Lisandra Fariñas Acosta - Cubahora.- Si la familia anda bien, la sociedad irá por buen rumbo. No pocas veces he escuchado esta afirmación, que vuelve la mirada hacia la familia como esa célula a partir de la cual se construyen y deconstruyen las dinámicas sociales. La esencia de ese pensamiento viene a ser la necesidad de entender que en la familia se gestan cambios, valores, procesos que repercutirán directamente en el proyecto social.


¿Pero cuáles son los elementos que caracterizan a las familias cubanas hoy? ¿Qué retos o desafíos se delinean para ellas? ¿Cuáles son las funciones o responsabilidades que tienen en la sociedad?

Es imposible hablar de familia cubana en la actualidad, y mucho menos comprender el país en que vivimos, sin reconocerla en su complejidad y diversidad, como unidad de acción en el entramado social. ¿Podemos acaso hablar de familia?, ¿es único el modelo existente?

La doctora, profesora e investigadora titular del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), Rosa Campoalegre Septien, comentaba en una reciente entrevista para el diario Granma, que no podía hablarse de un modelo único de familia cubana, pues es precisamente la diversidad y complejidad las tendencias rectoras que caracterizan el panorama familiar en la Cuba de hoy.

“Estamos transitando de un modelo tradicional patriarcal hacia un modelo emergente, con una mayor democratización de las relaciones familiares, que proyecta otros estilos de comunicación y desdibuja roles tradicionales, especialmente en la maternidad y paternidad, las relaciones de pareja y con los hijos. No ha sido establecido, no es un modelo que impera, sino que lucha contra las formas tradicionales de relaciones familiares heredadas del modelo patriarcal. Precisamente, la impronta de esta contradicción marca la emergencia de un nuevo modelo más democrático, dialógico, intergeneracional y que se afianza en cambios estructurales”, decía la investigadora.

Lo bueno o malo de estos nuevos modelos estará en dependencia de lo que se logre en materia de relaciones familiares, y su relación con las funciones que históricamente ha desempeñado la familia en la sociedad.

Precisamente desde el año 1984, el Grupo de Estudios de Familia del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas del CITMA, desarrolló un modelo de análisis del funcionamiento familiar, entendido como el conjunto de actividades que cotidianamente desarrolla la familia, las relaciones y los efectos que se derivan de ellas; y que ubicaba a las mismas como sujetos activos de transformación social y no solo como objetos de políticas.

Tres funciones básicas y una resultante de las anteriores se distinguen en este modelo: la biosocial, que se visualiza en la reproducción pero la trasciende, la económica o de sostenimiento familiar y la educativa; y como integradora resultante la función formadora, que nos devuelve a la familia como eslabón primario de socialización, y es la que da o no el ciudadano a que se aspira.

¿Se han redimensionado dichas funciones en el escenario político, económico, cultural y social de la Cuba del siglo XXI?

“Tales funciones siguen en pie, con ajustes a su interior, nuevos conceptos, redimensionamiento de las tradicionales y deslindes múltiples. Se mantiene también la correlación asimétrica entre estas funciones, a partir de la hiperbolización de la función económica en detrimento de las restantes, especialmente de la educativa”, nos responde Campoalegre Septien.

Los años 90 y el impacto del Período Especial condicionaron la reestructuración de estrategias familiares que dieran respuesta a las crisis; y que como saldo positivo fortalecieron quizás el valor de refugio de la familia, pero centraron la mirada en la función económica, apartándose del resto.

La investigación del año 2010 Las familias cubanas en el parteaguas de dos siglos, del CIPS, plantea que “El interés renovado por la familia durante los últimos años, está sin dudas asociado a los efectos de la crisis, pues con ella debió asumir un papel más protagónico, y desempeñar roles y funciones que antes estaban a cargo del Estado”. 

Dos décadas y media después, se erige el debate sobre cómo la función educativa, históricamente protagonizada por la familia y la escuela, está siendo compartida y golpeada de forma creciente por las exigencias laborales, y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

Pareciera que las familias no se sienten competentes o han dejado este proceso de supervisión a la espontaneidad, lo cual propicia un consumo acrítico de los mensajes por parte de niños, adolescentes y jóvenes, muchas veces frívolos, cargados de violencia y banalidad así como una desconexión con los beneficios de desarrollo intelectual que estas propias tecnologías pueden ofrecer.

“Hay que pasar de una educación correctiva al diálogo en el seno familiar, que también es escenario de conflictos y contradicciones”, alerta en la mencionada entrevista Rosa Campoalegre.

La Doctora Patricia Arés Muzio, en el artículo Una mirada al modelo cubano de bienestar, alertaba: “Los espacios de socialización son muy importantes en la vida, el entramado social es el recurso, el sostén para todo sujeto, pues está claro que ciertamente es en él que una persona puede desarrollarse en su potencial con plenitud. Las familias viven actualmente en aislamiento en muchas partes del mundo y mientras mayor es el nivel de vida, mayor es el modo de vida enclaustrado. Nadie conoce al vecino de al lado, nadie sabe quién es, dentro de las casas los miembros no tienen muchos espacios cara a cara, porque la invasión de la tecnología es tal que un padre puede estar chateando con un colega en Japón y no tiene la menor idea de lo que le sucede al hijo en el cuarto contiguo. En estudios que se han realizado en diferentes partes del mundo, el tiempo de conversación mirándose a los ojos, que un padre (especialmente el papá) dedica a sus hijos, no pasa de 15 minutos diarios.

"Uno de los grandes impactos del modelo capitalista hegemónico actual es el poco tiempo para la familia u otros espacios comunitarios, los días entre semana la familia como grupo "no existe", los horarios extensivos e intensivos de trabajo, el pluriempleo de los padres para poder solventar las cada vez mayores exigencias del consumo, hacen que aquellos viejos rituales y tradiciones familiares se hayan desterrado de la vida cotidiana. Los psicólogos y sociólogos de muchos países plantean que el mayor impacto de esta realidad son la soledad infantil y la ausencia de vínculos en el anciano”.

Sobre la importancia de la socialización agregaba: “La familia cubana está tejida en redes sociales de intercambio, con los vecinos, con las organizaciones, con la escuela, con los parientes, incluidos los emigrados. Lo característico del modo de vida de los cubanos son los espacios de socialización, el tejido social que no excluye y deja sin nombre a nadie. Yo diría que la célula básica de la sociedad en Cuba, además de la familia como hogar, la constituye la red de intercambio social familiar y vecinal, ese tejido social en redes, representa una de las fortalezas invisibles más grandes que tiene el modelo cubano de bienestar, es ahí donde radica el mayor logro de nuestro proceso social, la solidaridad social, la contención social, el intercambio social permanente”.

Por otra parte, la realidad cubana muestra el debilitamiento del viejo orden patriarcal, en un país donde la transformación de la situación de la mujer y su papel en la sociedad ha sido radical. Así lo demuestran la inserción escolar, laboral y social en general, el elevado nivel educacional y peso en la fuerza técnica profesional del país, por encima del 60 %.

Varias investigaciones sociológicas en este campo, evidencian que hoy la figura del hombre como sustento económico único, va siendo desplazada por la corresponsabilidad en la función económica de toda la familia; y por el ascenso cada vez mayor de la tasa de jefatura de hogar femenina, según estadísticas del último Censo de Población y Viviendas. Asimismo, se rebasan roles tradicionales en los modelos tradicionales de maternidad y paternidad, y se camina hacia estilos más democratizadores entre la pareja y sus hijos e hijas.

Actualmente se replantean los límites del concepto de familia y hogar, mientras que se hace patente la disminución del tamaño de la familia cubana; lo cual no parece que cambiará si tenemos en cuenta el ideal de familia al que aspiran mujeres y hombres, y que la Encuesta de Fecundidad del año 2009 corroboró era pequeño tanto en aspiración como práctica.

Lo cohabitacional cede espacio al fortalecimiento de la familia como subsistema de parentesco, ante el surgimiento de las llamadas uniones de techo abierto donde mientras el vínculo de la relación familiar y de pareja se mantiene, el espacio tradicional de hogar no.

Hoy se naturaliza la consensualidad como vía para la formación de pareja y familia, e incluso en ocasiones como etapa previa de preparación para el matrimonio. Sin olvidar mencionar las familias monoparentales, y el “hogar glocal” aquel que se construye por las familias en situación de transnacionalidad cuando uno de los miembros abandona el hogar tradicional, pero donde se continúan estructurando nuevas relaciones y estrategias familiares a distancia.

“En nuestra sociedad existe un tipo de núcleo familiar aún no reconocido desde el punto de vista jurídico, invisibilizado estadísticamente y poco tratado en las investigaciones, pero cuya presencia es evidente, que consiste en las parejas homosexuales de uno u otro sexo”, subraya la investigación del CIPS del año 2010 mencionada anteriormente.

El Censo de Población y Viviendas del 2012 reflejó además un incremento en los hogares unipersonales, en correspondencia con el proceso de envejecimiento poblacional y las debilidades en la cultura del cuidado familiar.

Emerge así el tema de los cuidados en un contexto demográfico complejo para Cuba, que exhibe un 18,3 % de su población por encima de los 60 años, y donde las mujeres, y entre ellas las de la tercera edad, siguen siendo las cuidadoras por excelencia.

Según Las familias cubanas en el parteaguas de dos siglos, las migraciones, tanto externas como internas, “desempeñan un importante papel en la vida familiar, e inciden sobre los niveles de fecundidad, nupcialidad y divorcio, así como sobre el tamaño y los tipos de hogares, las tasas de jefatura, etc. Toda vez que en nuestro país la fecundidad y la mortalidad muestran niveles muy bajos y estables, las migraciones incrementan entonces su importancia como agente dinámico y catalizador de las transformaciones poblacionales y familiares”.

El replanteamiento de las relaciones entre el estado y la familia, es uno de los puntos sobre los que se debate la sociedad cubana hoy. En medio de la actualización del modelo económico del país, puede apreciarse como un número importante de familias está teniendo un tránsito de ser solo una unidad de consumo a convertirse en una unidad económico productiva, lo que conlleva un cambio y un mayor protagonismo social y económico de las familias.

Muchos desafíos vuelven a la luz. Podría mencionarse aquel de resolver las contradicciones entre lo legal y legítimo en las estrategias familiares de enfrentamiento a las crisis y la responsabilidad de la familia en la formación de hombres y mujeres de bien. Al final, la familia cubana se fortalece en este proceso dinámico, dialéctico que se llama sociedad y que le impone constantemente nuevos retos.

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