Luis Nedel Villegas Núñez, alumno del 4to. grado de la escuela Paquito González Cueto, de Mataguá, recibe las indicaciones de la maestra Elisa.

Ángel Freddy Pérez Cabrera - Granma.- Como aquellos maestros am­bulantes de los cuales habló José Martí en al artículo de igual nombre, transcurre la vida de Elisa Vázquez Hernández, una educadora que cura la ignorancia, y también el alma de los niños que permanecen ingresados en el hospital infantil José Luis Miranda, de esta ciudad. Fue en el 2002 cuando le propusieron trabajar allí, atendiendo a su vasta experiencia de casi 50 años de profesión, la maestría pedagógica que la caracteriza y una alta sensibilidad como educadora, ante lo cual aceptó el reto, a sabiendas de que era una tarea bien compleja.


Ese mismo año soportó su primera prueba. Al hospital había llegado una niña holguinera que padecía una Leucemia. Ante la difícil situación familiar y económica de la infanta, Elisa se sensibilizó tanto, que además de impartirle docencia, le traía de su casa casi todos los alimentos consumidos por la pequeña.

Un viernes se despidió como de costumbre de Yaimí, que era como se llamaba, mas el lunes, al entrar al hospital recibió la triste noticia de su fallecimiento. Ese día pensó en dejar la profesión, cambiar de trabajo o buscar cualquier otra solución que impidiera la repetición de aquel dolor tan grande, sin embargo, pudo más el sentido del deber que el peso de la tragedia y permaneció en el lugar.

Son muchas las historias que se cuentan de la relación entre Elisa y sus alumnos y familiares en estos 12 años de permanencia en el lugar, muestra del prestigio ganado a base de mucho amor hacia los niños y una dedicación casi sacerdotal hacia la profesión.

Con la mayor modestia del mundo, la educadora reconoce que a pesar de los sufrimientos, esa labor también le ha traído muchas satisfacciones como los lazos casi familiares establecidos con chiquitines como Belkis García, una niña de Ciego de Ávila curada de Leucemia en esa instalación, con quien trabajó durante dos años consecutivos y a quien va a ver en cada consulta.

Al abordar las características que debe reunir un maestro hospitalario, señala que ante todo debe ser un pedagogo en el sentido más amplio de la palabra. “Precisas tener mucha paciencia. Si no es posible trabajar a determinada hora, porque el enfermo está bajo tratamiento, debes venir en otro momento cuando él pueda, no importa que sea a las cinco o seis de la tarde.

“También uno se ve obligado a buscar variantes para saber llegar a un adolescente que no se siente bien desde el punto de vista anímico y que está, en alguna medida, siendo agredido”, explica la maestra.

Un ejemplo de lo anterior es la excelente clase impartida al jovencito Raidel Gabriel Alfonso Soto, de 17 años, quien sufre una insuficiencia renal crónica y es atendido por la educadora desde que este tenía ocho años.

Aprovechando la visita del muchacho a la institución, a fin de recibir tratamiento de hemodiálisis, Elisa buscó el momento apropiado para realizar los ejercicios de matemática y español, apoyándose en juegos didácticos y amenas lecturas que despertaron el interés de Raidelito. Al contemplar la destreza de la educadora, Esther Soto Alfonso, la madre del joven, muestra su agradecimiento con una frase que lo encierra todo. “Ella es el evangelio vivo del que habló Luz y Ca­ballero”.

UNA SONRISA CUESTA POCO Y PRODUCE MUCHO

En el hospital infantil José Luis Miranda laboran dos maestras hospitalarias, Elisa y Marta Damas Noval, otra avezada educadora, quienes forman parte del Proyecto Para una Son­risa, que durante 15 años ha llevado la alegría a las salas de la institución.

Cuenta la directora del programa, la psicóloga Tania Ortega Hernández, que la inserción de esas dos educadoras ha venido a redondear una idea que nació para aliviar el sufrimiento y el dolor de los niños ingresados y sus familiares, a partir de propuestas culturales y de otra índole.

Junto a ellas laboran, de manera coordinada, un grupo de psicólogos, dos instructores de arte, una promotora cultural, un psicometrista y una psicopedagoga, quienes de conjunto asisten a los niños que deben soportar largas estadías en el centro, explica la directora.

El objetivo del proyecto es cooperar en la rehabilitación de los pequeños a partir del mejoramiento de su estado anímico, de ahí la llegada de payasos, cantantes, magos, escritores y todo aquel que desee colaborar en el sano propósito, señala Ortega Hernández.

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