Juan Antonio Borrego Díaz - Granma.- “Esta laguna tenía 14 colores y nunca te enseñaba el fondo”, se lamenta Jorge Enrique Campo —Campito para sus compañeros de la Estación de Monitoreo Costero—, mientras espolea la embarcación que casi ni se siente sobre la ensenada de Carbó, un paraje acurrucado entre el litoral norte de Sancti Spíritus y los llamados cayos de piedra.


Cocinadas en su propia salsa se mantuvieron por décadas las costas de Yaguajay, receptoras de la carga contaminante de los tres centrales asentados en la zona (Obdulio Morales, Simón Bolívar y Aracelio Iglesias) y de la fábrica de levadura torula, todos carentes de los más elementales sistemas de tratamiento para contener, o al menos amortiguar, el impacto de sus vertimientos en un ecosistema tan valioso como vulnerable.

Las investigadoras Fidencia Perdomo e Idania Hernández, que han estudiado concienzudamente el asunto, concuerdan en que las descargas abusivas no solo enturbiaron las aguas, sino también limitaron el oxígeno, espantaron la vida acuática y lastimaron los manglares, que durante muchos años constituyeron verdaderas barreras de contención frente al impacto de los desechos.

El proceso de transfiguración económica de la región, que incluyó el cierre de las cuatro industrias en la primera década del corriente siglo, de manera paulatina ha venido cambiando el paisaje del Parque Nacional Caguanes, área núcleo dentro de la Bahía de Buenavista, una extensa zona que comprende espacios terrestres y marítimos de las provincias de Villa Clara, Sancti Spíritus y Ciego de Ávila, reconocida como Reserva de la Biosfera y Sitio Ramsar desde el año 2000.

Las contorsiones de los peces payasos alborotando las lagunas, el regreso de la vegetación típica del lugar y la transformación de los fondos fangoarenosos en arenofangosos constituyen señales más que transparentes para la investigadora Idania Hernández, una de las diez especialistas de la Estación de Monitoreo Costero ubicada en playa Victoria.

 

—¿Y volverán los bañistas algún día por Carbó?, pregunta Granma.

 

—Volverán no, ya desde hace algún tiempo se están bañando, dice la investigadora.

 

DESDE CAYO AGUADA A CERROTICO DE JUDAS

El camino entre la comunidad de Nela y Caguanes, construido en 1960, constituye quizás el primer exponente de lo que luego sería el pedraplén cubano, una suerte de atajo sobre el agua que abrió la puerta a la extracción del guano de murciélago acumulado durante siglos en las cuevas vecinas con vistas a su exportación hacia Estados Unidos.

El negocio del guano duró muy poco, pero el camino y la historia quedaron como testigos del paso del hombre por una región que según los estudiosos fue poblada hace más de 2 000 años, primero por comunidades aborígenes y luego por contrabandistas, piratas, carboneros, cazadores y pescadores.

Desde Cayo Aguada hasta Cerrotico de Judas se extiende el área que ocupa el actual Parque Nacional Caguanes, más de 22 000 hectáreas de mar, cayos y tierra firme, donde sobresale la Ciénaga de la Guayabera, hábitat de la grulla cubana, el ave de mayores dimensiones en el país; los sistemas de cuevas y cavernas con reveladoras pictografías de la cultura aborigen y el privilegio de una flora y una fauna paradisíacas, que incluyen 19 especies de murciélagos, algunas exclusivas de esta comarca.

Entre los elementos más emblemáticos de la región figuran los conocidos cayos de piedra —Lucas, Salinas, Fábrica, Obispo y Palma, entre otros—, formaciones geológicas del Mioceno, reconocidas como únicas de su tipo en Cuba y el Caribe, con cerca de 80 cuevas del tipo Caguanes, en las cuales los frecuentes derrumbes de sus techos suelen crear dolinas, salones y otros accidentes de excepcional belleza.

MANEJAR EN VEZ DE PROHIBIR

A Norgis Valentín Hernández, director del Parque Nacional, todavía le duele hasta recordarlo: “De los manglares de Caguanes al Estero Real —dice— todavía en los años noventa salían 20 000 cujes para tabaco, 2 000 traviesas para vías férreas, 250 metros cúbicos de madera rolliza y 2 500 para leña”.

Educación ambiental, manejo coherente y preservación del patrimonio natural constituyen hoy puntos cardinales en la zona, donde medio centenar de especialistas, técnicos y otros trabajadores se encargan desde hace varios años de cambiar una historia de depredación e incultura ambiental por otra de siembra y sostenibilidad.

En lancha rápida o en bicicleta; a caballo o a pie se las ingenian los centinelas de Caguanes para implementar los programas de vigilancia y protección, adelantar las investigaciones científicas, administrar los recursos y hacer su prédica ecológica.

“La producción de arroz, por ejemplo, que resulta muy importante para la economía regional y conviene a la fauna del parque —sostiene el director—, demanda, sin embargo, el empleo excesivo de sustancias químicas, algunas de las cuales quizás pudiéramos sustituir por otras no contaminantes; lo mismo ocurre con la pesca, el turismo y las restantes actividades productivas que se practican en el parque, pero la estrategia no es prohibir, sino manejar y sobre todo educar”.

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