El proyecto Cámara Chica, una iniciativa que surgió hace poco más de un año con el propósito de familiarizar a los niños de varios puntos de Cuba con la producción de audiovisuales.

Ronald Suárez Rivas - Granma.- El documental sobre Sarita ha hecho que las personas comiencen a visitarla y a llevarle retazos de tela para la confección de sus muñecas. Foto: Ronald Suárez Rivas.

El director se cerciora de que el equipo esté listo y acto seguido imparte las órdenes de rigor: “Preparados, todo el mun­­do en silencio, grabando”.

Frente a la cámara, Sarita Vilaú, una mujer que ha decidido decorar su casa únicamente con las muñecas que salen de sus manos, cuenta su historia por primera vez.

Ni siquiera los vecinos más allegados saben de su pasión por estos objetos que comenzó a elaborar desde los cuatro años “ante la falta de juguetes”, y que luego de su jubilación se han multiplicado por cada rincón de su hogar; pero muy pronto, todos los habitantes de La Conchita, la conocerán.

Tal como ha sucedido con otros personajes de la comunidad que hasta hace poco permanecían en el anonimato, la historia de Sarita, la mujer que convive con cientos de muñecas para aliviar su soledad, también será recogida en un documental y proyectada en el anfiteatro y en la sala de video del poblado.

Por ello, detrás de la cámara, a pesar de sus 11 años, Ray Michael García se toma el trabajo con toda la seriedad del mundo. Junto a él, otros pequeños hacen lo mismo con el audio, la iluminación o las preguntas que deberá ir respondiendo la entrevistada.

Todos forman parte del proyecto Cámara Chica, una iniciativa que surgió hace poco más de un año con el propósito de familiarizar a los niños de varios puntos de Cuba con la producción de audiovisuales.

Juan Carlos Baños, su gestor en Pinar del Río, explica que en él intervienen los ministerios de Educación y de Cultura, la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audio­visual del Instituto Superior de Arte (ISA), y el proyecto sociocultural comunitario Chapuse­ríos.

“El objetivo principal es introducirlos en el mundo de la realización, despertar el interés por este trabajo y desarrollar en ellos distintas habilidades.

“En un inicio se pensó solamente en enseñarles el manejo de los equipos y los conceptos y técnicas fundamentales que se deben tener en cuenta para hacer (y apreciar) documentales o películas de ficción, sin embargo, con el paso del tiempo hemos sobrepasado las expectativas”.

Armados con una cámara, un micrófono, una lámpara y muchas ganas de contar historias, los diez pequeños que forman parte del proyecto en Vueltabajo han empezado a incursionar en la producción de materiales basados en su propia comunidad.

“La primera vez que salimos a la calle con todos nuestros equipos, la gente nos miraba sorprendida, y nos paraba para preguntarnos qué íbamos a hacer”, recuerda Elisa María Armenteros, de nueve años de edad.

Luego, a la salida del anfiteatro de La Con­chita, el Consejo Popular de las afueras de la ciudad de Pinar del Río donde todos residen escucharían los primeros elogios de un público que nunca antes se había mirado a sí mismo.

Desde entonces, el deseo de llevar a la pantalla todo lo hermoso y singular que yace oculto en la cotidianidad de su comunidad se volvería cada vez más fuerte.

“Todos los domingos nos reunimos, cada cual expone las ideas que trae, y entre todos decidimos cuál es la más atractiva para filmar”, explica Alexandra Molina (11 años).

“A partir de ahí empezamos a investigar, a escoger las locaciones, a preparar el guion, y si es un cortometraje hacemos además el casting de los actores”.

“Los temas los seleccionamos nosotros mismos. La historia de Sarita, por ejemplo, nos la sugirió un niño que vive cerca de ella y enseguida nos llamó la atención porque se trataba de una señora que de pequeña no tuvo juguetes y decidió confeccionarlos ella misma. Además, Sarita no hace las muñecas para vender, sino que las regala”, cuenta Elisa.

Así surgirían otros documentales como el de Ana Laura, una niña de 14 años que apenas ha podido asistir a la escuela a causa de una enfermedad, sin embargo posee un enorme talento para la pintura; y también varios cortometrajes de ficción, en los que se abordan temas como la discriminación y la vio­lencia.

“En todo este tiempo hemos recibido asesoramiento de estudiantes del ISA, y los niños han tenido la oportunidad de intercambiar con profesionales del telecentro de Tele Pinar especializados en fotografía, edición, y dirección. Incluso nuestros materiales son exhibidos en la televisión provincial”, comenta Juan Carlos, quien se desempeña como camarógrafo y productor en ese propio canal.

Para el mentor de Cámara Chica, esta experiencia ha permitido que los pequeños dominen los códigos del lenguaje audiovisual y cuenten con más herramientas para apreciar lo que ven en la televisión o el cine.

“Más que un juego, constituye algo muy importante para todo el equipo. Nosotros mismos manejamos las cámaras, las luces, la dirección y vamos rotando por las diferentes especialidades”, añade Ray.

También para el Consejo Popular el impacto del proyecto ha sido positivo. ?“La gente se siente reflejada en lo que hacen los muchachos, y tiene la oportunidad de redescubrir el lugar donde vive”, asegura Juan Carlos.

“Por ejemplo, el documental de Alexandra, quien apenas salía de su casa, dio a conocer a esta niña que pinta muy bien, con un gran talento, y le ha permitido hacer muchos amigos”, explica Ray.

Lo mismo sucedió con Sarita. “Cuando contamos lo que hacía, las personas empezaron a visitarla, como si fueran a un museo de muñecas, y a llevarle retazos de tela y botones para que pudiera continuar su trabajo”.

Estas, sin embargo, son solo las primeras obras de un proyecto que sueña con develar muchas otras historias. “En esta comunidad tenemos una cantidad así de grande”, asegura Alexandra mientras abre los brazos. “Espere a que se las mostremos, y ya verá”.