Figueras cimeras de la cultura cubana honraban con su presencia la representación artística, divida en tres partes: la primera dedicada a la música, con interpretaciones del afamado violinista José White, autor de la antológica Bella Cubana; en la segunda parte se presentó una obra teatral y la tercera fue netamente literaria, con poesías de José Fornaris, Esteban Borrero y otros líricos cubanos de la época. El discurso de consagración y el gesto de ceñirle la corona de laureles estuvo a cargo de la renombrada poetisa cubana Luisa Pérez de Zambrana.
Poetisa, novelista, dramaturga y periodista, Gertrudis Gómez de Avellaneda era una mujer de carácter recio y despierto, una autodidacta con una indudable cultura literaria y una fuerza creadora incontenible. A ella le fue dedicadla este año la Feria Internacional del Libro en Cuba. El poeta que primero influyó en su obra, según dijera, fue el santiaguero universal José María Heredia y, a su alrededor, los poetas españoles y franceses del siglo XVIII Nacida en el viejo Puerto Príncipe, hoy Camagüey, el 23 de marzo de 1814, fue una niña precoz que escribía cuentos a temprana edad y soñaba con un gran amor. Y amó intensamente y estremeció con la riqueza de su poesía y la vehemencia de su verbo encendido, los conservadores salones de la corte española.
Había salido de su tierra natal a los 22 Años y conquistado honores y fama en España, donde vivió la mayor parte de su existencia. En Cádiz publicó en 1836 sus primeros versos con el seudónimo de La Peregrina. Instalada en Madrid, editó el primer tomo de sus poesías, que obtuvieron general aplauso. Pero su obra era múltiple y abarcó diversos géneros.
Audaz, irreverente, apasionada, un amor adolescente le hizo conocer pronto angustias, desengaños y dolores. Por eso, a pesar de la tristeza que le ocasionaba abandonar la patria amada, su salida de Cuba fue para ella un llamado a más amplios horizontes. Negada a acatar los convencionalismos de la época, incursionó en terrenos otrora reservados a los hombres. Pero solo era una mujer que desde su femineidad reclamaba otro tratamiento para su sexo.
Autora de Sab, (su primera novela y una de las primeras obras indigenistas que se redactaron) escribió también Baltasar, un drama que la consagró, Dos mujeres, Espatolino, Guatimozín, inspirada en la vida del sucesor de Moctezuma, entre otras obras. Admirada por los grandes maestros de las letras españolas, se destacó como autoras de obras teatrales, comedias, crónicas de viaje, artículos periodísticos, una autobiografía y un extenso epistolario, especie de Diario amoroso.
A pesar de su talento superior, su inspiración y sensibilidad alerta y exquisita, la Real Academia Española de la Lengua acordó no darle cabida en ella, solo por el hecho de se mujer.
UNA PERSONALIDAD CONTRADICTORIA
Considerada la mayor poetisa del romanticismo y una de las más importantes de nuestra lengua, en su vida privada Tula sufrió los avatares de amores tormentosos, lo que se palpa en toda su obra, particularmente en sus poesías eróticas, sus dramas y sus cartas. De su relación con el poeta Tasara nació una niña que murió a los pocos meses; se casó en dos ocasiones y su romance con Ignacio Cepeda, con quien sostuvo un extenso epistolario, estuvo signado por la indiferencia de éste.
Casada en segundas nupcias con un coronel diputado a Cortes, quedó nuevamente viuda años después. Durante ese lapso, Gertrudis Gómez de Avellaneda visitó a su patria por breve tiempo. Incluso, aquí murió su último esposo y fue homenajeada, como comentamos ya También recorrió algunas ciudades cubanas y fundó la revista Álbum Cubano de lo Bello y de lo Bueno y publicó su novela El artista barquero. Luego viajó por toda Europa y Estados Unidos.
Un autor amigo le consultó en una ocasión si debía reunir en una antología a escritores cubanos y españoles. A lo que Tula respondió que NO, porque entendía que los hispanoamericanos debían figurar juntos, y separados de los españoles, para dar idea exacta de aquella literatura. Y afirmó: “Creí mi deber como americana que me honro de serlo aclamarlo así y desear el mayor brillo y gloria de la parte del mundo donde nací”.
Más que otros escritores cubanos del siglo XIX Tula Avellaneda tuvo la conciencia y el amor a su arte. Por eso, en buena parte de sus versos proclamó las virtudes y bellezas de la literatura, como en su oda A la poesía, sus octavas Al genio poético, Adiós a la lira y otras. Fue de esas personalidades a cuya vera se desbordaban tanto los halagos como los rencores. “La Avellaneda es atrevidamente grande”, dijo Martí y calificó el verso de la poetisa de “rudo y enérgico.
El amor al país que la vio nacer se encuentra en no pocas de sus composiciones. Y aunque algunos cuestionan su patriotismo, lo cierto es que Tula añoró siempre a Cuba y dedicó a su suelo natal la colección completa de su obra. Ejemplo de ese amor patrio es Al partir, un soneto transido de nostalgia.
El 1 de febrero de 1873 expiró en Madrid. Allí, donde había sido aclamada por sus éxitos literarios, su fallecimiento paso casi inadvertido. No pasaban de seis las personas que asistieron al cortejo.
Evaluada casi siempre en el plano de la conducta personal, controvertida y aclamada, vilipendiada y estigmatizada, Gertrudis Gómez de Avellaneda, esa cubana universal que tanta gloria dio a su patria, todavía parece buscar el sitial de honor que le corresponde en las letras hispanoamericanas.
Al Partir
¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
¡Hermosa Cuba!
Tu brillante cielo/
La noche cubre con su opaco velo
Como cubre el dolor mi triste frente
