Pedro de la Hoz - Foto: Yander Zamora - Granma.- El público que acudió el pasado domingo a la sala Covarrubias para presenciar otro concierto del programa conmemorativo del aniversario 400 de la llegada del primer japonés a Cuba sabía qué podía esperar del violinista Ryu Goto, quien ya había cautivado a los melómanos cubanos.


Aun así las expectativas fueron sobrepasadas: el violinista japonés consiguió colocar su arte en una dimensión espectacular, no solo por el derroche de virtuosismo, sino sobre todo por las imágenes artísticas convincentes que supo transmitir.

Su compatriota, el conductor Yoshikazu Fukumura, esta vez dirigió a la Orquesta Sin­fónica Juvenil del conservatorio Amadeo Roldán, organismo que constituye una lograda tradición docente de la práctica preprofesional en esa es­cuela, dirigida por el reconocido profesor Ro­berto Chorens.

Las muchachas y los muchachos de ahora, con una edad promedio de 17 años, se han beneficiado de la sabiduría y la entrega constante del maestro Guido López Gavilán, y respondieron con altura y pasión ante las exigencias de Fukumura, quien ha hecho a lo largo de su fructífera carrera de más de cuatro décadas muchas obras de Beethoven.

De modo que al proponer la Séptima sinfonía planteaba dos cuestiones: confrontar a los jóvenes con una de las páginas imprescindibles del sinfonismo universal y trazar un hilo conductor con la pieza seleccionada por Goto, el Concierto para violín y orquesta, del mismo compositor alemán.

A Fukumura pareció interesarle más resolver problemas de expresión que la búsqueda de una exposición brillante. Su Séptima fluyó ajustada en aire y tiempo, mediante una lectura clara de los temas de carácter festivo que recorren la partitura y un segundo movimiento en el que desterró la gravedad melancólica que algunos directores del entorno austriaco-alemán han legado de manera canónica.

Luego llegó Goto e impuso una atmósfera electrizante no más tocó las primeras notas que suceden a la larga introducción orquestal del primer movimiento. El desarrollo de los dos temas predominantes y, por supuesto, la cadenza mostraron a un violinista pródigo en el primer movimiento, y a un melodista inspirado en el Larghetto (segundo movimiento), antes de desembocar desenfadado pero preciso en el Rondó final.

Goto fue generoso con el público y regaló unas endiabladas variaciones y una celebrada página de Massenet para corresponder a la prolongada ovación que premió su desempeño. El famoso director alemán Lorin Maazel tuvo razón tras acompañarlo hace dos años con la Filarmónica de Munich: “Ryu Goto posee impecables credenciales técnicas y un muy personal sentido musical”.

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