mejor formado y además será más exigente y más inconformista con los dirigentes de su país, y aún así, en él recaerá la responsabilidad de seguir defendiendo el futuro de la Revolución y los principios del socialismo cubano.
Ese nuevo reto vendrá a sumarse al entramado de contradicciones que a todos nos despierta Cuba como fondo de ese ya interesante contraste entre viejos y jóvenes, pasado y futuro, sentimientos apasionados e ilusiones que seguirán creciendo por encima de las adversidades.
El futuro, no por incierto dejará de ser maravilloso en esa imprescindible isla del Caribe que llena de asombro, fascinación y emociones encontradas a quienes tienen la suerte de adentrarse en ella para conocerla, vivirla y sentirla.
En Escacena del Campo, a 14 de febrero del Año 55.