Yenys Laura Prieto Velazco - Cuba Contemporánea.-  A Osvaldo Doimeadiós lo encontré en una escena poco cotidiana, al menos para un actor. No fue en medio de un ensayo, ni cerca del escenario -mantengo una visión arquetípica ¿verdad? Tampoco repasando guiones o preparando algunas de sus clases. Ya conocerá usted más tarde dónde y cómo. Ese hecho circunstancial no impidió que intentara hallar en él los rastros de tantos personajes que nos han acompañado desde el teatro, el cine y la televisión. Una vez alguien me dijo que era una lectora paranoica, parece que soy igual como espectadora. En fin, fue una tarea infructuosa.


Ni huellas de esa colosal Santa Cecilia con la capacidad de cuestionar el futuro de quienes olvidan el pasado, ningún atisbo de esa Margot hiperbólica, altanera y desfachatada que nos hizo reír en los años 90 ni del flemático Feliciano que sufre y goza en toda circunstancia. Durante varios minutos busqué indicios y señales de Josefina la Viajera, sin resultado alguno. Ante nosotros, un hombre callado, meditativo y especialmente sereno. Es difícil descifrar los mundos de un actor -porque así se define por encima de todo. “Ese es mi verdadero oficio, ya sea desde el humor o fuera de él. Soy actor y las leyes esenciales del actor son el respeto a ti mismo y el respeto al otro”.

Con esa certeza, Doimeadiós llegó una tarde al Centro Dulce María Loynaz en condición de prologuista del más reciente libro Universo y la lista, de la narradora Laidi Fernández de Juan. Como siempre, trajo los ardides de Stanislavski, las escaramuzas aprendidas durante varias décadas sobre el escenario; sobre todo, un amor lúcido, sosegado por la comedia, que no dudó en volcar en la hoja.

Es un atrevimiento, respeta demasiado la escritura -comenta- pero no hay papel difícil que el actor no se atreva a interpretar. Allí habló sobre una larga tradición que une al humor y la literatura. “Comparo al actor con el repentista y el jazzista. Para realizar la improvisación hay que partir del hecho literario, raíz de todo; después vas jugando, nutriéndolo con el material archivado en tu cuerpo, muchas veces a través de las experiencias vitales y la lectura”.

De igual modo, ha asumido el acto de crear como un oficio que nace en la sinceridad. “Lo que cualquier espectador busca de uno, así como cualquier alumno o lector, es la honestidad. Creo que todo funciona sobre la base de la honestidad. Uno debe mostrar esa verdad, hay que encontrar el lado verdadero de todo. Es tarea nuestra lograr que haya vida en lo que interpretas. Es lo que único que se debe mantener en cualquier rol que uno asuma, ya sea como director, actor, guionista o profesor”.

Tampoco es un prólogo común. Funciona como guion teatral. Escribo para personajes que serán representados -argumenta. Doimeadiós nos va leyendo algunos fragmentos, historias paralelas adosadas a un proceso de escritura intelectual, analítica, que se desprende bajo los ropajes de la mejor tradición del humor cubano. Parece cómodo con su nueva perspectiva, aunque en una sala abarrotada, en un espacio reducido, cerca de las tres de la tarde -hora de verano en Cuba- y sin fluido eléctrico, uno de sus míticos personajes pudo palidecer o dar pie a un incisivo comentario sobre el sudor común. No obstante, no hablaba Feliciano, Domingo o Margot y el Doimeadiós actor es un hombre respetuoso, comedido y persistente.

Una hora después conversamos en el Jardín del Centro Cultural Dulce María Loynaz. “Aunque he hecho algunos trabajos con el musical me gustaría intervenir en más obras de ese tipo. Realmente, lo que más añoro -reflexiona y se detiene antes de hablar- es llevar a la escena personajes históricos, aun desde la ficción”, revela en un espacio sosegado -ya desprendido de aquella coterránea insistente que reclamaba su pertenencia al suelo holguinero. (Les cuento. Un día Margot aseveró haber nacido en la localidad de Las Calabazas; desde entonces allí dicen que Doimeadiós niega su origen -asegura. Lo cierto es que nació en la calle Freixas, reparto Las Coloradas, un barrio periférico de esa ciudad oriental -explica a la mujer. Igual, dejamos atrás esta pincelada con las peripecias de un hombre “de provincia”, como usualmente se denomina al sujeto no nacido en la capital y volvemos a la escena principal. Doimeadiós, el actor, está en medio de una entrevista.)

“El teatro es el espacio que prefiero porque esa energía que fluye en el acto en vivo es incomparable, eso es irrepetible, es una sensación única, energizante. Cuando median cámaras, se corta y se repite y me parece que se pierden muchas cosas. En el teatro las cosas tienen que fluir. El teatro es inmediato. Se hace ahora”.

Nos comenta además que durante cinco años recibió clases de canto y que la música marca todo lo que hace porque los personajes deben tener un sentido del ritmo. Cada texto debe tener olas y un movimiento más moderado, nos advierte ahora el guionista de la televisión y el asesor artístico de los más recientes espectáculos de la cantautora Liuba María Hevia y la Compañía de Danza Contemporánea Lizt Alfonso. “Todo es música, insiste; solo que hay música buena y música para trapear”. Otra vez el repentista improvisa, reímos todos.

Su destreza para moverse por distintos ámbitos del arte se ha ido forjando desde espacios como el grupo de teatro El Público, donde ha interpretado una galería de monólogos ejemplares que resaltan sus aptitudes como actor dramático. En más de 25 películas están las marcas de Osvaldo, quien fue también fundador del Centro Pro¬motor del Hu¬mor en 1994, una época en que la risa era una ventana casi imposible ante una realidad descarnada.

Confieso que pensé comenzar esta entrevista dialogando sobre el Festival Aquelarre -¿maña, asidero, vicio, lugar común, gancho, trampa del oficio, pensará usted? Puedo decir que esa fue mi primera excusa. Pero no lo fue, lo que más admiro de Doime es su versatilidad, más allá de la comedia. No obstante, conversamos sobre el humor, uno de los núcleos centrales de la espiritualidad y de nuestra esencia como cubanos.

“No existe una formación de los actores con una orientada claridad hacia el humor. Toda la formación que se ofrece en nuestras escuelas de arte es muy general. Creo que es necesaria una información mayor y, por qué no, una mayor especialización en determinado momento del propio proceso formativo de un actor”, refiere el Premio Nacional de Humor, quien desde el grupo Sala-Manca fue descubriendo algunos resortes que luego lo llevaron a construir personajes muy sólidos dentro del humor cubano.

También hay prejuicios en torno a eso. Uno desde la comedia aplica una técnica que como actor te define y hay muchas circunstancias que confluyen a la hora de construir un personaje, estés haciendo comedia o no. Se puede hacer un extra para la comedia con personas que tienen alguna condición histriónica por encima de la media, propone Doimeadiós, ahora desde su piel de docente.

(Antes de continuar esta conversación, un necesario antecedente. Algunos asumen los años 90 como un punto de viraje dentro de la escena humorística cubana. La crisis económica no solo trajo consigo carencias en el orden material. En ese contexto se degeneraron algunos espectáculos. Con una pirámide social invertida, las personas con mayores posibilidades de acceder a los centros nocturnos no eran los que tenían una mayor preparación intelectual. Aparecieron entonces personajes con cierta “gracia” o “simpatía” que centraron su propuesta en hacer chistes localistas, a veces con una carga racista o sexista y que en ocasiones se mofaban del propio público; una situación que iba en contraste con la obra de agrupaciones como Nos y Otros, la Seña del Humor, Sala-Manca, La Oveja Negra y Humoris Causa -con actores que tenían una formación académica y afrontaban con respeto el ejercicio teatral. Hoy, grupos como Caricare y Etcétera, la Leña del Humor, en Santa Clara, o Komotú, siguen creando, pero igual persisten propuestas de escasa calidad estética y hasta ética, insisto.)

Creo que a veces vamos por bandazos y ha punteado el escurridizo criterio de “lo rentable” por encima de otras cuestiones de rigor. Me da la impresión de que se han confundido los espacios -asegura Doimeadiós. “Hay que hacer humor para todos los medios, para todos los sitios. Pero no se deben contaminar ni los públicos ni los espacios. Es vital identificar esto porque de alguna manera esos espacios condicionan también el tipo de público al cual nos dirigimos. Esa dificultad para adecuarse a cada escenario ha lacerado un poco el propio desarrollo del humor en la Isla”. No obstante, mantiene la fe en que el verdadero arte es capaz de educar y de generar un público. También comenta que afortunadamente todavía hay personas con la necesidad de reír y pensar.

“Creo que la televisión en este momento tiene muy pocas opciones para los espectadores y al tener pocas opciones, una o dos no pueden cubrir los intereses de públicos tan heterogéneos”, asegura quien desde el espacio de la campiña en el programa Deja que yo te cuente reanimó con una visión contemporánea y siempre desde el guion inteligente las nostalgias de un campesino que toma como referencia la zafra del 70, las modas de los 80, con una filosofía de vida detenida en el pasado. Hay que apostar por revalorizar la figura del guionista, dice convencido Doimeadiós. “Sobre todo, es necesario desarrollar un trabajo profundo para formar a nuevos guionistas e ir en la búsqueda de los que ya existen. Por ejemplo, hay que fomentar talleres sobre la escritura de guiones y trabajar mucho esos textos que aparecen reflejados en nuestros medios, porque esa es la base de todo, tanto en el caso de la radio como en la televisión”.

Cómo definir entonces el humor cubano, cuestiono. Cómo se articula esa tradición del humor nacional en la nueva camada de humoristas. ¿Hay olvido, afianzamiento de nuevos códigos, degeneración o crisis del humor cubano? ¿De qué reímos y cómo? ¿Es el nuestro un humor trascendente o solo estamos apegados a fórmulas facilistas y chabacanería? ¿Es eso lo que el público espera recibir? Doimeadiós no demora en responder a estas provocaciones -preocupaciones, rectifico.

“Yo creo que hay muchas formas de asumir el humor. Hay de todo en nuestros escenarios, humoristas que son más conscientes de la tradición paródica, de lo vernacular, y también está el que desconoce esa zona. En los últimos años he visto con agrado espectáculos como Reír es cosa muy seria, que apuesta por lo mejor de nuestra tradición y que marcó una pauta en determinado momento. Me alegra que esa manera de revisitar se mantenga vigente. Hay muchos caminos para continuar una tradición sin que se apele a las fórmulas o a las convenciones de siempre: el gallego, el negrito y la mulata. La actualidad también tiene sus propios arquetipos y hay que salir a descubrirlos”.

Entonces le pregunto por los proyectos que le ocupan -de no haber sido así esta no fuera una entrevista actualizada, pertinente y, lo que es peor, él tampoco hubiera sido un entrevistado feliz. Desarrollamos rápidamente la tradicional escena: “Estoy inmerso en dos trabajos para la televisión que deben empezar a grabarse próximamente; una telenovela y otro espacio con Nelson Gudín, que involucra a los actores que estuvimos en el programa Deja que yo te cuente. Va a tener otro nombre, transcurrirá en el campo y estarán algunos de los personajes que hacíamos en la campiña. En el cine tengo una película con Gerardo Chijona. El personaje es un crítico de arte. Estoy trabajando con cuatro actrices a partir de los textos de Eve Ensler, Los monólogos de la vagina, un espectáculo que estrenaremos en el mes de octubre” -intentamos satisfacer así el interés informativo de los lectores.

Una hora antes, desde un escenario improvisado, Osvaldo Doimeadiós actúa contra la risa torpe, el chiste prejuicioso y lacerante, contra el lugar común. Es cierto, su obra trasciende el humor pero no hay dudas de que esa manera de narrar-nos es un referente en la escena cubana de las últimas décadas. En una tarde habanera, con casi 30 grados de temperatura, en un espacio inundado por el sudor común -literalmente- no hay mejor antídoto que el humor. Es por eso que no duda en regalarnos sus personajes, aunque una señora de mediana edad, desde el público, insista en descifrar su árbol genealógico hasta entroncarlo con los mismísimos orígenes de la ciudad de Holguín.

-Sí, somos coterráneos, dice él.

(Seguro está pensando, como yo, que para reír en Cuba no existen manuales, como tampoco existen manuales para ser un buen actor.)

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