Orestes Hernández. - Cubainformación.- Padura quiere jugar a otro juego. Él debe entender esta referencia por ser el aficionado a la pelota que es o dice ser… Fue la idea central del archiconocido monólogo del bardo inglés William Shakespeare, la que primero vino a mi mente, cuando hace unas horas leí la entrevista que el exitoso escritor cubano Leonardo Padura ofreció al diario “La Nación” de Buenos Aires en ocasión de su visita a la Argentina a propósito de la presentación de su última novela en el contexto de la concurrida Feria Internacional que anualmente allí se organiza.?


Padura: Ser o no ser, esa es la cuestión

Orestes Hernández. - Cubainformación.- Padura quiere jugar a otro juego. Él debe entender esta referencia por ser el aficionado a la pelota que es o dice ser… Fue la idea central del archiconocido monólogo del bardo inglés William Shakespeare, la que primero vino a mi mente, cuando hace unas horas leí la entrevista que el exitoso escritor cubano Leonardo Padura ofreció al diario “La Nación” de Buenos Aires en ocasión de su visita a la Argentina a propósito de la presentación de su última novela en el contexto de la concurrida Feria Internacional que anualmente allí se organiza.
En la obra de Shakespeare, el personaje Hamlet se debate en la trágica contradicción (universal) entre ser o no ser ante las disimiles coyunturas que le ha presentado la vida: sufrimientos, fortunas, armas y adversidades; siendo éstas, algunas de las encrucijadas ante las que el protagonista debate su decisión entre morir o vivir, e incluye muy a propósito la opción de soñar.

No soy escritor, ni especialista y mucho menos crítico literario, soy ni más ni menos que un hijo de Cuba, tanto como el propio Padura, en mi caso nacido con la Revolución y educado en los principios que heredamos de la historia de nuestro pueblo desde la conformación misma de la nacionalidad cubana; principios que la etapa del proceso revolucionario iniciada a partir de 1959 (aunque Padura lo desdeñe en cada una de sus apariciones) ha llevado a su máxima expresión. 
Tampoco pretendo hacer aquí un análisis de la obra literaria del escritor, a todas luces muy exitosa y de calidad sin discusión, y que debo reconocer he disfrutado mucho, desde la serie que protagoniza el sempiterno Mario Conde, hasta la “La Historia de mi Vida”, que considero su mejor y más lograda investigación, en la cual- debo también decirlo- de manera magistral nos lleva por los vericuetos de una parte de la historia de Cuba y sobre todo de la vida de nuestro poeta José María Heredia que desconocíamos. Ese es un libro digno de estar a la cabecera de cada joven cubano y en cada biblioteca de escuela de nuestro país.

Volviendo a la idea original de este comentario, digo que vinieron a mi mente Shakespeare y su Hamlet al leer la entrevista concedida al diario porteño porque aunque ya me he ido acostumbrando a las reflexiones claramente narcisistas de Padura, no lograba entender en esta ocasión las razones por las que decidió antes de su arribo a Buenos Aires ofrecer declaraciones justo a ese “medio de incomunicación”.
Inmerso en esa duda me convencí que Padura siempre está (o debe estar) ante la disyuntiva shakespeariana de ser o no ser (o en todo caso “hacerse el muerto para ver el entierro que le hacen”, según reza un popular refrán cubano. 
Dedicaré mi comentario a dos temas que considero, entre otros, importante debatir alrededor de la mencionada entrevista.

En primer término vale mencionar que “La Nación”, si Padura no lo sabe (lo cual dudo), tiene un historial digno de una novela trágica, asociado a su complicidad con las dictaduras militares de los años 70, que costaron solo al pueblo argentino más de 30 000 desaparecidos, complicidad que está probado respondó a negociados por los que la justicia le ha abierto una o varias causas.
Es el mismo diario que desde hace dos siglos y bajo la dinastía de la familia Mitre, ha desatado sin sonrojo todo su poder contra las ideas y acciones integracionistas de nuestros próceres y que en los últimos 50 años no se ha privado de nada para atacar todo proceso social en el continente que desee ser “normal” (para usar una palabra que expone Padura cuando es cuestionado sobre lo que desea para Cuba en el futuro) y trabajar por distribuir un poco mejor la riqueza.

Ese es el diario al que Leonardo Padura ofreció sus primeras declaraciones aun antes de llegar a la Argentina, y que los editores decidieron además ubicar en página privilegiada.
Algunos, el propio Padura incluido, podrán aducir que José Martí, el prócer mayor de Cuba, colaboró con ese diario cuando estaba en Nueva York durante su prolongado exilio.
Ello es cierto, muy cierto. 
Un Martí descollante en lo intelectual y definido en lo políticamente revolucionario (remarco: políticamente revolucionario), colaboró con varios diarios de la región y “La Nación” fue uno de ellos. El que lea sus crónicas de entonces, (estoy seguro que Padura lo ha hecho dada su condición de acucioso investigador), se dará cuenta que Martí hizo gala de una exposición clara de lo que estaba conformándose en el impetuoso imperio, y la combinaba con comentarios excepcionales que permitían al lector del sur de América adentrarse en realidades que marcarían su futuro.

Ahora se conoce que aquellas crónicas generaron temor en los editores aristócratas y desde aquel entonces, ya pro imperiales, por lo que la censura y la mutilación mostraron la verdadera esencia de lo que los dueños del diario pretendían.
Para muestra, un botón. Fue el propio Bartolomé Mitre, Director del periódico quien el 26 de septiembre de 1882 remitiera a Martí una carta que se explica por si sola y en la cual le dice:
(…)La supresión de una parte de su primera carta (…) ha respondido a la necesidad de conservar al diario la consecuencia de sus ideas, en lo relativo a ciertos puntos y detalles de la organización política y social y de la marcha de ese país (…) La parte suprimida de su carta, encerrando verdades amigables, podía inducir en el error de que abría una campaña de “denunciación” contra los Estados Unidos como cuerpo político, como entidad social, como centro económico (…). Su carta hubiera sido todo sombras, si se hubiera publicado como vino, y habría corrido el riesgo innecesario, publicándola íntegra, de hacer suponer la existencia de un ánimo prevenido, y mal prevenido (…) pero tratándose de una mercancía –y perdone Ud. la brutalidad de la palabra, en obsequio a la exactitud- que va a buscar favorable colocación en el mercado que sirve de base a sus operaciones, trata como es su deber y su derecho, de ponerse de acuerdo con sus agentes y corresponsales en el exterior acerca de los medios más convenientes para dar a aquella todo el valor de que es susceptible”.
Elemental Watson! Habría dicho el inigualable Holmes.

El otro tema que deseo abordar asociado a esta entrevista realizada al escritor cubano Leonardo Padura, tiene que ver con sus valoraciones claramente desdeñosas que el escritor acostumbra a verter contra el proceso revolucionario cubano cada vez que tiene una oportunidad en sus constantes viajes y escritos, criterios que reitera (como no podía ser de otra forma) ante el cuestionario de “La Nación”.
Pudiera decir yo, maliciosamente pensando, que Padura conoce cuál es el tipo de lector de “La Nacion” y él sabe que sus reiterados conceptos sobre supuestas “incertidumbres, sueños truncados y desencantos” del pueblo cubano (del que al parecer pretende erigirse como vocero) sobre su proceso, serán cantos de sirena a potenciales compradores de su último trabajo que- ¡oh, casualidad!- es una “crónica de la realidad de Cuba de los 90”.
Pero no seré tan “mal pensado”. Preferiré suponer que no es así y que Padura intenta preentarse el coherente ser humano que dice ser.
Lo que me queda claro es si Padura leyó bien la carta que B. Mitre envió a José Martí, tan distante en el tiempo como hace 132 años, como tampoco si leyó con paciencia la carta de Martí a su amigo mexicano Manuel Mercado la víspera de su muerte en Dos Ríos.

¿Qué otra cosa explicaría entonces el hecho de que no mencione en sus respuestas a “La Nación” ni por asomo, como no ha hecho nunca en sus giras y presentaciones, el también centenario deseo de la élite estadounidense de apoderarse de Cuba?
¿Qué otra cosa explicaría que Padura obvie los miles de muertos que nos ha costado (y sigue costando) a los cubanos esa obsesión “monroista” de los EE.UU., para lo que han empleado no solo millonarias sumas, sino también mortales engendros de guerra química y bacteriológica?
Padura obvia olímpicamente todo eso y, claro, los editores de “La Nación” lo premian ubicándolo en primera plana y las ventas de su libro subirán posiblemente de manera exponencial.
Pero nada de eso es nuevo en la actitud de Padura.
Lo que si no había escuchado hasta esta entrevista es “su reflexión” sobre la supuesta contradicción de “militancia y periodismo”.

Ante la pregunta de rigor, y haciendo gala de su máxima narcisista, sin tapujos, sentencia como si fuera un apotegma que:
“El militante se traga por completo al periodista pues el militante obedece al partido. El partido decide y manda. El periodista entonces desaparece”.
No solo es absoluto Padura en su pretendida y mesiánica conclusión, sino que además miente.
Demasiados ejemplos lo aplastan, Martí el primero. 
Padura no debió decir eso nunca en la tierra de Rodolfo Walsh y Jorge Ricardo Massetti, para mencionar sólo dos paradigmas argentinos de la profesión.
En cuanto a Cuba, claro que la prensa cubana hoy no refleja todo lo que pasa, hace y discute nuestro pueblo, Es una lástima y una rémora por las que estamos pagando y seguiremos pagando un alto precio. Es cierto que las normas, disposiciones y hasta temores (algunos explicables a la luz de la historia. pero no razonables ni justificables hoy) nos mantienen en en general en una situación de complacencia y triunfalismos editoriales que dista mucho de la realidad.

Todo eso es cierto, pero aseverar lo que de manera absoluta el exitoso escritor cubano dice, es cuando menos una ofensa a las decenas de buenos periodistas y hombres y mujeres de letras que aunque no sean periodistas de profesión, trabajan en el ejercicio de la palabra de una manera sincera, crítica y revolucionaria y Padura lo sabe porque él vive en Cuba (mérito a reconocerle) y convive con ellos. Y como lo sabe, por eso su aseveración es oportunista.
Al comentar este tema con un querido amigo, periodista experimentado y de sinceridad a toda prueba me decía: 
“…periodismo militante, ni por asomo, significa que quien lo ejerza sea miembro de un partido. Hay una militancia que nada tiene que ver con partidos políticos y tú y yo la conocemos bien en Argentina, donde decenas de amigos que defienden ideas de justicia, equidad , soberanía y autodeterminación no pertenecen a partido alguno. Pero sin ir más lejos, conozco a muchos en Cuba y en mi misma agencia que sin ser miembros del partido ejercen un periodismo de calidad e independiente que Leonardo Padura parece o quiere ignorar.”
Habría mucho que comentar sobre los otros temas que aborda Padura en su entrevista, pero el espacio es poco y la paciencia de los lectores es aún menor.
Finalmente debo decir que en sus exposiciones, tanto al diario argentino como en otras tribunas, Padura esboza (sin decirlo) cuál es la “Cuba normal que él desea”.

Padura quiere jugar a otro juego. Él debe entender esta referencia por ser el aficionado a la pelota que es o dice ser…
El desea jugar al juego que niegue todo lo que ha conquistado Cuba en más de 145 años de vida republicana (no somos ingenuos y sabemos que sin república no se entendería lo que es hoy Cuba). Pero prefiere seguir callando que EE.UU. siempre ha querido tragarse a esta isla, desde que era una colonia española, y aún lo sigue intentando, con prisa y sin pausa.
Ojalá y su silencio se deba a que sabe muy bien por que Washington no lo ha conseguido.
Él debería ser claro y dejar de rozar los bordes. 
Él debería dilucidar si comparte los sentimientos políticos con Mario Vargas Llosa y Hugo Cancio respecto de la Revolución Cubana.
Él debe decir cuál es la “Cuba normal” que desea.
Él debe sinceridad a los miles que lo leen, aunque no la tenga consigo mismo…
La historia, Padura, nos pone siempre ante la misma disyuntiva que Shakespeare dispuso para Hamlet:
SER O NO SER, ESA ES LA CUESTION. (Tomado de Segunda cita)

Padura, la literatura, el compromiso

Guillermo Rodríguez Rivera - Blog de Silvio Rodríguez "Segunda Cita".- Cuando impugné el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura a Leonardo Padura y afirmé que Eduardo Heras León debió recibirlo antes que él, creía –y creo– que la cuentística del Chino representaba un momento de la épica de la Revolución Cubana comenzante: pasarla por alto para premiar en su lugar una obra mucho más reciente implicaba olvidarnos de un momento esencial de nuestra literatura e incluso, de nuestra historia misma.

Escribí entonces –lo repito ahora–, que ello no implicaba desconocimiento o subvaloración de la obra narrativa de Padura ni, mucho menos, algún conflicto personal con el novelista.

Conocí a Padura en las aulas de la Escuela de Letras de la Universidad de la Habana –tal vez en los años en que se llamaba Facultad de Filología–, y si bien no fuimos amigos cercanos, hemos tenido siempre buenas relaciones. Lo recuerdo visitándome junto a Rigoberto López cuando ambos planeaban ese muy buen documental que se llamó “Yo soy del son a la salsa”, ganador del premio principal en una de la ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Ambos querían escuchar conmigo los iniciales sones cubanos, los del Sexteto Habanero y el Trío Matamoros, que yo empezaba a atesorar en viejas cintas y, sobre todo, charlar sobre ellos, que era hacerlo sobre nuestra música. Después, estuvimos implicados Padura y yo en un proyecto que no llegó a materializarse: hacer una suerte de curso sobre la música popular cubana, que se llevaría a cabo en Palma de Mallorca, con el auspicio de la Universidad de las Islas Baleares y la gestión del común amigo Gonçal López Nadal. Alguna vez estuvimos Gonçal y yo, en el ámbito del hogar de Padura, en Mantilla.

Ocurre que soy poeta, ensayista y, como sabe quien me conozca, profesor de literatura desde hace más de cuatro décadas. En esos años, entre otras cosas, me ha correspondido enseñar la gran poesía contemporánea de la lengua española, tanto la de la península como la de América y, hace ya más de 10 años, me ha dado enorme gusto trabajar, en la Fundación Nicolás Guillén, la obra de ese cubano que es uno de los grandes poetas del español, en el siglo XX.

En una entrevista concedida a La Nación, de Buenos Aires, Leonardo Padura discurre ahora sobre lo que llama “jugar a hacer política desde el arte” lo que, a su juicio no se debe hacer, porque “los artistas comprometidos de una manera militante con un partido, estado, filosofía o poder, terminan siendo siempre –o casi– marionetas de ese poder”.

Quisiera comenzar afirmando que esa voluntad de independencia en los seres humanos es muchas veces más deseo que realidad, y que demasiadas veces se usa como una coartada política. Los periodistas cubanos opositores a la Revolución consideran “oficialistas” a los revolucionarios, y se llaman a sí mismos independientes, aunque dependan económicamente de ciertas instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos poderes.

En el complejo entorno del mundo actual, el hombre inevitablemente contrae compromisos. Uno puede ganar su salario en una institución, sin que ello lo obligue a la esclavitud ideológica, a ser esa marioneta que mencionaba Padura. El escritor independiente depende de lo que escribe, y debe conseguir que esos textos satisfagan las aspiraciones de la editorial que los publica. Absolutamente independiente era Diógenes el Cínico (cínico porque llevaba una vida de perros) que dormía en una barrica y se dice que iba al mercado a mirar con satisfacción, cuántos objetos había que él no necesitaba.

El periodista del rotativo bonaerense ha entrevistado a Padura a través de un cuestionario trasmitido por correo electrónico, por lo que las afirmaciones recogidas en el viejo diario argentino –Bartolomé Mitre lo fundó en 1870, pero ya es otro periódico bien diferente a aquél en el que colaborara José Martí en las últimas décadas del siglo XIX–, deben ser textuales, fieles, exactas.

A la inversa de lo que se deduce de las opiniones de Padura, no creo que el compromiso del artista derive de su militancia: casi siempre el flujo, en los casos de real significación, ha sido a la inversa. Son las grandes conmociones históricas las que han impulsado a grandes artistas a eso que Padura llama (minimizándolo) “jugar con la política desde el arte”.

En aquel poema que Pablo Neruda tituló “Explico algunas cosas” y que colocó al frente de España en el corazón (1937), su primer poemario comprometido, exponía en un verso el por qué sus poemas de Madrid olvidaban los grandes volcanes chilenos:

venid a ver la sangre por las calles,

decía. Eran los tiempos de la Guerra Civil española.

El caos hondamente conmovedor que Picasso llamó “Guernica”, se pintó después que los cazas alemanes bombardearan la aldea vasca que inmortalizaron al destruirla. ¿Voy a dudar de la honestidad de César Vallejo, de su plena integridad al escribir “España, aparta de mí este cáliz” y sumarse al Partido Comunista, como también lo hizo Nicolás Guillén?

Mi mente, mi sensibilidad que han disfrutado las obras de esos hombres y los han admirado (del mismo modo que a Alberti, Maiacovski, Bertolt Brecht, Paul Eluard, Roque Dalton), se resisten a degradarlos, y mi lengua –y me precio de tenerla bien mala– rechaza cometer el parricidio de llamarlos marionetas.

Yo, que no he sido militante de ningún partido y ya no lo seré nunca, no seré tampoco quien sostenga que para defender sus ideas, el escritor, el artista esté obligado a figurar en la membresía de alguno. Pero tan intolerante como resultaría exigir esa militancia, me parece que lo es el hecho de descalificar al escritor porque su conciencia lo haya llevado a ello.

Yo estoy persuadido de que la novelística policial de Leonardo Padura tiene un claro maestro: el español Manuel Vázquez Montalbán, cuyo Pepe Carvalho es un primo español (en su escepticismo, en su estar de regreso de casi todo) del habanero Mario Conde. Vázquez Montalbán murió perteneciendo al partido comunista de Cataluña, el PSUC. Estando en España tras la extinción de la Unión Soviética, escuché en la radio una entrevista al autor de Los mares del sur, en la que una periodista con voluntad de incordiar, le preguntaba por qué militaba en un partido cuya ideología se había derrumbado. El poeta y narrador respondió que se había derrumbado una “lectura” del comunismo, una aplicación de la teoría marxista, pero que en el mundo había un número de pobres que crecía diariamente y cada vez menos ricos que atesoraban casi todos los bienes de la tierra. “Esa situación no se puede mantener”, concluyó. “En un momento del futuro, vendrá el triunfo del sistema comunista”.

En un artículo que publica “Rebelión”, el politólogo argentino Atilio Borón enjuicia la entrevista con Padura aparecida en “La Nación”, y subraya la que llama la “unilateralidad” del enfoque de Padura al valorar la Revolución Cubana. En sus últimas novelas se insiste en “el desencanto, las ilusiones perdidas” de una generación cubana que, obviamente es la del propio autor.

En la excelente trama policial que tiene “La neblina del ayer, el narrador omnisciente y a veces conductista, que describe el ambiente de las calles cubanas de un barrio popular, presenta a unos jóvenes aburridos, poblando las aceras y son, en su punto de vista, la resultante de la “frustración histórica” de Cuba.

Pero Cuba no ha sufrido una frustración histórica. Cuba zanjó –está zanjando–su diferendo histórico con los Estados Unidos, la gran potencia que la convirtió en 1902, en un protectorado suyo y luego en una neocolonia y ahora, tras bloquearla por más de 50 años, hace lo único que tiene a mano: incluirla en una espuria lista de “países promotores del terrorismo” para desacreditar lo que no ha conseguido vencer.

El fin del socialismo del siglo XX determinó otra crisis que vino a sumarse a la que representaba el bloqueo norteamericano. Ahí se generó no una frustración histórica, sino una abrumadora frustración material. Pero Cuba se mantuvo, cuando parecía que no podía ser: no pudo regresar la ultraderecha de Miami para hacerse del poder y llevar adelante eso que uno de ellos ha llamado el “destriunfo” de la Revolución.

América Latina no es ya la sumisa región que cohonestaba el derrocamiento por la CIA del régimen democrático de Jacobo Árbenz, la invasión de la República Dominicana por los marines, o las tiranías de Augusto Pinochet y Rafael Videla. Es la región de la Revolución Sandinista en Nicaragua; del proyecto bolivariano que comenzó la Venezuela de Chávez; de la refundación plurinacional e inclusiva de Bolivia; de la revolución ciudadana de Rafael Correa en Ecuador; del Brasil emergente de Lula y de Dilma Roussef; de la argentina antimilitarista y progresista de los Kirchner; del Uruguay del tupamaro Pepe Mujica, y hasta del FMLN del mínimo Salvador, por el que dio la vida el poeta Roque Dalton.

El punto inicial de ese proceso fue la aislada Cuba, la de Fidel y el Che, que generó ideas que volaron sobre el continente, y se quedó atrás, con un viejo modelo económico improductivo del que se ha propuesto deshacerse no tímida, pero si lentamente.

Leí con mucho interés “El hombre que amaba los perros”, a pesar de que Padura se enamoró de su investigación histórica y a veces hizo crecer demasiado la novela con páginas que no le hacen bien. Únicamente le reprocho el personaje de Iván, el cubano que azarosamente encuentra al fanático Mercader, e interactúa con él. La periodista, de “La Nación”, y que tiene el inesperado nombre de Hinde Pomeraniec (desciende de rusos y ucranianos) lo caracteriza velozmente: un cubano sombrío, que pudo haber sido un gran escritor pero a quien el sistema hizo a un lado por haberse resistido a la obediencia irrestricta.

Ese es un personaje de ficción, seguramente procedente de la reprimida literatura soviética de los estalinistas de los años treinta, y para nada representativo de la realidad cubana.

Cuba tuvo un período de represión cultural, el llamado Quinquenio Gris (1971—1976) que Leonardo Padura no pudo vivir, porque era casi un niño entonces. Muchos artistas y sobre todo escritores –después de todo manejan el mismo peligroso instrumento del pensamiento, que es el lenguaje– fueron puestos a un lado por no trabajar dentro de los “parámetros” que la burocracia cultural del momento consideraba pertinentes. Ese fue también el tiempo de un intenso auge de la homofobia. Pero fue un período que acabó y esos artistas y escritores recuperaron su lugar en la cultura del país.

El Instituto Cubano de Radio y Televisión, no difundía las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, y Haydee Santamaría, la heroína cubana que dirigía Casa de las Américas, le pidió a Alfredo Guevara, el director del Instituto del Cine, que le creara un lugar de trabajo a “estos muchachos”. Así apareció el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que dirigió el gran músico Leo Brouwer, y que empezó a difundir por el mundo la música y la poesía de Pablo y Silvio.

Y ya está bien. A pesar de que me satisface la divulgación de la obra del buen narrador cubano que es Padura, me sentía incómodo con la muy parcial entrevista ofrecida por él a “La Nación”, que Pomeraniec se encarga de matizar con sus observaciones. Ojalá el viejo diario donde colaboró Martí, edite otros trabajos que le permitan a sus lectores conocer mejor la realidad de Cuba, incluyendo la realidad de su cultura.

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