René Camilo García Rivera - Blog "La Joven Cuba".- El 14 de marzo la prensa cubana festejó su día. El homenaje a Martí –fundador de “Patria”-, la peregrinación previa a la tumba de Juan Gualberto, las ofrendas florales, las palabras de siempre, la gente que aplaude y se va, la periodista que toma las notas que nadie lee; al mismo tiempo, el país se cambia las ropas y el gremio, ruborizado, se hunde el rostro entre las manos…


El hoy opaco es el mañana luminoso del ayer, pero la prensa nacional sigue bañándose en la madrugada sin secarse con el alba; mientras, la gente en la calle se mofa de los medios en la mañana (y en la tarde, y en el mediodía, y en el crepúsculo, y en la noche también). Por eso valoro pertinente la reflexión en torno al modelo mediático que tenemos y al modelo mediático que necesitamos, con el fin de esbozar líneas o propuestas que apunten a transitar, paulatinamente, del uno hacia al otro.

Comencemos, pues, con una rápida cartografía del modelo de prensa actual y las consecuencias comprobadas de su aplicación.

I

Breve aproximación al modelo de prensa nacional

En Cuba solo existen tres periódicos nacionales: Juventud Rebelde (órgano de la “Juventud cubana”, pero a la larga vocero de la Unión de Jóvenes Comunistas), Trabajadores (órgano oficial de la Central de Trabajadores de Cuba) y Granma (Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba). Además, cada provincia y el municipio especial Isla de la Juventud cuentan con su publicación, que es el órgano oficial del Comité Provincial del Partido en el territorio. Otras publicaciones –como la revista Bohemia, por ejemplo- no cuentan con gran peso en la generación o modelación de la opinión pública nacional, a causa de su escases en la red de distribución nacional de periódicos y revistas.

Con la Televisión sucede algo parecido: el Sistema Informativo de la Televisión Cubana radica en el edificio del ICRT, en la capital, y desde ahí se graban, producen y transmiten todos los noticieros de alcance nacional. Los telecentros provinciales apenas transmiten una hora diaria de noticias que, en muchos casos, son irrelevantes para la audiencia.

La radio nacional, por otra parte, sí cuenta con una estructura un tanto más descentralizada, amparada en los bajos costos de producción requeridos por este medio en comparación con los otros, y en el esfuerzo de innumerables medios locales (provinciales, municipales y hasta territoriales) que ofrecen una agenda mediática un poco más diversificada.

Del periodismo en internet mejor ni hablar, pues según los datos oficiales del Informe de Desarrollo Humano del PNUD, en 2013, solo el 12 por ciento de la población cubana accedía a la red de redes. De ese casi uno de cada diez habitantes de la isla que llega a la web, descontemos los que no consumen información noticiosa o periodística. Entonces podríamos asentir, sin temor a equivocarnos, que la influencia de la prensa online en la opinión pública nacional es prácticamente despreciable.

Ahora bien, luego de la “cartografía estructural” que hemos escudriñado, pretendamos esbozar una “cartografía funcional” al interior del sistema.

Los órganos de prensa en Cuba –desde la prensa plana a la radiofónica, pasando por la Televisión y la Agencia de Información Nacional- poseen una estructura piramidal filtrada por visos de verticalidad. Nada ajeno a la mayoría de los medios de comunicación en todo mundo, donde los periodistas (obreros de la información) realizan la labor productiva (mensajes periodísticos) que es aprobada o denegada por los directivos o responsables del medio en cuestión (administradores locales). Pero el sistema cubano tiene un as bajo la manga que, aunque la audiencia lo supone, no la puede determinar con certeza; y es dilucidar quién es el verdadero gerente, quién se embolsa el capital simbólico que producen los medios cubanos sin pagar ningún impuesto.

A simple vista, usando la deducción elemental, los receptores pueden percatarse que, en efecto, la DIRECCIÓN de los órganos de prensa en Cuba no radica en los predios de la propia “planta generadora de contenidos”; porque si no, cómo explicarse que los tres periódicos nacionales coloquen en portada, en sinnúmero de ocasiones, los mismos textos con las mismas fotos; que traten, con igual enfoque, los mismos problemas; o que obvien con la misma sintonía asuntos de interés público. Entonces, es de suponer que existe una instancia supramediática que regula los flujos estratégicos de la comunicación en los medios, y que los directivos y ejecutivos de estos se reservan, simplemente, las tácticas para llevar a cabo esas estrategias.

Este razonamiento lo puede realizar las audiencias, que están distanciadas de las rutinas productivas de los medios y de sus características; pero para los profesionales (y para los embriones de profesionales, como este servidor) efectivamente, sabemos que una instancia supramediática regula, censura y aprueba los contenidos (y modos de expresarlo) que ofrecen los medios de comunicación en Cuba, y que esa instancia tiene nombre y apellidos, y que, además, se llama Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

II

Recoger lo que se siembra

Tras el breve esbozo “cartográfico” del modelo de prensa cubano, que es más o menos el mismo desde 1965, pasaremos a dilucidar –o al menos a intentarlo- los efectos más visibles de su aplicación para el gremio periodístico, la sociedad cubana y el proceso de construcción socialista en la isla.

Como todas las estructuras absolutas, el sistema mediático cubano tiene sus pros y sus contras. Para los profesionales de la prensa, la primera ventaja es que –a pesar de la mala paga o condiciones de trabajo poco favorables en muchos casos- se tiene un puesto de trabajo asegurado; esa certidumbre no se debe pasar por alto. En comparación con otros países del área, los periodistas nacionales también tienen una ventaja, y es el poco peligro desde el punto de vista a la amenaza de la vida con que se trabaja en la Isla. Otro punto fuerte a señalarse es que, al estar la mayoría de los periodistas en las mismas condiciones de descalabro económico y social, se ha incentivado al interior del gremio un sentimiento de solidaridad e identificación verdaderamente tangibles; aunque cabe apuntar que esas virtudes aún no han canalizado en una organización (esta palabra también podría leerse con inicial mayúscula) que aglutine y fortalezca un discurso gremial capaz de establecer presión sobre los decisores supramediáticos que regulan los procesos comunicativos en Cuba.

La tendencia negativa más palpable del modelo de prensa actual para el gremio, a mi juicio, es la deslegitimación a que se ha visto azorado ante los ojos de la audiencia. “¿Periodista? Tú eres un mentiroso…” o “¿Periodismo? Es una bonita carrera, pero aquí no vas a poder ejercerla de verdad”, son las respuestas con que usualmente me asalta la gente cuando enuncio mi vocación y materia de estudios. Esa misma deslegitimación evita que, en materia económica, la profesión merezca ser mejor remunerada; pues el capital simbólico que aporta a la producción espiritual de la nación, cada vez se ve más contraído ante los ojos de los verdaderos jueces del trabajo, que son los receptores a que van destinados.

Desde el punto de vista social –y reconozco que en esta arista me faltan lecturas, por lo que recomiendo a sociólogos analizar el tema y ejercer sus comentarios- los resultados también son ambivalentes. Es cierto que el monopolio de la información en tan pocas manos y tendencias ha propiciado la amplia estabilidad del consenso social dela sociedad civil en torno al proyecto revolucionario; lo cual, a la larga, ha sido un beneficio para la estabilidad política y social de la nación. Pero también lo es que el anquilosamiento ideológico y motivacional de las fuerzas transformadoras, en gran medida a causa del modelo comunicativo vertical, excluyente y elitista por parte de la vanguardia revolucionaria que dirige el proceso, le ha restado vigor e identificación consciente a estos impulsores de la transformación socialista de la sociedad.

En otras palabras, en este sentido, el modelo funcionalista de corte hipodérmico que ha regido el modelo de prensa cubano he evidenciado, una vez más, el fracaso de estas concepciones.

El modelo funcionalista de corte hipodérmico a que me refiero consiste, en primera instancia, a la repetición prolongada y masiva de un mismo mensaje con el objetivo de la apropiación irreflexiva de este por parte de la audiencia. Consiste en enviar un estímulo a la audiencia y esperar la respuesta preconcebida. Tal práctica proviene de la más rancia burguesía capitalista norteamericana de los años 20´, que consideraba a los receptores incapaces de desvirtuar y resemantizar los mensajes difundidos por los medios. En la actualidad, esta herramienta es utilizada hasta el éxtasis por los publicistas que injertan el consumismo en las sociedades capitalistas; en Cuba, en contraste, con este instrumento se ha pretendido operar ideologías y doctrinas dogmáticas al interior de las audiencias. Solo debe leerse cualquier periódico o ver un noticiero de televisión para comprobar que, en efecto, la unicidad de los sentidos de los mensajes –y hasta los propios temas de estos (léase agenda mediática)- evidencia el patrón comunicativo a que hago referencia.

O sea, queda palpable que al clásico funcionalismo o mecanicismo burgués de otra época se le trastocó el signo, y en vez de legitimar a una clase económica dominante protegida por el capital –como antaño-, ahora protege a una clase política parapetada en la ideología. Nada, que parece que los avezados teóricos de la Comunicación marxista en la isla olvidaron aquel axioma revolucionario del Ché, donde afirmó que “el socialismo no puede construirse con las armas melladas del capitalismo”; ¿o acaso no lo habrán olvidado?

Tomando en cuenta las nociones anteriores pretendo, en la medida de las limitaciones teóricas y metodológicas de este artículo, esbozar las consecuencias de la aplicación del modelo de prensa actual en la construcción del socialismo a través de la experiencia cubana.

Primero que todo, en esta arista hay que reconocer un logro verdaderamente heroico: a pesar de todas las adversidades, del via crucis del Período Especial, de la persecución económica del imperialismo yanqui, de la descomposición burocrática de las instancias productivas y administrativas del Estado, aún Cuba marcha por la senda azarosa del Socialismo, y desde esta trinchera ha mantenido la soberanía y la independencia nacional. Para usar un símil un tanto deportivo: con su funcionamiento, el modelo de prensa cubano ha ayudado a impedir la caída al suelo de la antorcha olímpica del Socialismo.

Mas, al concebir esta metáfora, surge acto seguido una pregunta, ¿pero poseerá fuerza y virtud suficiente para llevar esa antorcha que ha salvado hasta el pebetero olímpico, verdadero destino de la flama?; y si sigue sin moverse mientras pasa el tiempo, ¿no está a expensas de una ráfaga que apague la llama para siempre?

Mirándolo a la óptica de esta ambivalencia, cabría entonces calificar de exitoso al modelo comunicativo por cuanto salvaguarda del sistema político y social que lo ha sostenido; pero fracasado por ser un freno al desarrollo y progreso de ese mismo sistema, lo que –a la postre- pudiera ser su propia sentencia de muerte.

III

Anhelo indicativo del modelo marxista en Comunicación y Prensa

En este acápite pretendo señalar y justificar, a grandes rasgos, las principales funciones y conceptos del modelo de prensa necesario y factible para la Cuba de hoy.

La Comunicación Social –comprendida como espacio de generación y modelación de la Opinión Pública en las sociedades contemporáneas- se vuelve un campo de expresión de las contradicciones de los intereses y expectativa de los diversos actores sociales que conforman un Estado o nación. Por lo que –MUY IMPORTANTE- la negación del espacio de manifestación de esas contradicciones de intereses y expectativas, no coopera necesariamente a su resolución o desenlace final. O sea, al erradicar el tamiz de expresión del fenómeno, solo se encubre su perceptibilidad general, pero la esencia de las contradicciones seguirán latentes y agravándose; agravándose porque, la Comunicación Social es además un espacio de diálogo y negociación entre los actores sociales, por lo que si se suprime su carácter autónomo, se estará imposibilitando también la oportunidad de acercamiento mutuo entre las partes en conflicto, y por ende la solución. Definitivamente, guardar el polvo bajo la alfombra nunca ha sido una opción inteligente; entonces, ¿por qué sigue vigente esta costumbre?

Luego de explicar –y justificar, por si a alguien le quedaban dudas- de que, en efecto, la Comunicación Social es un tamiz donde se expresan las contradicciones naturales e inevitables de los intereses y expectativas de los actores sociales, y de que –además- es también un espacio de diálogo y negociación entre estos entes, cabe señalar entonces que, por su trascendente implicación a todos los niveles de la sociedad, esta no puede ser pertenencia exclusiva de una élite o vanguardia nacional, sino propiedad colectiva de todos los actores sociales; porque todos los actores sociales tienen influencia en ella y, a la vez, ella tiene influencia en todos los actores sociales, por lo que amputar una de las aristas es excluir a un sector –que lamentablemente en el caso cubano ha sido la mayoría de la población- del proceso de transformación socialista que se pretende. Como diría el Apóstol, “el hombre ama preferiblemente lo que crea”, por lo que si se le anula como ente trascendental en la conformación y manejo de la Comunicación mediática que recibe, entonces, jamás podrá amarla, y por consiguiente, jamás podrá amar a la obra transformadora que esta predica.

El campo de la Comunicación es también un espacio de emancipación social, por lo que la experiencia obtenida por los actores sociales en el terreno comunicativo, podrá ser traspolada a otros campos de la vida cotidiana, con lo que se estaría favoreciendo entonces al proceso general de transformación socialista. Se estaría –y solo en estos casos es legítimo emplear el término- “educando” a la audiencia; pero “educándola” no para la obediencia ante una tarea encomendada, sino “educándola” para que ella misma sea quien se proponga la tarea y se organice en pos de su cumplimiento. Como diría la Madre Teresa de Calcuta: “Si un hombre tiene hambre, no le doy pescado; le enseño a pescar”.

Tras señalar el primer deber de la Comunicación Social en el proceso de transformación socialista en Cuba (según mi juicio, naturalmente), pretenderé entonces esbozar las misiones básicas de la Prensa Revolucionaria en el país, comprendida esta como elemento fundamental del Sistema Comunicativo.

Si ya se ha señalado que el Modelo de Comunicación Socialista debe ser inclusivo y participativo, entonces -para asumirlo con total coherencia- el Modelo de Prensa debe favorecer e involucrar a esa participación. En otros términos: el modelo debe propiciar que la audiencia sea capaz de influir directamente en el proceso de generación de los contenidos mediáticos, y ser partícipe activo en la conformación de la agenda mediática.

Esa liberación, esa presencia directa de las audiencias en la generación de contenidos, es una meta intermedia (que nadie dude que la meta final debe ser la influencia mayoritaria de la audiencia en la regulación y producción del flujo comunicativo), pero a corto plazo, el modelo de prensa que necesitamos–con el gremio periodístico como máximo impulsor- debe proponerse objetivos más limitados.

Para conseguir esa involucración creciente y responsable que anhelamos (en el proceso comunicativo primero, y en el social después) las audiencias deben ser “reeducadas” –entenderse esta palabra con la acepción indicada anteriormente- en la concientización del potencial transformador y revitalizador de que han sido despojadas por el sistema funcionalista de corte hipodérmico vigente por décadas. Esta es, a mi juicio, la misión más urgente y apremiante de la Prensa Revolucionaria en Cuba; lo que a su vez podría representar el primer paso hacia la revitalización ideológica y motivacional del Socialismo en la Isla.

IV

Ni Santo Grial ni Llave Universal: propuestas de transición hacia el Modelo Marxista de Comunicación y Prensa

Esta es la parte más compleja del artículo –devenido mini-ensayo por su extensión-. Fundamentaré propuestas que, de antemano, conozco sus conflictividades y polémicas. Algunos se reirán y las considerarán utópicas, “cosas de jóvenes románticos” -dirán; otros se encolerizarán, las tacharán con rabia con sus plumas grises y me condenarán de “traidor, inconsciente e inmaduro”; pero algunos sonreirán, y con una mirada cómplice entenderán cabalmente las propuestas de este último acápite: a ellos ha estado dirigido este texto desde el comienzo, a ellos dirijo entonces las últimas palabras.

La argumentación de este trabajo ha ido encaminada a demostrar las características y consecuencias intrínsecas del Modelo de Prensa y Comunicación en la Cuba actual; y como resultado de estas disquisiciones, a proponer un nuevo Modelo que responda –ahora sí- a la verdadera ideología de emancipación marxista que debe regir a la sociedad cubana. En otras palabras, el trabajo se ha propuesto analizar y esbozar otras áreas de “actualización” real y efectiva de la realidad nacional contemporánea.

Este escribidor conoce y sopesa los peligros implícitos en la reformación y renovación del área analizada, sector tan sensible (“estratégico”, dirían algunos) para el mantenimiento del orden social en la isla; pero también sabe que el aplazamiento indefinido multiplicaría los riesgos a asumir, y eso sin ningún provecho de desarrollo sistémico –cuando no sea el mantenimiento el status quo inalterable de los últimos años-. Experiencias anteriores demuestran la posible catástrofe: miremos 23 años atrás a nuestros antiguos aliados, miremos el espejo empañado de la Glasnost y ericémonos.

Aquel “experimento” dejó varias enseñanzas. La más certera, la que los revolucionarios no pueden olvidar porque fue un electroshock a los sentidos, es que la renovación sistémica no pude realizarse en todos los sectores simultáneamente; porque los obstáculos surgidos o agravados en esa renovación estorbarán e impedirán la transformación efectiva de las otras áreas; y entonces, esa crisis a raíz del vacío dejado por la “viejas estructuras” -y que aún no ha sido ocupado por la influencia de las “nuevas”- se “contagiaría” de un sector a otro, lo cual imposibilitaría la respuesta eficaz del ejecutivo para palear el caos. Ante la imposibilidad de sortear la crisis, su prolongación solo atizaría su agudización y daría al traste con el Sistema General.

Ahora bien, lo anterior no significa que el proceso de “actualización” o reforma deba irse hacia el otro extremo, que consistiría en comenzar solo a modernizar un sector cuando el otro ya haya sido perfectamente acoplado o perfeccionado; por el contrario, entre ambos sectores renovados debe fluir una relación dialéctica que de a poco los vaya impulsando mutuamente. O sea, en el caso cubano, no puede esperarse a que el “despegue sostenible y próspero” de la economía haya alcanzado los niveles calculados previamente, sino que luego que estos cambios se hayan asentado paulatinamente –y en pleno apogeo de ese “despegue”- se debe comenzar por la renovación del Sistema Comunicativo y de Prensa que rige la nación.

En este sentido, es urgente analizar e implementar la legislación que regule e impulse esos cambios actualizadores de los que ya hemos hablado, lo cual –espero y supongo- ya esté “en proceso”. Me aventuraré entonces a esbozar elementos infaltables en esa Ley destinada, quizás, a ofrecer el gran salto comunicativo que se necesita.

Como elemento primero, que hoy es el principal freno de la evolución autóctona hacia el Modelo de Comunicación y Prensa Marxista (con todas las características y funciones que se han explicado y justificado anteriormente), debe deslindarse de una vez la supervisión directa –que en ocasiones se torna subordinación- de los órganos de Prensa a la estructura supramediática que los regula, entiéndase por esta Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Esta función podría pasar, como único representante legítimo de TODO el pueblo de Cuba, a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Con todo su derecho, el Partido podría seguir regulando y supervisando a Granma, que es su Órgano Oficial.

En este sentido, y manteniendo la lógica de lo anteriormente enunciado, los medios locales debería rendir cuentas a sus respectivas Asambleas de Gobierno, ya sea a nivel provincial, municipal o territorial.

(Al margen del tema central de este trabajo, las consideraciones enunciadas en el párrafo anterior cooperarían sobremanera a legitimar a estas instituciones estatales, altamente subvaloradas por los electores a quien representan)

Como consecuencia directa de la propuesta anterior, se deriva entonces otra cuestión, que es la elección de los directivos de los medios de comunicación. Ello sería recomendable, como garante de la transparencia y de un control estricto de las receptores sobre los medios, que se realizara en el propio seno de las respectivas Asambleas Populares; y que los directivos mantengan el cargo en el período ordinario que legislen esas asambleas. Una vez vencido este, podrían volverse a reelegir si su desempeño ha sido positivo, o si así lo decidiesen las instancias democráticas competentes para ello. (Esto no sería posible para los periódicos Granma y Trabajadores, cuyos ejecutivos sí deben elegirse en el seno de sus respectivas Organizaciones.)

Las propuestas y consideraciones elaboradas a todo lo largo de este artículo, no pueden leerse como un sesgo caprichoso hacia el poderío de una u otra institución de la actual vida política cubana, sino como una necesidad inaplazable de estos tiempos para mantener e impulsar los objetivos que esas mismas instituciones y el pueblo proclamaron; pero que, en las condiciones actuales, sostienen con métodos obsoletos e ineficaces. Toda esta transformación propuesta para el orden de los medios tradicionales de información, sería una “pequeña clase” en la “educación” de la audiencia hacia la verdadera revolución comunicativa que se avecina, y que –por más que algunos quieran- no se puede aplazar por más tiempo. Por supuesto que me refiero a la fuerza telúrica que arrasará la isla cuando irrumpa el acceso libre y masivo de INTERNET. Hay que preparar a la audiencia convertida en fuerza transformadora, porque de lo contrario, esa revolución en el Sistema Comunicativo desembocaría inevitablemente en una revolución en el Sistema Social (y no precisamente en una “revolución” de carácter progresista).

La única opción es asumir el reto. Por las características de los procesos económicos del mundo contemporáneo, denegar el acceso a la red de redes a la audiencia cubana por temor a las consecuencias políticas –aparte de una mezquindad-, sería condenar al Socialismo “próspero y sostenible” a una utopía. Acarrearía, además, el malgasto de años de trabajo y riesgos asumidos en la implementación de las reformas económicas; pues como ya se dijo, en el mundo contemporáneo el acceso a internet es indispensable para alcanzar el desarrollo económico, pero la audiencia tiene que estar “educada” para saber aprovechar ese recurso en pos del fortalecimiento del sistema social. Si se obvia esto, todos las medidas de los últimos años habrán sido en vano; así, pues, no seamos como esos perros que infructuosamente giran sobre su eje para morderse la cola; que se mueven sin moverse, que se fatigan incluso, pero que jamás dan un paso hacia ninguna dirección definible.

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