Ana Niria Albo Díaz - Cuba Contemporánea.- La nación cubana es hija de constantes procesos migratorios. Termino de escribir la primera idea, que asumo como una perogrullada, y ya imagino la cara de varios de mis maestros. Ana, no seas tan absoluta, me dice uno de ellos. Repaso y reviso e insisto, no me cabe la menor duda: no hay nada de tremendismos en esa frase. Muy por el contrario. Nuestros primeros padres, los taínos, provenían de la oleada que movió a los aruacos hacia el mar Caribe. Después llegaron los españoles. Más tarde, africanos temerosos, huidizos y con el anhelo del regreso llegaron a nuestras costas.


Vuelvo a tener la cara de mis maestros delante. ¿Es acaso la cultura, en sus expresiones artísticas, una dimensión en la que esto se demuestre? Mi deseo de ver la complejidad de un fenómeno que nos ha marcado a todos como es el de la migración me impulsa y convoca. Otra voz me alerta. El terreno es movedizo y lleno de escollos, pisa fuerte, Ana, pisa fuerte. En ese instante apunto notas e ideas a lo loco. Traigo a mi mente tantos nombres. Unos más pronunciables que otros, unos más conocidos que otros, unos más permitidos que otros y, sin pensarlo también, unos más queridos que otros. Todos con algo en común: el salir o entrar de la Isla. Cada ser humano que vivencia la migración, sea cual fuere, es protagonista de una historia particular en la que los códigos socioculturales son eje fundamental.

Si a ello añadimos -como ocurre con el caso cubano- la politización que ha acompañado al fenómeno, sobre todo después de 1959, entonces la decodificación de los signos y símbolos de quienes canalizan su situación a través del arte y la literatura se vuelve cada vez más difícil. Tal vez esté allí la constante preocupación de mis amigos y maestros. La subjetividad, Ana, siempre es más compleja. No te metas en eso. Pero en ello estoy, y al parecer estaré.

Si bien pudiéramos empezar por cualquiera de las expresiones, sin lugar a dudas una de las más complejas es la literatura. De hecho, la relación entre migración y literatura se ha convertido en un camino de la investigación en el que muchas veces se ha olvidado el carácter único de cada uno de estos procesos que -si bien cada día son más globales y transnacionalistas- siguen teniendo como motor impulsor al ser humano, con su historia de vida única.

Si tenemos en cuenta que la cultura puede ser entendida como la construcción simbólica y significante de la realidad social y hablamos de un fenómeno como la migración, que no deja de ser parte de esa realidad... Me parece que no debo explicar más. Además la cultura y más específicamente sus expresiones artísticas han bebido de lo que ha ocurrido en los contextos sociales. La atención en este sentido se dirige fundamentalmente a los desencuentros culturales entre oriundos e inmigrantes.

En un primer momento se veía a la cultura como la parte del equipaje que se mantenía íntegro, en el que no operaban los cambios lógicos del nuevo contexto. Era como si la identidad cultural se quedara inamovible. Sin embargo, como la cultura no se porta en la sangre, sino que está vinculada a ámbitos sociales específicos y a desigualdades históricas de poder, cualquier definición de identidad cultural que se utilice en relación con la migración debe implicar necesariamente sus procesos de cambio. De ese complejo vínculo he decidido valerme.

Los procesos de cambio y transformación siempre han sido momentos traumáticos para los seres humanos que los vivenciamos. El nuestro no lo ha sido menos. Si bien para unos ha implicado beneficios, para otros la implicación se torna conflictiva. La literatura ha sido, y creo que seguirá siendo por buen tiempo, expresión de ello. En el caso cubano se habla de oleadas migratorias, que más bien significan etapas relacionadas con momentos históricos determinados que también caracterizan la literatura producida por quienes forman parte de lo que algunos -Sonia Almazán, por ejemplo- denominan literatura del exilio, y que constituye categoría harto discutida.

Muchos de los escritores asociados a la primera oleada de escritores del exilio, dígase Lydia Cabrera, José Sánchez o René Vázquez Díaz, se basan en una idea de una migración temporal. El regreso a Cuba era cuestión de horas. Sin embargo, la nostalgia y lo testimonial eran fuentes inagotables de lo que escribían. El mundo interior de cada uno de estos autores era diariamente violentado por el recuerdo de la Cuba que habían dejado atrás, pero a la que creían -y añoraban- volver muy pronto.

Desde la Isla había también quienes miraban el fenómeno. Cuando Edmundo Desnoes escribe Memorias del subdesarrollo lo hace desde Cuba, y creo que nunca antes el tema había sido tratado con tanta fiereza subjetiva. La conmoción de la clase media alta ante lo que sucedía y el momento decisorio de partir es uno de los puntos claves de esta obra. Los que se van y los que se quedan, dirían mis amigos, es un tema que se mantuvo también desde la Isla en las voces literarias de Pablo Armando Fernández, Gustavo Eguren, Jesús Díaz y Rolando Pérez Betancourt, con obras como Los niños se despiden, La espada y la pared, Las iniciales de la tierra y Mujer que regresa.

Algunos piensan que el tratamiento del diálogo literatura/migración debe partir necesariamente de analizar la obra de cualquier autor o autora nacido en la Isla que refiera el tema. No puede dejar de señalar a los cubanos de aquí que han tratado el tema ni a los de allá, un allá que no es solo el de los Estados Unidos de América, sobre todo después de la oleada de los balseros. Gustavo Pérez Firmat ha señalado -a propósito de esta preocupación- que cuando abordamos este tema distanciar a quienes lo hacen desde Cuba y quienes lo hacen fuera de ella no debe conducirnos a ignorar que todos forman parte de un “universo cultural cubano”.

Uno de los espacios donde esa premisa ha sido ley ha sido La Gaceta. La pluralidad del espacio literario cubano desde y fuera de la Isla ha sido una bandera de defensa de esa publicación, que merecería toda otra conversación. Diálogos como La Nación y la emigración de 1994,1995 y 2004 se han visto reflejados no solo como intentos de mostrar esa pluralidad, sino verdaderos ejemplos de dirigirnos hacia un nuevo camino de reconocimiento de esa (otra) literatura cubana.

Uno de los elementos más complejos de estos análisis corresponde a que cada uno de los géneros literarios ha reflejado la problemática desde formas distintas. Además, al género debieran sumarse otras dimensiones, como las generaciones a las que pertenece el autor o autora, la clase social, en fin, su historia de vida. La memoria es el back ground de donde bebe el escritor.

La memoria es simplemente un instrumento para el escritor migrante. De ella obtiene un punto de partida, una motivación, y rehace historias. ¿No es eso lo que hace Sergio Chaple con su relato “Camarioca la Bella”? La trama se enmarca en dos sucesos que contextualmente forman hoy parte de la memoria de casi todos los cubanos, la ruptura familiar y las incomprensiones sobre las transformaciones del nuevo proceso sociopolítico.

Su protagonista, Jesús Forte, así lo demuestra. Es de un sector social cuyas propiedades fueron expropiadas, sin embargo no está entre los que se fueron, sino que se involucra en “el proceso” y se inserta en ese Nosotros del que hablara Raúl Martínez a través de su pintura. En la misma obra, Chaple se dirige a representar a sectores que si bien en un momento formaron parte del movimiento 26 de Julio, viven una ruptura y abandonan el país. El autor no hace más que recrear la compleja situación vivida en esos primeros años.

De la presencia de temáticas como la adaptación social al nuevo contexto del país receptor hablarán obras posteriores como Los patos en el pantano, de José Grillo Langoria, o el Premio Extraordinario La juventud de Nuestra América de Casa de las Américas, Contra viento y marea. En ambas, a pesar de las diferencias de género (la primera es un libro de cuentos y la segunda, una obra testimonial), el tema de la identidad y la juventud sobresale como una problemática necesaria.

Los conflictos étnico-sociales y políticos en la sociedad receptora se vuelven puntos centrales de las tramas en cuestión. Claro que la mirada tiene un carácter más intimista y desgarrador. Cuando se leen ambos libros -uno desde lo ficcional y otro desde las historias reales de sus protagonistas- el lector no puede sino pensar que más allá de la influencia política del fenómeno migratorio en Cuba, sus protagonistas son mujeres y hombres que sienten y padecen sus acciones.

Mientras desde la narrativa las posiciones y los temas en torno a la migración se hacen presentes de manera notoria y las reflexiones –incluso desde las ideologías– se vierten y revierten como en un vaivén, la poesía ha tenido otros esquemas. El componente político muestra matices más discretos y los tonos son por lo general más conversacionales, aunque sí mantienen al igual que en la narrativa lo que me gustaría señalar como el discurso central de esta literatura: el de la nostalgia. Aquí la lista que me soplan mis maestros es bien larga y reconozco que amerita diálogos posteriores: la generación del cincuenta con Belkis Cuza Malé, Pura del Prado, Rita Geada, José Kozer, Esteban del Castillo, Ángel Cuadra, Amelia del Castillo; una posterior, con Lourdes Casal a la cabeza; otra que reúne a Jesús Barquet, Damaris Calderón y Rogelio Saunders, entre muchos otros.

El contexto de los 90 -y más aun la llegada del nuevo milenio- nos devuelve miradas frescas y, sobre todo, nuevos contextos migratorios. Ya Miami deja de ser el enclave por excelencia y aparecen otros, que incluso se deslindan del territorio del norte de América. La idea del retorno ya no es más una simple nostalgia sino un hecho.

En este sentido, afloran rápidamente dos nombres, mujeres que escriben desde contextos diferentes: Marilyn Bobes con Pregúntaselo a Dios y Sonia Rivera Valdés con Rosas de Abolengo. Los lazos familiares y nacionales son el eje motivacional de estas obras. Sus protagonistas, también mujeres, buscan la felicidad a través de la reconstrucción de esos lazos.

Ana, Ana, Ana... me interrumpen nuevamente las voces de mis maestros y me detengo. Prefiero que estas letras sean solo un diálogo que se inicia. Tomo nota del carácter complejo del tema al que me enfrento, pero aun así señalaré mis premisas: la migración en Cuba es consustancial al ser cubano y su nación, mientras que el reflejo de la misma en el arte y la literatura es muestra de la relación desgarradora entre lo contextual y lo individual, entre la mentalidad de una nación y sus pobladores.

Releo las obras mencionadas y ya casi se hace de noche. Cierro la laptop. Me queda mucho por discutir con mis maestros y espero que sea pronto, pues cada día los escritores reinventan la nación dentro y fuera de sus fronteras.

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